domingo, agosto 09, 2015

Interludio.

Hace un año, el mes de agosto se caracterizó, en primer lugar, por la aparición y rápida desaparición de una verdadera serpiente de verano, una de esas personas que surgen en tu vida y se evaporan tan rápido como los fuegos artificiales que suelo ver desde el salón del piso de Oviedo, arrojados desde los pueblos del monte cercanos; en segundo lugar, por una excursión al propio monte, mal planificada y, por ende, mal ejecutada. Esos momentos de ociosidad ya pasaron, ahora no me plantearía siquiera subir para ver al Cristo, ese detalle brasileiro que vigila la ciudad desde las alturas, y esos dos factores del pasado ya no tienen importancia para mí, como no sea para contemplarlos desde el prisma de la experiencia. 
En los próximas días, tal vez, sí me plantee una nueva visita a Gijón, durante sus fiestas. Vaya gracia de fiestas, por cierto, que han logrado que tenga que pagar por el billete de tren el precio más elevado que recuerdo. ¡Que vuelva el otoño! Mi bolsillo lo agradecerá. Al margen de que asome el hocico o no por allí, mis verdaderos días de interludio son estos, rescatando la cazadora otoñal para las noches de agosto en León. ¡Un clásico! Los sofocos para dormir después de medianoche los dejamos para otros lares menos afortunados, al menos en cuanto al clima. No voy a alargar esta entrada porque este mes, en sí, no puede ser demasiado prolífico. Tras los dimes y diretes de burrocracia a comienzos del otoño pasado, creo que el próximo curso va a comenzar con menos obstáculos y de un modo bastante más enérgico. Sirvan estos días para refrescar, y mucho, las ideas y aprender  las lecciones que están ahí desde hace tiempo, si tan solo nos molestamos en considerarlas. 

No hay comentarios: