sábado, marzo 19, 2011

LOS CERDOS. Entrega 31.

Tras una tradicional sesión de lavandería en el baño de Ari, Jonás había conseguido, si no que las manchas desaparecieran, sí al menos disimularlas lo suficiente para el corto trayecto entre el piso de su vecina y el suyo propio. El calor se encargaría de secar la ropa que había dejado tendida en la ducha, salvo los calzoncillos. Dolorido por los golpes, el esfuerzo de frotar le había resultado mayor, así como iba a ser el de prepararse algo de desayuno. No quiso despertar a su anfitriona. Tendrían mucho que decirse, también ocasiones más oportunas de hacerlo. No creyó abusar de su hospitalidad abriendo el frigorífico y, entre algunos productos exóticos que fue incapaz de identificar, descubrió unas tiras de panceta que, por la irregularidad en el corte de unas a otras, supuso que procedían del taller, quizá alguna hubiese pasado por sus propias manos.

Aunque no era de desayunos muy fuertes, Jonás no creyó que Ari se molestara por quitarle ese fruto del trabajo de todo el grupo, echó varias tiras a freír y, mientras tanto, buscó papel para dejarle una nota. Le resultó, en principio, un recurso algo pobre, pero lo consideró más cortés que marcharse sin ningún tipo de despedida. Era una nota, no una carta, por ello Jonás fue parco y apuntó que no había querido despertarla y que probablemente no aparecería aquella tarde por el curso, pues necesitaba reposar de todo lo acontecido el día anterior.

A la vista de los acontecimientos Ari no quedó satisfecha con su nota, puesto que, una vez ella misma pudo arreglarse un poco, subió hasta la vivienda de Jonás. Pensaba que, tal vez, él no querría verla, no tan pronto al menos, y era consciente de las dudas que podían haber asaltado al joven en el momento de despertarse. No obstante, llamó y estuvo esperando hasta creer que, en efecto, él no abriría o no se encontraba allí. Cuando iba a regresar por la terraza, la puerta se abrió y Ari sintió un escalofrío al observar la figura que aparecía ante ella, cubierta de pies a cabeza por una bata blanca, guantes y una máscara antigás que era la que imprimía un matiz más inquietante al conjunto. No obstante, tras la máscara surgió de inmediato el rostro sonriente de Jonás, quien no parecía contrariado por verla.

- ¡Vaya! Hola, Ari. Disculpa estas pintas. Estaba en mi laboratorio… Preparando una matanza, ja, ja.

Si bien sonaba a burla, Ari no supo cómo interpretar sus palabras. Comenzaba a ponerse algo nerviosa, algo que disimuló bajo su habitual buen humor.

- Te veo muy bien, Jonás. ¿Te ha dado energía la panceta?

- Oh, Ari, sí, me sintió un poco mal el cogerla sin preguntarte pero bueno… Casi no padezco ni los golpes. Te debo un par de raciones, je, je.

- ¡Nada!- replicó ella, alcanzándole un par de bolsas de plástico que había traído- Tonterías. Tú hoy no te preocupes ni de la carne, ni del taller… Aquí te he traído una bolsa con surtido, ja, ja, que me gustaría que aceptaras. Ah, y la otra es de casquería y vísceras. No se si te gustan esas guarradas, ja, ja, pero, en fin, pensé que igual podrías sacarle provecho.

Una sonrisa no exenta de malignidad asomó a los labios del joven, lo cual reavivó el nerviosismo de Ari, aunque a continuación se dirigió a ella con un tono de dulzura.

- ¡Muchas gracias! La carne… En fin. Tengo el congelador lleno, no creo que pueda aceptarla. ¿Y por ahí qué traes? ¿Sesos, tripas…? Ja, ja. Hum. Igual se me revuelve el estómago, todavía no he conseguido borrar del todo las manchas de sangre.

- ¡Oh, Jonás, lo siento…!

- ¡No, mujer! Estaba bromeando. Trae para acá esas vísceras, que algún uso les daré, aunque sea para un experimento. Bien, ¿y cómo te encuentras tú?

Ari se mostró un tanto indecisa a la hora de hablar, rasgo poco conocido en ella.

- Bueno… No me siento muy bien, Jonás. No querría que estuvieras en peligro por mi culpa.

- Tranquila, Ari. ¿Lo dices por tu antiguo… lo que fuera? Ya te lo dije ayer, no creo que vuelva. Perro ladrador… No creas que no voy a tomar medidas, pero tampoco puedo estar en un estado de pánico permanente.

- Sí. Espero que no vuelva. ¿Pero qué me dices del otro gallo? Ese vive aquí y en cualquier momento puedes cruzarte con él. Anoche mismo volvió a amenazarte otra vez. Bueno, nos amenazaba a los dos.

- ¿El novio de la choni me dices?- inquirió Jonás con no poca sorna- En ese caso, perrito ladrador… No se, Ari, ojalá tuviera todo el tiempo del mundo para dedicarme a esas niñerías pero antes debo seguir con este experimento. Cuando lo acabe ya intentaré arreglarlo, ¿merecerá la pena? Hablar, hablar, estaría cojonudo hablar con todas las personas con las que pudiésemos arreglar nuestros problemas. Pero… ¿en qué idioma habla esta gente?

- Yo puedo hablar con ellos. No me importa. Solo quiero, por favor, que no vuelvas a sacar esa escopeta. Las carga el Diablo, incluso si están descargadas.

Jonás sonrió, para tranquilizarla.

- No te preocupes por eso. Si trato el asunto, lo trataré con moderación, pero ahora mejor me vuelvo con mis probetas y mis cacharros.

- Vale. Me gustaría que descansaras pero, ¿vas a ir luego al taller?

Jonás creyó percibir un mohín en su rostro.

- ¡Buf! A clase no creo que llegue, podría hacerlo después, a última hora, si voy bien de tiempo. Pronto estaré más libre, y me encantaría volver a quedar contigo.

Las palabras de Jonás sonaron sinceras para Ari, pero seguían constituyendo un cierto misterio. Le pareció que las percepciones acerca de algunos fragmentos de la noche anterior no eran similares ni para ella ni para él. No obstante, tras el ofrecimiento de Jonás este se despidió con dos besos y cerró la puerta, cargando en una mano la bolsa de la casquería y con la otra volviéndose a cubrir con la máscara antigás.

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