domingo, abril 12, 2015

Amanece en Oviedo.




Con el título no me refiero al día de hoy, hace ya bastante que ha amanecido. No obstante, se me antoja pronto para estar escribiendo aquí, cuando tanta gente andará aprovechando para descansar, con o sin excesos previos. Anoche seguí explorando el tapeo ovetense, con algún bar clonado de León y abriendo mi lista negra para aquellos que, o no dan tapa, o la dan de forma bastante selectiva. Estando la caña a dos euros, más cara de lo habitual, ya podían estirarse, pardiez. No he salido aún lo que es de madrugada, pero no será porque no conozca ya las zonas para hacerlo. Lo único que, cuando he pasado por las mismas, o estaban cerradas y solitarias o bien con un público adolescente en demasía. 
Por allí anduvimos Pedro y yo hace unos seis días. El lunes pasado, la semana despertó al tiempo que yo lo hacía con ella. Descansado ya de la Semana Santa, nos pusimos en contacto a las seis de la mañana, y eso que él había llegado incluso antes. Tomé un té negro en el salón, oteando por los inmensos ventanales cómo todavía era de noche cerrada, y observando cómo iba aclarándose un poco a medida que pasábamos de las siete. Esto de ver amanecer imagino que será un ritual que reviente a quien lo tenga que hacer a diario, por obligación, pero de vez en cuando resulta reconfortante. Cual si fuera un currante más, me encaminé entonces a la cafetería enfrente de la estación de tren donde tendría lugar el desayuno, línea de salida de una serie de comilonas durante un par de jornadas, de las cuales mi peso ya se ha recuperado a día de hoy. 
La verdad es que me hacía mucha ilusión actuar por vez primera como guía en una ciudad que tampoco es que conozca tanto. Con todo, conocer es caminar, bien que caminamos por la zona vieja, con esas calles de pubs con nombres tan frikis como Batcueva, Vader o Joker. Lástima que no pudiéramos tomar una batcaña por setenta céntimos. Por ese precio, imagino que sería más un batcorto que una caña. Se comprobará en su momento. En el mercado del Fontán estuvimos a punto de comprar un caja de chochinos, un dulce placentero de comer, supongo. Si el nombre escandaliza, obsérvese en la foto qué tipo de variante venden en la pastelería en la que suelo comprar el pan. Tampoco es para tanto. En León hay un kiosko que expone pequeños falos de chocolate, a la vista de todos los niños que entran para adquirir sus chuches. 
La comida fue en la calle Gascona, claro. Ni por modorra ni por la sidra, pero estuvimos a punto de perder el regional debido a las incompletas indicaciones y el absurdo modus operandi en la estación de tren. El viaje fue largo pero al menos tranquilo y con vistas privilegiadas. Yo regresé aquí el miércoles, justo a tiempo para entregar los papeles de la beca en el registro. Si hay algún fallo en ellos, aún se podrá subsanar. Lo que importa es aprovechar cualquier tipo de oportunidad que surja, siendo consciente de que no puedo hacerme ilusiones respecto a una ayuda tan disputada. Próximo reencuentro entre hermanos: Madrid, si las circunstancias lo permiten. No llegaré a tiempo de ver la exposición de Cuarto Milenio, pero da igual, porque va a venir a Gijón, y justo después de que haya entregado la tesina. Vaya, he tenido suerte. Entre eso, la Semana Negra y la playa, podré disfrutar unos días de vacaciones sin necesidad de pagar más alojamiento que este. 


No hay comentarios: