domingo, mayo 08, 2016

Regreso al paraíso.




 Hay que asumirlo: mi anterior visita a Ponferrada me pareció perfecta, pero la perfección siempre puede mejorar. Lo he conseguido este fin de semana. En marzo, mi estancia allí se vio empañada por ser el preámbulo de malas noticias. No sucedió así en estos últimos días. Además, ha llegado en el momento oportuno, antes de que comience la preparación de una ponencia para el día 23, cuyo resumen ya he estado redactando antes de regresar al blog. El congreso, llamado Urban Encounters o algo similar, se celebrará en Oviedo y, aunque había mandado ya el consabido abstract, reconozco que se me había olvidado. En especial, porque nadie me confirmó que mi colaboración hubiera sido aceptada, hasta hace algunos días. No importa. Este sí que voy a hacerlo, sea bien o regular, a menos que una nueva catástrofe particular o colectiva se ponga en medio. 














En mi ponencia hablaré del contraste entre espacio urbano y espacio rural. De nuevo, dicho contraste existió en nuestra ruta berciana. Viernes noche, tapeo por el casco viejo ponferradino, no hasta muy tarde para que el sábado por la mañana se pudiera hacer una breve, si bien intensa, excursión a la naturaleza. Nos desplazamos al cercano pueblo de Molinaseca que, además de ser bonito, no puede estar mejor pertrechado para los peregrinos que continuamente están pasando por allí, tal y como pudimos comprobar. Desde allí parte una ruta, algo referente a Las puentes de Malpaso, aunque al final no hice foto del cartel y no puedo comprobarlo. 


Sea como fuere, no caminamos demasiado ya que amenazaba lluvia, que no llegó (bastante de eso ya hay ahora mismo aquí en León). Eso sí, la exuberancia vegetal de ese paseo nos transmitió una agradable sensación de serenidad e infundió ánimos para las respectivas responsabilidades que teníamos que seguir desarrollando el fin de semana. Valga el ejemplo de este imponente castaño, no se si centenario o incluso milenario, que da fe de nuestra propia pequeñez como especie, frente al crecimiento continuo y, a priori, inmutable, si causas externas no lo impiden, de estos colosos testigos del paso de los tiempos. 






Sería un buen momento para aferrarse al estoicismo y comprobar la insignificancia de nuestro paso por esta tierra, y cuán quebradizo es. No obstante, dado que la noche anterior pasamos por un bar de ambiente mejicano con divertidas y coloristas alusiones a la muerte, mejor será olvidar ese tono fúnebre y celebrar el aquí y ahora, en consonancia con el libro de temática oriental que acabo de terminar hace poco. Si algo me ha enseñado este fin de semana, y lecciones ha habido varias, es que merece la pena esperar, siempre que sea posible. La retribución, que no venganza, termina llegando y se planta como un faro en medio del océano, como una flecha de peregrinaje indicando el regreso a ese paraíso que nunca llegué a perder del todo. La prima vera, en fin, ofrece sus frutos y yo no voy a desaprovecharlos para producir los míos propios. 




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