domingo, enero 01, 2017

Silencio.

No solo es el título de la nueva película de Martin Scorsese, que tiene una pinta estupenda, sino que, en este nuevo año, me he despertado con el silencio, después del bullicio. Hay que ver cómo cambian estas fechas de un año, valga la redundancia, para otro. Ayer hubo una nochevieja necesariamente atípica. La cena y uvas muy bien; la salida, tras unos días algo chungo, trasnochadora en la línea de otras ediciones, sin churros ni leches ni ver amanecer. Poca gente pero buena compañía y buenos lugares, por lo general. No faltó Benito, con su siempre enérgico ejercicio de travestismo de tasca centenaria a garito latino con luces violetas. Y esta mañana, tras un sueño como siempre breve en esta jornada, el silencio más absoluto. Ni siquiera me despertó el concierto de año nuevo como otras veces. Lo puse yo y ahí sigue mientras escribo esto, después de que haya recogido los restos del naufragio en la cocina, recogiendo y bailando vals (o algo así). Por una vez, estoy usando este portátil como objeto en verdad portátil. Y con sus mismos boicots. El MacBook espera. Por lo que respecta al balance de nochevieja, momento del año que siempre se ha caracterizado por bastantes despropósitos, solo me cabe añadir que ha sido bueno y que, en todo caso, ha arrastrado tendencias ya vistas en el moribundo 2016, poca sorpresa y, si acaso, indican qué tipo de líneas divergentes podrían seguirse a partir de hoy. Y ahora, a disfrutar de la música (y de la tortilla de patata y los tigres supervivientes de ayer).

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