lunes, agosto 15, 2016

Naranco.


El hecho de llevar un tiempo viviendo aquí no significa, en absoluto, que haya visto todo lo que me gustaría en la ciudad y alrededores. Ya el mes pasado intenté engañar a mi visitante para subir al Cristo que corona el monte Naranco, pero pasó. Hizo bien, ya lo creo. Desde mi sofá la estatua se ve pequeñita, casi al alcance de la mano, pero subirse allí arriba a pie tiene cierta tela. De haberlo hecho (si hubiésemos llegado), no doy un duro por tomar una copa luego a la noche en el Antiguo. Me gustan los planes conjuntos, cierto, pero no estoy dispuesto a rehuir una oportunidad que me tiente si puedo aprovecharla por mi cuenta. Es por ello que, en estos días tontos y demasiado calurosos para lo que se estila en esta zona, me he puesto a completar la tríada del Naranco. Tríada que, en mi optimismo, llegué a pensar que se podría concluir en una sola jornada. 



Bueno, veamos, desde luego que se podría haber llevado a cabo en un solo día, pero el de ayer, por la tarde, sí lo dediqué a actividades sociales, aunque caseras: ver Viernes 13, partes 2 y 3, por eso de que pegan mucho ahora los campamentos veraniegos junto a un lago. Campamentos que, eso sí, nunca llegan a inaugurarse. Así pues, solo disponía de la mañana y, al margen de lo que diga mi directora, no fui nada organizado, por lo que perdí algo de tiempo. Subí hasta la ruta del Prerrománico, como se puede comprobar en estas fotos, Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo. Estos dos monumentos estaban bien señalizados, desde luego. Para subir al Cristo (Monumento al Sagrado Corazón me pareció ver en el Google), no me informé bien de antemano. Eso sí, iba por buen camino; más que camino, una carretera que, en festivo, estaba bastante transitada y malrrollera para excursionistas de a pie, estrechándose a trozos y en otros un poco al borde del abismo, algo que nunca me ha agradado pese a nuestra experiencia desde la infancia triscando como cabras.



¿Llegué al Cristo? No. La carretera, además de sinuosa, da un importante rodeo, así que me quedé a medio camino, digamos. Para otra vez, con dos etapas, bocata y demás, seguramente lo consiga. Tal vez como el último puntal de agosto, antes de abandonar mi vida monástica aquí. También pasé por la pista finlandesa pero, como no había señalización alguna, me perdí la entrada y regresé esta mañana. Las fotos de arriba y abajo las saqué allí. No es tan larga como creía pero, dado que tardo media hora en llegar allí y otra media en completarla, no parece mal sustituto al aire libre del gimnasio que me acaban de cerrar.



En todo caso, ha sido mi primera aproximación a unos lugares que, seguramente, podré disfrutar en más ocasiones y estaciones. El monte siempre me ha ofrecido un efecto balsámico y, para un doctorado, en este caso resulta una herramienta excelente para airear ideas oxidadas y desenclaustrar cuerpos.




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