jueves, abril 07, 2011

Cuesta arriba, pero con freno.

Si no he escrito hasta ahora en este mes, ni en la novela ni en el blog, no ha sido por pereza y desidia, que también, sino porque he estado ocupado diseccionando las propias palabras; hoy es víspera de examen pero, sea como fuere, si yo siento la necesidad de escribir pues escribo, poco me puede importar ese examen que ni siquiera es obligatorio y, además, tampoco madrugará, siendo a las cinco de la tarde.
Cuando decidí volver de Madrid para continuar esta carrera (decisión más dolorosa de lo que algunos podrán creer), mi meta era exigente aunque no demasiado, pues quería sacar cada curso en un año, sin preocuparme de la nota. Luego vino Bolonia metiendo prisa, y empecé a estudiar de cara a una beca aunque, no obstante, el hecho de sacar calificaciones muy altas no siempre depende de mi esfuerzo sino de otras circunstancias sobre las que puedo tener o no el control. Podrían decirle a esto a Esperanza Aguirre a cuento de su idea del Bachillerato de la Excelencia...
En carreras largas, como esta, resulta natural llegar a puntos en los que todo se hace cuesta arriba, y no solo ya el sacarse las asignaturas. Yo, pese a que solo queda mes y medio de clases, siento cómo Cuarto me está mostrando una cara poco simpática (con excepciones, eso sí) y me muevo entre la añoranza de Tercero y el deseo de que llegue Quinto.
Ciertas peculiaridades de esta facultad, al principio entrañables, también pueden albergar un reverso tenebroso. Por ejemplo, lo reducido de las clases, que a veces puede crear un ambiente familiar muy agradable, pero en otras fastidia. ¿Se contagia a los profesores? Los hay muy profesionales. Se limitan a enseñar, y punto. Nos explican lo mejor que pueden su asignatura, aunque esta sea un coñazo como la de mañana, y carril. Por desgracia, otros abusan del paternalismo y de una falsa amistad con los alumnos.
Eso me resulta cargante. Hay cosas que no pasarían de ser una clase grande. Vamos a ver. Si un profesor falta a su hora y luego pretende recuperarla, imaginad que dice a sus cien alumnos: Bueno, os ponéis de acuerdo entre vosotros y me decís para cuando la damos. ¿Ponerse de acuerdo cien personas, con sus horarios diferentes y sus vidas diferentes, por no hablar de aquellos que directamente no quieran recuperarla? Pues bien, cuatro personas tampoco tienen por qué ponerse de acuerdo, sobre todo si tienen metas distintas, estrategias distintas y diplomacias distintas. Y yo no tengo por qué aguantar que un profesor salte a la esfera de lo que considero mi vida personal, y me diga que hable a quien no quiero hablar, o que arregle mis diferencias con quienes no puedo o no quiero arreglarlas, o que de por sentado dónde está mi futuro (en oposiciones a Secundaria), o que me pida que vaya dejando apuntes...
Que haya profesionalidad, ante todo. Yo quiero aprender, lo demás me distrae, y con este calor ya ni os digo. De cara a evitar informalidades, niñerías, faltas de respeto o demás inconvenientes, me reservo el derecho a variar mi propia estrategia de cara a lo poco que queda de curso. Hoy se celebra una manifestación de jóvenes en varias ciudades españolas, con el lema: Sin curro. Sin casa. Sin pensión. Sin miedos. Sí, no hay que tener miedos, como por ejemplo a lo que pueda pasar mañana por la tarde, y aunque otras cosas falten al menos todavía nos queda algo de dignidad.

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