viernes, marzo 25, 2016

Pons Ferrata: el paraíso recobrado.


Tenía sentimientos encontrados respecto a Ponferrada, aunque no sea una ciudad que me desagrade, desde luego. Ello se debía a mi estancia allí durante mis estudios que desembocaron en mi primer título universitario (ya lo he repetido aquí: el hecho de no ser homologado no lo convierte en menos título). Me ocurrió un poco como en Oviedo ahora. Me creo altas expectativas, que no se cumplen. Antes bien, conozco a gente que no es la adecuada, por norma general. El azar, o no. El caso es que, gracias a la invitación de mi amigo Gonzalo, pude resarcirme en menos de veinticuatro horas. Tanto en su casco histórico como en el bello entorno natural, Ponferrada me mostró una imagen que era la que deseaba descubrir: un paraíso recobrado. Y, cuando el autobús pasó por delante de mi antiguo campus, no pude evitar que se me hiciera un nudo en la garganta. 



Viernes de Dolores, sin que los hubiera. Celebración, que se cruzó con algunos actos iniciales de la Semana Santa, algo boicoteados por la lluvia. Nosotros estuvimos a resguardo en varios bares. Ninguno de ellos los recuerdo de mi carrera, pero es que ya ha llovido, valga la redundancia, y mucho. Lo que no hice fue cometer el error de beber tanto como en mis primeros días en esa ciudad. He llegado a una época en la que valoro mucho mi regeneración neuronal. Me va la tesis en ello. 


Pese a mi moderación, cierto que no tenía demasiado sentido hacer al día siguiente una excursión a las diez de la mañana. Con todo, había que aprovechar la estancia. Y a mí me vino estupendamente. La primera parada fue en la presa de arriba, con una fuente de agua sulfurosa que olía como huevos podridos. Eso sí, llené mi dinosaurio-termo con ella y de sabor no era desagradable. Es más, quizá el azufre me diese fuerzas para continuar por la Senda de los Romeros, que es la que tomamos después, a la vera del río. 


Aquí estoy, frente a un amago de las ruinas de Moria, intentando dar el pego de que me mantengo muy fresco en la ruta. El resarcimiento no solo llegó a la ciudad de Ponferrada, sino que también pudimos disfrutar de esa pequeña y bonita ruta, casi dos años después de que abortara mi estancia en Picos de Europa, por una serie de motivos que ahora, relativizados, me resultan ridículos. Lo que tiene la distancia... Hacia el monte, ya lo dije en su momento. Siempre el monte. Es esa una herencia familiar que jamás perderé. No es cuestión baladí que esa jornada fuese el Día del Padre. Una burbuja de felicidad, antes de afrontar acontecimientos más amargos. Pero los afrontaremos, aunque sea perdiendo el resuello tal como yo me veía cuesta arriba y apoyándome en esa fina vara. Welcome back, Ponferrada! Ojalá pueda volver antes de que acabe la primavera. 


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