sábado, octubre 09, 2010

LOS CERDOS. Entrega 27.

Jonás, cumpliendo su propia predicción, se había trasladado hasta una mesa algo distante del escenario, circunstancia que empeoraba la perspectiva de un espectáculo que por otra parte no tenía ninguna intención de presenciar. Un par de copas más le habían sumergido en una especie de plácido sopor, sedando sus demonios, y consideró como no mala opción la de echarse una buena cabezada hasta la clausura del festival de las bragas bajadas. No obstante, el siguiente número le hizo desistir del sueño. Había aparecido una bailarina cuyos patrones de belleza no parecían tan estereotipados como los de algunas que la habían precedido. Su rostro guardaba una cierta semejanza con el de Penélope, un hecho que Jonás recibió al principio con incredulidad; pensó que, al fin y al cabo, quizá sí estuviera durmiendo, o que la bebida estaba modelando las facciones de esa joven según sus propios gustos. Lo que tuvo claro es que el parecido terminaba a partir del cuello, puesto que su cuerpo era mucho más escultural, lo que no iba en perjuicio de Penélope puesto que la mujer que iba a deleitarlos con su físico tenía en este su medio de trabajo.

Si hubiese adoptado la postura de un observador objetivo, Jonás podría haber supuesto que la semejanza era algo casual, subrayada por la no demasiado intensa iluminación del local, pero su ánimo alterado solo necesitaba esa estampa para obligarle a que se quedara mirándola fijamente, a través de su visión borrosa. La chica comenzó su actuación, dentro del escenario, contoneándose y repitiendo los mismos ejercicios gimnásticos con la barra que ya habría realizado cientos de veces hasta adquirir la práctica y endurecer sus formas. Jonás se mostraba como uno de los espectadores menos entusiastas, pese a que no apartaba sus ojos de la joven. La mirada de esta se cruzó con la suya, en el mismo momento en el que su top volaba como poco antes había hecho su falda; con todo, Jonás mantuvo su vista a la altura del rostro.

La artista del desnudo arrugó levemente su entrecejo. ¿Quién era ese tío, medio escondido, que se mostraba tan atento, y a un tiempo tan inmune, a sus esfuerzos? No era Penélope, desde luego, pero, como la pintora que no consigue despertar emociones con sus cuadros, como la seductora acostumbrada a enganchar a todos los hombres que se topa con uno homosexual, la bailarina se sintió un instante herida en su amor propio y, armada tan solo con un reducido tanga y unas botas de tacón, se dirigió hacia la mesa de Jonás por ver si en la cercanía lograba derretir su postura de témpano de hielo.

Aunque parecía imposible una operación así con ese calzado, la joven se subió a la mesa y comenzó a danzar de un modo sensual mientras arrojaba a Jonás una mirada no de dulzura, sino de dureza, arrogante. El receptor se agarró a su silla, aterrado, pero sin poder apartarse de esa suerte de hipnosis. Consideró que en ese momento sí parecía encontrarse en el escenario de una pesadilla, lo cual resultaba irónico puesto que estaba siendo envidiado por muchos de los vociferantes hombres que habían girado la cabeza hacia su posición. Así pues, su pavor no solo procedía del aura pesadillesca de la situación sino de lo ridícula que sería si estaba sucediendo en el mundo real. Él había buscado un lugar discreto para pasar desapercibido, pero luego el show se había trasladado hasta allí para convertirle en un actor secundario e involuntario. Suerte que sus ojos estuviesen prendados de los de la muchacha, puesto que así evitaba la tentación de pasearlos alrededor; supuso que otros hombres le estarían observando con una actitud condescendiente, tal que él fuera un pobre afortunado, con suerte de tener tan cerca una vagina a la que solo tendría acceso mediante un desembolso que no estaba en condiciones de realizar…

Entonces, comenzó la metamorfosis. Jonás siguió contemplando el bello cuerpo, casi desnudo, pero la cabeza de la mujer empezó a distorsionarse; tan rápido que, luego que Jonás cerró los ojos por un momento, se sintió forzado a abrirlos al instante y entonces el talle de la bailarina se coronaba con el rostro de una puerca. El joven supuso que, si los cerdos se irguieran y adoptaran ciertos vicios humanos como los espectáculos de strip-tease, hubieran aprobado esa cabeza estilizada y sin grasa, más de lechoncilla, que sin embargo no podía evitar lo grotesco de la estampa.

Jonás respiró hondo. Había tenido una visión semejante con los niños del locutorio, pero entonces no le había dado demasiada importancia. Creyó que tal vez le hubieran metido algo en la copa, que quisieran desplumarle, desvió la mirada hacia el público que estaba jaleando, y con toda probabilidad burlándose de él, en todo caso sin ningún ápice de pánico ante la mutación que había surgido y trataba de seducirle desde lo alto de una mesa. Jonás se notaba privado de reacción posible pero, cuando la criatura con cuerpo de mujer y rostro porcino descendió de las alturas para hacer ademán de sentarse en su regazo, se levantó como una exhalación y echó a correr reprimiendo un aullido. El resto del público, que no percibía esa transformación, encontró muy divertida la escena y estalló en un estruendoso aplauso, y la joven se sintió tan humillada que pensó en dejarles solo el top-less en su retina, si el contrato no le hubiese obligado a ir a mayores.

Jonás no paró de correr desde la whiskería hasta que encontró el primer recodo oscuro en el que pudiera vomitar con cierto anonimato, aunque no es que necesitara esconderse. Si esas náuseas estaban provocadas por la bebida o por lo que acababa de ver o imaginar era algo indiferente en ese momento. Se quedó un buen rato con la vista en el suelo, apoyando ambas manos contra la pared. De repente notó cómo unos delicados pero firmes brazos le ayudaban a enderezarse. Si bien estaba algo avergonzado por recibir auxilio, Jonás se sintió mejor gracias a ello y elevó la vista hacia su benefactor, que era una mujer con cierto parecido a la bailarina del local, pero al menos diez años mayor y ostentando un cuerpo más ajado, algo que pretendía ocultar bajo una buena capa de maquillaje y un vestuario que hubieran lucido mejor otro tipo de curvas. Pese a su aturdimiento, Jonás reconoció casi al instante la figura de una prostituta, comprobando que no había abandonado cierto clima de sordidez.

- ¿Estás bien?- preguntó la mujer, y luego murmuró en un inglés chapurreado- Do you speak English?

- Estoy bien, gracias- respondió Jonás, quien por acto reflejo la cogió por el brazo para que ambos pudieran trasladarse unos pasos más allá del lugar del vómito. Supuso que no tendría un aspecto muy seductor, pero esa no era la clase de mujer que buscaba príncipes azules ni besos en la boca. Lo cierto es que parecía muy a gusto enganchada del brazo de Jonás.

- Oye- dijo- igual no te ves con buen cuerpo, pero… ¿No crees que te sentarías mejor echando un polvo?

Jonás no se sorprendió porque fuera al grano, a fin de cuentas era una profesional. Solo acertó a esbozar una sonrisilla nerviosa.

- Venga, treinta euros por follar, aunque para chicos guapos tengo tarifa especial.

- Gracias por lo de chico y gracias por lo de guapo pero… Tienes razón. Mi cuerpo no da para eso, esta noche no.

Jonás intentó liberar su brazo, pero ella le había hecho una buena presa y parecía estarle llevando hacia su terreno, supuso que alguna pensión no lejos de aquel sombrío lugar.

- Venga- insistió la mujer- Soy experta en resucitar muertos, muertos con el doble de años, por lo menos, que tú. ¿Crees que no voy a poder contigo?

Jonás, con la mayor delicadeza de la que fue capaz en esas circunstancias, retiró el brazo de su prisión y adoptó un semblante de disculpa.

- Muchas gracias por haberme ayudado, pero me temo que no podré ayudarte yo en eso…

Se dispuso a regresar por la ruta que había tomado a la carrera pero la otra, que no estaba dispuesta a perderle tan rápido, se colgó literalmente de sus hombros para retenerle. Jonás no podía dar crédito a que la misma persona que antes le había ayudado a levantarse le empujase poco después hacia el suelo. Fue consciente entonces de su error, pues tenía que haber empezado por algo que hubiese espantado a la mujer desde el primer momento. Logró librarse de sus brazos y buscó en sus bolsillos la cartera que por fortuna aún no le habían levantado.

- Pero, mira, es que por no tener no tengo ni treinta euros, puede que ni veinte… Ya he gastado mucho esta noche, necesito una cama pero no por horas, ¿entiendes? Mira, aquí te dejo un euro para un cafelito, por las molestias…

Jonás había mantenido la vista gacha, revolviendo entre la calderilla de su cartera, y al enderezarla se quedó como petrificado, con la moneda prometida entre los dedos. Frente a él, la prostituta había adquirido la misma máscara porcina, quizá un tanto más basta, que la stripper. Entonces, abrió las fauces y articuló palabras como jamás podría haberlo hecho el animal en sí.

- ¿Qué pasa?- exclamó, con aspereza y entre lo que a Jonás le parecieron gruñidos- ¿Por qué me miras así, tan fea soy y te acabas de dar cuenta ahora?

El euro se resbaló hacia el suelo, y su tintineo fue el preludio de la nueva escapada de Jonás, que marchó corriendo como había llegado, y ya no pudo reprimir un grito de angustia que retumbó en todo el callejón. Otras meretrices, compañeras de la anterior que tenían asignada también parcela allí, tuvieron que esquivar al joven, y este veía a todas bajo el mismo patrón mutante que a la primera, por lo cual huía asimismo de ellas. Poco proclive a un ejercicio físico continuado, Jonás pensó que unas fuerzas invisibles le harían prolongar su carrera hasta que llegara al piso. Si su experiencia formaba parte de una pesadilla, ya estaba durando bastante. Pero las pesadillas también pueden tenerse estando despierto, amigo mío, le había dicho Al.

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