miércoles, marzo 16, 2011

LOS CERDOS. Entrega 30.

Jonás y Penélope se encontraban abrazados bajo la sábana, que en su momento había sido disfraz, en un instante de abstracción post-coital. Él dejó que su mirada se perdiera a través del cuarto, iluminado por una cantidad de velas tan inmensa que temió alguna vez que se quedaran dormidos y amanecieran achicharrados.

- ¿Hemos bajado bien la persiana?

Penélope se encogió de hombros.

- La persiana es una ruina. ¿Qué más da? Que nos despierte el alba. Eso sería muy poético, ¿verdad?

Jonás sonrió. Quería decirle algo, sin saber cómo empezar.

- Penélope… ¿Crees que he estado un poco bruto? En la ducha, me refiero.

- Oh, Jonás… ¿Bruto? Pasional, si acaso. Tampoco traspasaste ningún límite… Solo sacaste un poco al animal que llevas dentro. En general, creo que eres una persona zen. Y yo también, ¿no has visto todas esas velas?

- Ja, ja. ¿Sabes, Penélope? Estoy confuso. Creo que esta vez tú y yo hemos funcionado mejor. Querría creer que todo ha sido mejor…

- Entre tú y yo, sí. Vas venciendo tus dudas. Pero la situación no ha sido mejor, Jonás. Ha faltado él. Lo encontraremos. Te doy mi palabra.

Penélope apretó con fuerza la mano de Jonás, como para sellar de ese modo el compromiso. Pasados unos segundos, Jonás se echó a reír.

- ¿Sabes?- dijo- No quiero estar triste. Supongo que eso no es lo que querría Al. Así que me he puesto a imaginarme como un animal, como un cerdo…

- ¿Dos cerdos haciendo cerdadas?- apostilló Penélope con sorna.

-… y entonces- continuó él- por asociación de ideas he llegado hasta una vieja cancioncilla de mi infancia. Una nana. ¿Crees que podría hacer que te durmieras con eso?

- Bueno, no tengo tres años. Quizá con otro polvo sí, ja, ja.

- Es lo mismo, de todos modos solo recuerdo el principio…

Los cochinitos ya están en la cama.

Muchos besitos les da su mamá.

Como si siguiera la letra de la canción, Jonás empezó a dar muchos besitos por el rostro de Penélope, hasta que ella le amarró en uno en los labios, que se abrió para ser profundo preludio de otro retozo animal.

Jonás se despertó. En efecto, la persiana había dejado filtrarse los rayos de luz. A su lado, Penélope seguía sumida en el sueño, boca abajo. No tenía intención de sacarla de ese estado, pero la visión de su espalda desnuda, como una cuesta lisa y muy apetecible, le impulsó a posar los labios sobre su columna vertebral, sin que ella se inmutara. Jugueteando un poco con sus cabellos, a Jonás comenzó de nuevo a entrarle el sopor y fue a acompañar a su amiga hacia el territorio onírico.

Cuando Jonás despertó, Penélope ya no se encontraba allí. O, al menos, no se encontraba a la vista. Él seguía tumbado en una cama de matrimonio. Seguía desnudo. Una persiana seguía filtrando la luz del sol. Pero, junto a él, existía un bulto cubierto con una sábana que no pudo reconocer en principio como el cuerpo de Penélope. El bulto emitía ronquidos que Jonás tampoco recordaba como familiares. ¿Qué sitio era aquel? ¿Se encontraba soñando todavía? Realidad o sueño, lo que más deseaba era que, al levantar esa sábana, pudiera encontrarse de nuevo con la espalda de Penélope y recorrerla de arriba abajo como una escalera, depositando un beso en cada escalón. Sin embargo, no había ninguna señal de que eso pudiera producirse. Temeroso, haciendo pinza con dos dedos, cogió la sábana por un extremo y, queriendo desterrar esos temores que quizá no tuvieran ningún fundamento, de un tirón retiró la tela para encontrarse con las rotundas formas de Ari, dormida, asimismo, boca abajo.

Ella también estaba desnuda. Sin llegar a monstruoso, su cuerpo al natural disimulaba mal sus defectos y, sobre todo, no resistía comparación con el que Jonás había deseado encontrarse allí. Además de sorpresa, su vista causó una impresión tan fuerte en Jonás que tuvo que reprimir un grito y, casi saltando de la cama, se dirigió fuera del dormitorio, buscando el cuarto de baño. No iba a vomitar, no otra vez, en cambio metió la cabeza debajo del grifo, tenía que refrescarla y aclarar sus ideas.

Desterrando el recuerdo de Penélope, se centró en lo que había sucedido con Ari, en lo último que tenía en la memoria. En el sofá de su casa… Se quedó dormido. Sí, tal vez encima de ella. No recordaba el traslado al dormitorio, tampoco haber sido desnudado ni que se desnudara ella misma. Quizá estuviese malinterpretando el asunto. Como a un niño, Ari le quitó la ropa y le metió en la cama. Pero, ¿toda la ropa, aun con ese calor, y ella misma también?

Hasta entonces, Jonás solo había centrado sus pesquisas en Ari, pero la noche anterior le había dejado huellas mucho más visibles que lo que pudiera haber pasado entre él y ella. Jonás fue consciente de eso de una manera dolorosa al ver reflejados los moretones y marcas por todo su cuerpo en el espejo del lavabo, recuerdo del que ya consideraba como ex – novio de su vecina. El hecho de contemplar su cuerpo desnudo con tales estigmas provocó que el dolor de estos, que hasta entonces no le había preocupado gran cosa, se avivara. Jonás sintió un mareo y tuvo que agarrarse al lavabo. En el espejo observó no ya su cuerpo, sino su rostro, porque le daba la impresión de estar perdiendo el juicio. Junto al lavabo había una cuchilla de afeitar, muy usada, supuso que otro souvenir del hombre que le había utilizado de pelota de fútbol. Jonás la cogió y, lentamente, comenzó a pasársela por las muñecas. Se echó a reír, de forma macabra. Esa hoja, desgastada hasta tal punto que ni siquiera sería capaz de cortar un pelo del bigote de su antiguo dueño, tampoco podría cortarle las venas a él.

Asqueado, Jonás trató de serenarse y arrojó la inútil cuchilla a la papelera, para luego lavarse ambas manos. Las reflexiones que empezaban a surgirle le convencieron de que, en primer lugar, si pretendía volver a su casa vestido, tendría que eliminar, todo lo que pudiera, las manchas de su propia sangre en su ropa. Por ello, regresó al dormitorio por ver si podría rescatarla sin despertar a Ari.

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