sábado, octubre 28, 2017

Crónicas finlandesas, II.



La del martes 17 fue la única jornada completa en el viaje a Finlandia, así pues, LA jornada por excelencia que debía aprovechar de un modo u otro. 27000 pasos, ya lo dije. Incluyó los principales monumentos de Helsinki, la mayoría de los cuales también había visitado tiempo ha. En primer lugar, la catedral luterana, voy a valerme de estos rótulos para evitar nombres raros. Imponente sobre la plaza del senado. 

Visité luego la otra catedral, la ortodoxa, seguida de un paseo por la plaza del mercado, con sus puestos tanto de artesanía como de productos tradicionales del país. Todavía no me había entrado el hambre por entonces... Caminé por la gran explanada del centro, llegando hasta el barrio del diseño y por allí sí recalé en la socorrida oferta de un bufé oriental, de las más económicas que se podía encontrar salvando las grandes cadenas de fast-food que no llegué a pisar. Energía necesaria para quemar la tarde. Comenzando por la iglesia Temppeliaukio, esta vez no me ahorro el palabro, conocida como Rock Church por motivos obvios, quizá el lugar más visitado de Helsinki, frente a las catedrales, por su peculiar estructura excavada en la propia roca, su iluminación y acústica, que pude comprobar bien al estar un coro de chicas ensayando en el mismo momento de mi visita. 


 Otro lugar archifotografiado es el monumento a Sibelius, esta especie de bosque de tubos de órgano junto al busto del artista. Aunque lo que de verdad me impresionó fue el propio parque de Sibelius, espectacular en pleno otoño, como también me sucedió con el parque que rodeaba el lago Tölöö, del cual incluyo una bucólica estampa debajo. Naturaleza en plenitud, siempre en simbiosis con el espíritu de la ciudad. Lo que me hubiera gustado ver el atardecer en cualquiera de estos dos parajes... Pero se puso a llover, algo también bastante típico de Helsinki. Poco atardecer, entonces. Algunos lugares ya visitados estaban de obras, como el estadio olímpico y su torre panorámica, al norte. También en la zona norte se encontraba una sauna pública, alimentada con leña, digamos que un enclave turístico más por su autenticidad. Sin embargo, dado que no estaba seguro de que fuera a merecer la pena y de que ya el hotel contaba con su propia sauna gratuita, cambié de idea respecto a la decisión de no visitar ningún museo durante mi breve estancia.
 

 El Museo de la Historia de Finlandia, no se si se llama así pero el concepto es muy apropiado, me venía de camino y faltaba una hora para que cerrase. Buena manera de esquivar el chaparrón, remontándome desde la Edad de Piedra hasta el centenario de la independencia de Finlandia, en 1917, que se celebra este mismo año, pasando por revoluciones sociales como las relacionadas con el colectivo LGTB. Solo faltó Tom de Finlandia. Al salir, los horarios desde luego que no son parecidos a los españoles, todavía me dio tiempo a comprar algunos souvenirs antes de que cerrara la tienda. Casi todo imanes, por eso de que no abultan, casi no pesan y de que cada casa, por lo general, tiene nevera.



 Descartada la sauna pública y la posibilidad de despelotarme junto a algún rudo lugareño, la conclusión de una jornada tan larga como aprovechada fue en el pequeño spa del hotel, por fortuna desierto en todo el tiempo que permanecí en él. Así que sauna sin bañador, como hacen en la tierra. No tenía nadie con quien mostrar pudor.



 Finalmente, Paco y yo fuimos un rato al gimnasio, por eso de probar todas las facilidades, y menos mal que pasamos porque eso compensó un poco el sandwich poco ligero que cené. Ahí estamos en el bar, en una mesa que podría ser histórica porque ahí se fraguó un acuerdo que pudiera lograr grandes avances en el campo de la medicina. ¡Tiempo al tiempo! Aparte de ello, también sirvió para brindar por este feliz reencuentro, por otro viaje que sale bien, y por el futuro, por los posibles planes de futuro ya sean en el extranjero o no. Kippis!, como dicen allí.


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