miércoles, enero 04, 2012

La no especial noche.

Si la noche del 30 de diciembre no estaba, como se dice, muy pallá, tampoco lo estuve la del 31. Quizá fuera por esa prolongada comida en el parador de San Marcos, de la que salí a las siete con el estómago hinchado y un tanto revuelto. Para mí no hay días sagrados, y mucho menos noches sagradas. La de Nochevieja no lo es, y tampoco tiene nada de especial en el sentido en que para la mayoría de la gente no suele ser más que una versión bigger y longer de cualquier otra noche en la que se sale. Beneficiados, si acaso, los bares que inflan sus precios y aquellos que cuelan un par de churros por un euro. Por lo que a mí respecta, salir o no salir es un hecho indiferente para la suerte que pueda albergar el resto del año. Sí que llegué hasta un bar, el bar de aquí abajo, el Cantabrín; la mitad de la clientela eran familiares y allegados. Lo más constructivo fue una conversación que tuve con un experimentado filólogo, acerca de las vías que se me abren en este nuevo año, algo que sí es decisivo sobremanera. Al bar del Zoe ya no llegué. Luego me enteré de que, en realidad, nadie había llegado allí, je, je. 
Esto no quiere decir, desde luego, que no me haya divertido en estos días, y lo seguiré haciendo hasta el domingo, mezclándolo con alguna lectura o similar para que luego no se junte todo de golpe. Vuelve la normalidad, poco a poco, para lo bueno y lo malo. Así pues, bienvenidos a un nuevo año en Los Abrasadores. 

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