lunes, julio 03, 2017

Arguyu y jira.


 He vuelto al Naranco, al Cristo. Diez meses después de mi primera visita, si aquella vez me hizo de guía sherpa el mismo amigo que vino conmigo ayer, en esta ocasión ya me conocía el camino y, además, fuimos dentro de una excursión organizada, no precisamente en soledad. Era la Jira al Naranco, una vetusta tradición recuperada este año, y me pareció un buen momento para decir adiós (o hasta pronto, nunca se sabe) al coloso encima del monte. Como no se puede tener todo en esta vida, el sábado por la noche se celebraba una fiesta del Orgullo (o Arguyu) en Lata de Zinc, un local que tenía ganas de conocer aunque no me quede precisamente al lado de casa. Logré compaginar ambas actividades, no siendo en todo caso la primera vez que uno el monte a la resaca. Podríamos hablar de monsaca.



 La fiesta estaba programada para que comenzara a las once pero no fue hasta las doce y media más o menos que la DJ se puso a los mandos, lo cual no ayudó mucho a que pudiera permanecer demasiado allí. Mereció la pena, en todo caso, ya no solo por el sitio sino porque, a diferencia de otras fiestas y bares de ese estilo, el ambiente me resultó más estimulante, tanto para alternar como desde una perspectiva de doctorando: más andrógino, más queer, en definitiva una bocanada de libertad que, imagino, trajo un poco del espíritu que aquella noche se estaba viviendo en Madrid.


 A la mañana siguiente, contra mis propios pronósticos, llegué a tiempo para que me dieran la gorra y pañuelo oficial, encontrarme con los amigos y comenzar con el resto de romeros (y romeras, si es que este término existe) la ascensión a los monumentos, con escolta policial y cortando la calle por segunda vez en una semana. En San Miguel de Lillo, una banda de gaitas nos hizo el pasillo de honor para iniciar la escalada más ardua, pero la más montañera en sí. Y gracias que hacía un poco de calor, que los días anteriores han estado revueltos. Llegué arriba con la camiseta chorreando, sí, pero el sol tampoco pegaba de forma excesiva. Hubo mucha suerte en la jornada, luego fuimos al prau donde nos invitaron a bollinos preñaos y culinos de sidra, y desplegamos nuestra propia merendola. Pan y vino para hacer camino, los bombones de queso azul que parecen interminables, snacks de lentejas, etc. Fue una jornada estupenda, de esas que recordaré una vez ya no viva aquí. En la medida de lo posible, quiero seguir en contacto con Asturias, no solo para el doctorado; también en una vertiente social, de posible colaboración con colectivos como el que organizó la fiesta, etc. Una cosa es que mis expectativas no se hayan cumplido del todo durante mi estancia y otra que pretenda romper todos los lazos y todas las circunstancias positivas de las que he gozado aquí. Desde luego que no.



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