jueves, marzo 05, 2015

Lujuria alimenticia.


Ayer me desplacé al mall de extrarradio. Si bien no tan monstruoso como los que describe Vicente Verdú en El planeta americano, sí al menos una digna copia para una ciudad mediana como esta. Entre la comida, la merienda y la cena se estableció una conexión cósmica, si se permite una expresión a lo Íker. Cierto, el almuerzo fue oriental y las dos siguientes comidas de carácter nórdico o sueco (más o menos), pero no debe olvidarse que en Suecia fui, en más de una ocasión, al bufet oriental, puesto que era una de las alternativas más baratas a la hora de comer fuera. Y porque dicha comida me encanta, desde luego. He comprobado una especie de regla de oro en todos los bufés libres, sean del tipo que sean: en ellos siempre descubro a más de una persona gorda, gorda de solemnidad, no tan solo con unas arrobas sobrantes. Conste que yo no pretendo discriminar a nadie ni menoscabar el orgullo con el que algunas de estas personas se reivindican (¡las ballenas nos comemos a las sirenas!) pero, francamente, el hecho de tener acceso ilimitado a la comida no debiera ser excusa para llenarse los platos de forma obscena, por acumulación antes que por selección. Lo mío sí que fue selectivo. Una comida de pajarito, picoteando un poquito por allí y por allá: lo que puede verse en la foto, además de una brocheta de sepia y vegetales cocinada al wok (lo cual justifica el nombre del lugar), fideos fritos y cerdo agridulce. Ah, y té chino, faltaría más, que fue en uno de esos restaurantes donde me aficioné a ese benéfico brebaje. En todo caso, la globalización ha llegado también a esta clase de lugares; ya no solo es que, para quienes no gusten de las delicias orientales, hubiera otras opciones poco sanas, de la categoría tapas fritas del Húmedo (patatas, croquetas, rabas, empanadillas), sino que había incluso ¡un jamón para que la gente se cortase allí! Como en cualquier tasca, vaya. Bueno, al menos obtuve la energía necesaria para ir al Ikea. 


Dado que iba allí buscando una pizarra, cosa que hubiese encontrado mejor en cualquier papelería y que allí no encontré, supongo que la excusa para la visita fue comprar arenque, sill, como el que tomaba en Furulund, con su pan de centeno y el snaps que ya había adquirido en la primera visita. Lo que sobró, a todas luces, fue la merienda. Ni siquiera necesitaba merendar, con el wok ya había tenido para rato. No todas las sensaciones se pueden recrear en la distancia, así que, además, el perrito caliente que tomé no se parecía demasiado a los suecos: la salchicha debiera haber sido el doble de larga que el pan, o así, y la textura más plástica. Suena masoquista, cierto, pero a mí me gustaban de ese modo. Hablando de Furulund, pude incluso retomar la tradición de brindar con el snaps, ahora con mi compañera de piso. De forma leve, por supuesto. Somos investigadores, nuestras neuronas deben aguantar mucho. Por lo que respecta la jornada de hoy, que ha comenzado temprano, toca ración de antioxidantes y desintoxicantes para compensar. Cuando este fin de semana vuelva a León, volveré decidido a desterrar los huevos rotos del bar conocido como Huevos Rotos (se llama de otra forma, pero da igual). Es una tradición, pero una tradición que dejaremos en el 2014. Ye lo que tiene. 



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