sábado, junio 12, 2010

Hispana.

Durante toda esta semana he estado preparando un único examen (las mezclas en esto me sientan tan mal como en los licores espirituosos): el de Literatura Hispanoamericana I. Lo he tenido que dejar para el final, no por desidia sino porque durante el curso he venido currando en las materias de evaluación continua, en las que por el momento ha habido muy buen resultado. Más allá de estudiar los apuntes, que no es mucha tarea, el examen del lunes lleva adosados dos complementos como un trabajo de cierta extensión y saber el resumen de un libro afortunadamente breve. De todos modos he logrado abarcarlo, el tiempo me ha ayudado en ello al cortar de forma brusca el anticipo veraniego que teníamos hace una semana.
Al margen del interés variable de la asignatura, el problema está en cómo se ha dado. El profesor como persona goza de mi simpatía. Nos ha mandado leer su edición sobre la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz y he de reconocer que es un buen libro, con una introducción bien escrita e interesante sobre una de las pocas figuras femeninas que tratamos, una mujer excepcional como creadora hay que decir. Sin embargo, la sapiencia y el dominio sobre la materia que un profesor pueda tener no lo es todo si no dispone de buenas herramientas para transmitirla. Sus clases eran una charleta continua, un monólogo a saltitos que no parecía haber preparado con mucho interés, y ese pasotismo se extendía a la clase, en la que no siempre reinaba un mínimo de disciplina. Le hubiera sido fácil, creo yo, fotocopiar los textos de poetas bastante desconocidos para nosotros, y de esa manera enseñar de forma más práctica. La culpa no fue del todo suya puesto que quien confeccionó los horarios le daba sesiones de dos horas seguidas, que él hacía sin interrupción y las últimas clases ya me las piré porque hacía un calor insoportable, que él mismo notaba y me han dicho que incluso llegó a echar un sueñecito en algún momento dado.
Yo creo que hay una vía del medio entre el viejo sistema de la clase magistral y lo que parece imponer Bolonia, es decir, que el alumno haga el trabajo del profesor. Durante este curso hemos tenido dos profesoras (y en menor medida un tercero) que han sabido, además de dar apuntes, crear interés en el alumno a través de un método más interactivo. Yo no se si llegaré a dar clase, pero en todo caso he aprendido bastante de este sistema. Volviendo al venerable maestro de Hispana, hay que señalar que no dio el temario completo, y no por falta de tiempo. Solía acompañar sus clases con una serie de digresiones, con las que podía estar de acuerdo o no. Su idea básica es que lo vamos a tener muy jodido, más que la generación de nuestros padres, y que más nos vale emigrar cuanto antes. Bueno, es una solución que contemplo, aunque no la tengo como requisito indispensable...
Esta semana me ha costado menos chapar, aún conservo memoria, que realizar el trabajo. Me sorprendió que, siendo tan locuaz en su clase, luego en las tutorías no supiera qué decir, ni de qué manera orientarnos. Así que lo he hecho un poco a mi modo y, si lo llega a leer completo, espero que sepa valorarlo. Es algo absurdo que el trabajo siempre lo mande sobre los mismos dos libros. Año tras año, ¿no se irán agotando los temas posibles? En fin. Ahora os dejo. Aún me quedan algunos folios y acabar con la cansina de Sor Juana y todos sus peloteos a las diversas virreinas, siempre comparadas con Venus. El lunes veremos qué depara esto.

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