viernes, diciembre 30, 2016

El Norte recuerda.


 Sí, creo que esta será la última entrada de este malhadado año. Malhadado pero con momentos muy positivos, no voy a sacar solo la ponzoña aquí. Por ejemplo, esta Navidad. Ha cambiado, todo cambia pese a que en ocasiones pensemos que siempre es lo mismo. Cambió y salió muy bien. Lejos del mundanal ruido. Sin apenas cobertura, fuera de la dictadura del wifi. En un castillo que valdría para jugar al Cluedo, pero sin intrusiones tipo The purge o similares. Con un spa en cierto modo mejor que el del gimnasio. Todo fue estupendo. Tanto la reunión familiar como el aislamiento, bien necesario, tal y como hoy mismo me he aislado aquí en casa para escribir esto. Y no solo el aislamiento de nuestro Winterfell, sino el que yo mismo experimenté en una excursión vespertina, a solas. Sí, no es muy responsable hacer rutas montañeras sin compañía pero disto de ser el único y, además, no me encontré absolutamente a nadie en el camino. De hecho, llegué a tener la sensación de ser el último hombre con vida en este planeta. Una lástima que esa sensación no la pudiera transformar en poesía para mi libro, que acabé en verano. Ya no es secreto, ya se reveló como mi regalo de Nochebuena. El lamento de las montañas. Y el recuerdo de las montañas, también. Ellas recuerdan, el Norte recuerda, nuestra familia recuerda y sobre ese recuerdo se vertebró esa pequeña y mágica escapada.



 Se acabó. El guión se repite, como otros años. Varios días muy intensos seguidos, por unas u otras razones, por unas u otras bacterias, de un cuerpo necesitando reposo. No fui a ver Rogue One, pese a la foto de aquí abajo con un sable láser prestado. Da igual. Ni siquiera es un episodio canónico, es solo para hacer caja. Pereza antes de que concluya el año. Tanta, que ni siquiera he encendido el MacBook que el buen Santa Claus yanqui tuvo a bien traerme. En cambio, escribo con este HP (la marca le viene al pelo) que se ha rallado en este penúltimo día, borrándome mis palabras como aquel día en que lo estampé contra la pared del cuarto de Oviedo (no se lo digáis a mi casera, es la única vez en dos años que he maltratado su piso). Confío en poder decir unas últimas palabras sin necesidad de estamparlo de nuevo. Dije pereza, pero es mentira. Mi actividad mental ha estado a tope. No en la tesis, pero soy consciente de que, a medida que la vaya completando, pasará a segundo plano frente a trabajos más lucrativos. Sí, si algo me ha enseñado este año (entre sus múltiples lecciones) es que, sin necesidad de ser rico, necesito los suficientes ingresos para llevar el tipo de vida que quiero llevar. Ese no es un deseo de año nuevo, es una pura obviedad. Por ello, he ideado un proyecto laboral que combina técnicas de mis dos carreras (incluyendo la primera, esa que a priori no sirve para nada). La idea, que mezcla otras que han ido surgiendo a lo largo del año, pretende ser innovadora y, horror, emprendedora. Lo que no se es si será exitosa, en esos casos solo tengo que fijarme en experiencias ajenas y observar cómo se puede caer veinte veces mientras vuelvas a levantarte. Ese es el espíritu. No diré feliz año, diré que trabajemos para hacerlo verdaderamente feliz.


No hay comentarios: