jueves, junio 24, 2010

No tengo miedo al fuego eterno (I)




No me refiero al fuego de la hoguera, en el cual en otro tiempo quizá hubiera ardido alguna supuesta bruja o un sodomita, me refiero a parte de una canción de La Oreja de Van Gogh, a cuyo concierto al fin asistí ayer. Tras ciertas negociaciones, al final me quedé solo como el gobierno, fue el precio a pagar por mi asistencia y lo he pagado muy gustosamente. Por no tener compañía ya me perdí la oportunidad de verlos tocar con Amaia Montero, no quería perder ninguna otra, mucho menos siendo gratis. Pero ahora me he quitado una espina, con un broche perfecto a un cuatrimestre perfecto y una sensación de felicidad permanente durante la hora y media que duró. La primera canción, precisamente, fue Sola, pero no me di por aludido. No es que no tuviera gente, la tuve después; lo cierto es que la gente tenía otros intereses, lo cual me parece legítimo. Embriagado por la música de la Oreja y en medio de una multitud, tampoco se puede decir que estuviera como un profeta en el desierto.
De hecho, el público era heterogéneo, desde los clásicos grupos de adolescentes a coro hasta esas mismas adolescentes proyectadas en la treintena. No se olvide que el grupo tiene unos 12 años de trayectoria y que mucha gente ha crecido con él, entre ellos yo. También había un anciano bajito con pinta de desubicado, detrás de quien me coloqué para no perder visibilidad. Esto de la altura es una mierda a la hora de hacer fotos... Yo nunca pretendí ponerme frente al escenario como un fan fatal, desde luego. Tenía pensado colgar aquí fotos del concierto, pero creo que lo haré en otra entrada. Esta basura, a diferencia de textos anteriores, no me deja arrastrar fotos. Con la tecnología de Google Fotos, dice. Bah. Con la tecnología de Google Pollas... De esta manera, y aprovechando que este mes tengo este blog un poco abandonado, voy a colgar otra entrada con fotos del concierto, no muy buenas pero sí representativas.

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