miércoles, diciembre 19, 2012

El final, no; el principio.




Poco importa que apenas haya estado en Copenhague un par de días; no lograría resumir todas las impresiones que me he llevado ni aunque me quedara despierto hasta la hora del desayuno de este hotel que, por cierto, tiene una conexión wifi bastante más deficiente que la de los albergues. Hasta ahí no llegan las estrellas... Pero debo intentar dormir un poco pues mañana, si todo va según lo previsto, regresaré a España. Dejaré atrás esta ciudad que se ha revelado como una especie de desvergonzada prima nórdica de Estocolmo.
Y, la primera, en la frente. Los hoteles económicos como este suelen estar enclavados detrás de la estación, en lo que podría llamarse el barrio chino de la ciudad. No es broma. En mi misma calle hay dos locales de strip-tease. Me hubiera encantado ver cómo alguna de esas blondas bellezas se quitaba la ropa pero, en fin, no me apetece parecerme a mi antiguo casero, y la historia del night club me recuerda a cierta noche que me perdí, por suerte, y que tampoco lograría resumir ahora. También he visto una calle que le gana a Montera en número de sex-shops, con grandes artilugios como la vagina artificial que permite sentir sensación de montárselo en la posición del perrito. Lo más curioso fue ver hoy a una monja caminando por esa calle. Supongo que iría como quien escapa de Sodoma antes del día del fin del mundo. 


Pero yo no vine aquí buscando strip clubs, sex-shops o burdeles, todo eso lo tengo en Madrid (incluso en León). Mejor me parece la libertad a la hora de vender alcohol. Incluso, a diferencia de la capital de España, aquí hay licorerías abiertas a partir de las diez de la noche. Eso (legalmente) ya no es posible en Madrid gracias a alguna de esas leyes de Gallardón, que ahora nos atormenta con nuevas sandeces a nivel superior. Sexo, alcohol, y, ya que faltaba algo, porros. Hoy estuve en la supuesta ciudad dentro de la ciudad, Christiania, convertida más bien en un parque de atracciones alternativo al Tívoli, aunque no falten los niños, y numerosos puntos para comprar marihuana. A mí eso me trae sin cuidado. Ya lo digo aquí, nunca me he liado un porro. Solo a veces me los pasaban, y el viaje por suerte era corto. No diré nombres, pero ya conozco a unas cuantas personas con el cerebro un tanto averiado por el abuso de dicha sustancia, y eso no me parece divertido. 


A propósito del Tívoli cabe decir que en sí es como un enorme espacio lisérgico con luces de neón, entretenimiento familiar a pocos metros del entretenimiento XXX. Paradojas danesas. Hablando de viajes, en el parque hay atracciones donde solo me montaría si estuviera por suicidarme. Pero los dos sitios más interesantes, y no es por dármelas de intelectual, han sido el Museo Nacional y el Museo Carlsberg. Sí, ojalá todos los empresarios cerveceros fueran unos filántropos con tan buen ojo como el fundador de esta marca danesa que he degustado aquí como seguiré haciéndolo cuando regrese. Me cuesta poner un punto y final, quizá mi experiencia escandinava solo merezca un punto y coma; como sea, es momento de descansar, si me lo permiten los curdas oficiales de este hotel. Este no es el final, es solo el principio de una nueva vida en León que tal vez albergue tan solo una antesala a otra nueva vida en tierras nórdicas. El tiempo dirá. Hasta entonces, me despido con un beso, cortesía del maestro Rodin. 


No hay comentarios: