sábado, octubre 16, 2010

LOS CERDOS. Entrega 28.

Finalmente, Jonás llegó a su calle, jadeando pero al menos con la seguridad de que los últimos humanos que se habían cruzado en su camino eran eso, humanos, al menos desde su apariencia externa. Incluso él mismo quiso ver su rostro reflejado en un retrovisor para comprobar que, aunque desgastado por los efectos de la noche, seguía siendo el habitual. Pensaba que la espiral de locura en la que se había metido llegaría a su fin al alcanzar el territorio conocido de su calle, pero caminando por esta hacia su mitad escuchó gritos de riña provenientes del parque. Eso le parecía ya algo habitual, lo que le hizo detenerse fue que el tono de estos le resultaba familiar, en especial el de uno de ellos.

En esos momentos, lo último que quería era mediar en un conflicto, ni siquiera presenciarlo, pero pronto reconoció a los contendientes y, pese a que su cerebro no diese para mucho más en la jornada, no estaba tan borracho para no suponer que el motivo de la trifulca, de forma parcial o total, era él, y asimismo supuso quién podría haber prendido la llama de la discordia. Jonás se acercó poco a poco, no era necesario el sigilo ante ese estruendo, hasta ver a Ari y su novio discutiendo entre los columpios infantiles. Como hablaban ambos a la vez y con un acento más cerrado que el habitual, Jonás casi no lograba entender lo que decían, pero pronto se llegó a la manos, por parte del novio, que envió empujones y algún bofetón hacia Ari; suaves, pero no tanto viniendo de quien venían. Imaginó que su entrada lograría imponer el silencio y la paz, como así sucedió. Un instante de silencio profundo en el que notó cómo Ari aguantaba por un momento la respiración, enviándole la misma mirada que se destinaría a un enfermo en fase terminal. Su novio, en cambio, parecía querer adoptar el papel de dicha enfermedad y llevarle a la tumba en segundos. Jonás se arrepintió de su interrupción, un poco tarde ya.

- Vale- murmuró Jonás, con poca convicción, colocándose entre ambos- No hace falta recurrir a la violencia. Eh… Este, novio de Ari, como te llames… Mira, no quiero meterme en vuestros problemas de pareja e igual me estoy equivocando… El caso es que aprecio mucho a Ari, la considero una gran amiga pese a que nos conocemos de hace poco, y no hay nada más que eso… Si acaso alguien te ha podido comentar algo diferente…

Jonás apenas podía hablar pero, cuando salían de su boca, tenía a sus palabras por juiciosas, al menos para la hora y el momento. De todos modos, tuvo la impresión de que el novio no había escuchado ni una sola desde el principio. Ari se acercó por detrás para confirmarle en esa idea.

- Jonás- susurró- te agradezco que hagas esto por mí, pero, créeme, será mejor que eches a correr ahora mismo.

Él estaba de acuerdo, y se dispuso a reanudar su eterna carrera nocturna, pero los puños del hombretón fueron más rápidos. Jonás, poco tentado de volver a dialogar con quien hace oídos sordos, cayó al suelo de un puñetazo. Viendo que, como fardo, tenía poco aguante, el novio probó luego su resistencia como balón de fútbol con una serie de patadas mientras Jonás se encogía y trataba de cubrir sus zonas vitales. En esa postura a duras penas podía ver la cara de su agresor; no obstante, desde el suelo Jonás percibió su rostro como el de un cerdo salvaje y rabioso, mejor se diría un jabalí sacando los colmillos y casi arrojando espuma por entre los mismos. Jonás ya no se sorprendió de ese cambio, no era eso lo que le provocaba pánico sino la violencia que estaba sufriendo. ¿De ese modo tan poco glorioso acabaría la existencia del que parecía llamado a ser un científico insigne?

- ¡Huye, Jonás, huye!- gritó Ari, mientras frenaba el pie de su novio- ¡No te preocupes por mí, que esto ya me lo he toreado yo una de veces…!

Fuera cierto o no, Jonás solo podía preocuparse entonces por su propia integridad y, sin conseguir enderezarse del todo, escapó encorvado y con hilos de sangre fluyendo de nariz y boca.

- ¡Déjame!- aulló el hombre, siendo retenido por Ari con una fiereza que hubiera sorprendido a Jonás de presenciarla- ¡Una más y lo mato!

- ¡Anda, anda!- exclamó Ari, como si calmara a un bebé gigantesco y peligroso- ¿Para qué quieres matar tú a ese? ¿No te ha quedado claro que prefiero estar contigo? ¡Venga, vamos a tomar una última, a ver si te calmas!

Si Ari había conseguido pasar más de dos noches con ese hombre, sin exponerse a riesgos, era porque sabía muy bien cómo amansar su fiera interior, lo que había sido una tabla de salvación para Jonás. Un tiempo más tarde aparecieron en la entrada de la terraza del piso de Ari, y el cambio en sus semblantes se notaba a primera vista. Esa última copa a la que se había referido ella parecía haber suavizado el humor de su novio de forma considerable. Este cantaba, reía y, tras la violencia, el alcohol le había marcado para entonces con el signo de la lujuria, algo que se notaba por la manera de agarrar a Ari, ya lejos todo resentimiento. Ella se había especializado en revertir situaciones peligrosas, a sabiendas de que la fogosidad era un sentimiento a extinguir mejor dentro de la cama.

Mientras ella, sin abandonar las carantoñas, desviaba un tanto la vista para buscar las llaves, su novio sintió de repente un frío contacto metálico en la nuca. En un primer instante no supo cómo reaccionar pero, cuando Ari enderezó la mirada, notó el terror reflejado en su rostro. Ella, pese a la iluminación difusa y su propia visión borrosa, estaba contemplando a Jonás, quien, en un completo sigilo, se había deslizado detrás de ellos para encañonar con la escopeta al hombre. Su temor era sincero en cuanto jamás había observado en su vecino unos rasgos tan desencajados, tan plenos de un sentimiento carente de compasión; además, no se había cambiado la ropa manchada por su propia sangre.

- ¡Jonás!- suspiró Ari, en un tono suplicante.

- ¿Qué pasa?- gruñó su novio, haciendo un amago de darse la vuelta frente a lo cual Jonás clavó con más ímpetu la punta del arma en su cráneo.

- Ni te muevas- le advirtió, con una voz áspera que Ari tampoco habría supuesto en él.

- Hazle caso- le rogó esta, apretando su mano- Lleva un arma.

Lejos de amilanarse, el novio sonrió, luciendo una bien formada dentadura que no podía mostrar a su rival.

- No se qué tienes ahí detrás- dijo- pero si lo que quieres es asustarme con juguetes, chaval…

- De juguete serán tus sesos- replicó él, sin que le temblara el pulso- Y como intentes darte la vuelta te los vuelo.

Entonces, el amenazado pareció variar de estrategia.

- Mira, si lo que quieres es tirarte a mi novia, podrías para empezar ser más macho y no atacarme por la espalda.

- ¡Yo soy un hombre! ¿Lo eres tú?- inquirió Jonás, que no podía quitarse de la mente las imágenes porcinas- Dices que es de juguete, pero mi abuelo cazaba jabalíes con esto. ¿Eres un jabalí?

- Jonás, por favor…- insistió Ari- Se que podemos arreglar esto de otra forma.

- Tendrás que confiar en mí, si me aprecias- respondió él, sin mirarla, sin perder de vista a su presa- Te prometo que todo va a salir bien.

Quizá porque le creyera, o porque no veía otra salida, Ari introdujo la llave con rapidez y desapareció de la escena. Entonces, Jonás respiró hondo y trató de alcanzar un tono a medio camino entre la conciliación y la amenaza.

- Mira… Quiero que olvidemos todo lo que ha pasado esta noche. Pelillos a la mar, ¿eh? No te conozco pero, francamente, creo que has demostrado que no te mereces a Ari. No te vuelvas a acercar a ella, por favor, ni a este barrio en general porque, aunque no lo parezca, puedo ser peor que el puto Klu Klux Klan para ti. ¿Entendido?

Por toda respuesta, el otro se echó a reír mientras levantaba las manos, en son de paz, y lentamente se daba la vuelta.

- ¡Vale! ¡Me rindo! ¡Me rindo! - se burló- Tienes razón. No me la merezco. Me merezco mucho más, y tengo a muchas más. ¡Quédate con ella! Has demostrado tener muchos más cojones de los que te eché. Disfrutad y cuídate, vaquero… No creo que siempre puedas salir a la calle con ese juguetito.

Con tranquilidad, siendo en todo momento apuntado por el arma, el hombre abrió la puerta de la terraza y desapareció escaleras abajo. Ari, que había estado vigilando la escena de reojo, abrió una rendija de la puerta para indicarle que pasara. Jonás, caminando de espaldas, sin bajar la guardia, se introdujo poco a poco en el piso. Solo entonces dejó caer la escopeta al suelo, que Ari estaba observando cual si fuera el instrumento del diablo.

- No te preocupes. No es de juguete, eso es cierto, pero tampoco está cargada. Creo que, aunque él se ha ido como un gallo, no aparecerá más. Ha hecho un poco de teatro… Pero, ante las armas, también los hombres grandes se vuelven pequeños.

Jonás se arrastró hasta el sofá, donde se dejó caer a plomo. Ari se sentó junto a él, no quería hacer reproches pero se notaba cierta indignación latente en sus gestos.

- Pero, Jonás… ¿Por qué lo has hecho?

- Creo que vas a tener que disculparme. Es posible que tú quisieras a ese hombre, aunque te pegara, pero ya no lo volverá a hacer. A mí, todavía, pero a ti… ¡Era lo mínimo, Ari! Desde el poco tiempo que hace que he llegado, siempre me has tratado bien. Y eso es ahora lo que necesito. Ahora más que nunca…

Jonás apoyó su cabeza en el hombro de Ari, quien le abrazó, como si le acunara, hasta que el joven tardó poco en quedarse dormido.

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