domingo, noviembre 13, 2016

Regreso a la facultad.


 De mucho se podría hablar esta semana. Resulta obligado señalar que el miércoles mi compi americana se mostró bastante indignada por la victoria de Trump, ella que ni siquiera pudo votar. Yo también estaba sorprendido, aunque le encontré cierta lógica. Entre otros factores porque, desde el doctorado en el que estoy metido, soy consciente de que buena parte de la población masculina se defiende panza arriba contra la supuesta pérdida de virilidad actual. Se pueden sentir identificados con un tipo al que las acusaciones de acoso sexual no le restan un voto pero, claro, una cosa es que se identifiquen y otra que puedan aspirar a hacer ellos lo mismo, que no tienen su poder ni su inmunidad. Lo de ir agarrando del pussy a quien les salga de los eggs no es algo que se pueda hacer alegremente. Con todo, solo hacer falta ver hoy que Dragó está contento por este ataque a la llamada ideología de género para comprender por dónde van los tiros. Hablando del doctorado, esta semana he vuelto allí a donde empezó todo (y que todavía se muestra como alternativa si lo de Oviedo acaba en catástrofe, esperemos que no): la facultad de Filosofía y Letras de León.


 Hacía bastante que no pasaba por allí y lo hice a una hora totalmente desusada, un viernes por la tarde. Fui al campus para buscar a mi amigo Robson, que no es de letras pero vino a León de fin de semana, ahora que está pasando el curso en Toledo. Fue como hace dos años, al inicio del doctorado, cuando él aún no había regresado a Brasil y coincidíamos por allí. Solo le conozco desde hace dos años, pero en espíritu bien podría decirse que somos amigos de toda una vida. Regresé a mi facultad, al té de polvos de limón y las transformaciones artísticas del vestíbulo, no vi a nadie conocido pero sí comprobé que había variado algo el programa del máster. Parece que a mejor, porque la investigación debería haber sido siempre obligatoria. Ya me ha dado problemas en la tesis, ¡y los que me dará! Al volver a ese recinto, con frío y oscuridad, sufrí una regresión, sin necesidad de hipnosis. Me di cuenta, aunque en el fondo siempre había sido consciente de ello, de que algunos de los problemas que me están limitando en Oviedo provienen de carencias o asuntos no resueltos de cuando estaba allí cursando la carrera o el maśter. En todo caso, considero que resulta absurdo tratar ahora de compensar esos asuntos pasados. Hay que mover ficha y seguir adelante, de lo contrario será imposible avanzar sin lastre.



Ahora estoy en otra onda. Ya lo dije hace poco en este mismo espacio, con respecto al botellón de otro campus, el de Oviedo, pero también podría asegurarlo respecto a otras experiencias posmodernas vistas recientemente, que me provocan vergüenza ajena y sobre las que prefiero extender un púdico velo. Yo no estoy allí y no quiero estar. Los ejercicios nostálgicos gozan de su encanto y las amistades deben conservarse aunque sea con la ausencia de largos intervalos, pero algunas cosas hay que dejarlas ir. Es una lección que voy a aplicar para el resto del curso y, por otra parte, me ayudará el hecho de que he conocido algunas alternativas que sí concuerdan más con la persona en la que me he convertido en estos tiempos.

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