domingo, octubre 01, 2017

Regreso a San Mateo.


 Hace una semana regresé a Oviedo, primera y única ocasión en el mes después de la visita a Gijón, para pasar allí el último día de San Mateo. Si bien en un principio iba a ir acompañado, luego decidí ir de todas maneras para que así fueran tres años, al menos, los que había podido disfrutar de una jornada de las fiestas. Todo parecía nuevo y extraño. Viajar sin maleta, parar enfrente del Auditorio porque allí al lado estaba al hotel al que iba, un hotel mejor que el que me alojó en mis primeros pinitos del doctorado (por algo estábamos de fiesta)... Y no tomar la ruta de Pumarín. Solo la tomé al día siguiente, cuando fui al campus para una tutoría no planeada.



Por supuesto, al igual que sucede ahora mismo en el San Froilán de León, un enorme gentío tanto en el Gastromateo del parque San Francisco como en los clásicos chiringuitos del centro. Decidí comenzar por una tranquila cafetería junto al Ayuntamiento y luego ya me zambullí en los chiringuitos de Porlier, mientras esperaba la llegada de mi amigo Juanjo. Finalmente quedamos en uno de los sitios míticos de allí, el Per Se, que no le iba a la zaga en ocupación, suerte que pude tomarme mi té matcha, superalimento para las modelos, en el único hueco disponible, junto al espejo, ideal para expresar pensamientos narcisistas. 




 Ya comenté aquí que tenía ganas de visitar al chiringuito La Folixaria, y la pena que me daba no hubiera existido el año pasado, cuando sí vivía allí. No llegué a tiempo para las actividades frikis o para las olimpiadas, o algo así, transmaribollos, pero al menos sí pudimos tomar una sidra, con el pañuelo y el vaso contra las agresiones machistas a juego. Por cierto que allí cerramos la noche, mientras veíamos bailar a los animados miembros de la caseta al ritmo del Fary o de Shakira, por poner dos ejemplos un tanto alejados.



Este año no hubo mojito exterior, sino que lo tomé en el Paraguas, algo que me recomendó Juanjo como menos garrafonero que los que servían a pares en la zona festiva. Creo que mereció la pena, sí. Y, para rematar, un poco de sushi para llevar a su casa antes de dar el último voltio ya con la iluminación típica y la gente que aprovechaba los últimos coletazos del San Mateo. Tuve la suerte de que no fuera únicamente un viaje de ocio. No duró ni 24 horas, pero antes de regresar estuve en el despacho de mi directora para ir planificando este último tercio de año. Ella cree que en Navidad puedo tener un primer borrador de la tesis, yo lo creo también, salvo cataclismos (por usar la expresión del comité). Ya se sabe que después de Mateo viene Froilán, anoche además con la agradable sorpresa de la celebración del Día de la Bisexualidad, una semana después, por parte del colectivo Awen. Yo me sumé, al menos en parte, como no podía ser menos. Quizá pueda colaborar en este, sin perder de vista en dónde debo poner el foco ahora mismo.



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