martes, junio 14, 2016

Lo inenarrable.

Faltan palabras para expresarse en estos casos. Si no fuera por la confluencia de dos fenómenos tan acaparadores de atención como son el fútbol y la política, imagino que el atentado del pasado domingo hubiera tenido más repercusión, si bien tampoco es que haya pasado de puntillas por la actualidad. ¿Cómo podría? Pudiera haberle pasado a cualquiera, al margen de su orientación/opción sexual o como se quiera llamar. Podría haberme pasado a mí mismo, poco frecuentador de discotecas, catalogadas de ambiente o no, pero que hasta hace un par de años sí que solía visitar algún lugar por el estilo, con buenos recuerdos. 
Podrán gustar más o menos, pero son espacios de libertad, que generan frustración y envidia en quienes no comparten los valores que significan. No elucubraré aquí sobre si ha sido obra de una sola persona o amparada por algún grupo terrorista, porque me trae sin cuidado. Lo que está fuera de toda duda es el carácter del acto, el odio al diferente que rezuma. ¿O no tan diferente? ¿Por qué no un odio a uno mismo? Lo último que leía era que los amigos del autor de la masacre le consideraban gay y que frecuentaba la propia discoteca en la que actuó. Me parecería de lo más lógico. La homofobia interiorizada es de las peores que hay. El padre de este sujeto decía que había visto a dos hombres besándose y eso le había enfadado. ¿Enfado o quizá frustración, por no atreverse a hacer él lo mismo en público? 
Sí, posiblemente sintió asco, aunque no parece un argumento sólido como para liarse a tiros. A mí hay muchas cosas que me dan asco, sobre todo cuando se acerca esta temible estación del verano. Acabo de venir de un supermercado saturado, en el que moverse era someterse a pruebas olímpicas y abundaban pazguatos y gente vulgar y lamentable. ¿Y qué? Esa es la prueba de la convivencia. De eso he aprendido yo bastante este año y los problemas se solucionan de otra manera. 
Pero, claro, hay ocasiones en las que el odio es demasiado fuerte y quienes se dejan invadir por este no tienen nada que perder. Tantos años luchando para obtener espacios en los que poder expresarse con libertad pero estos quedan lejos de convertirse en santuarios. La violencia avanza, es buena y mala señal. Cuanta más visibilidad, más violencia, porque la gente se ve acorralada en sus prejuicios y necesita defenderse, con puños o balas. En las ciudades en las que la visibilidad se queda muy corta, como las dos en las que yo vivo, desde luego que no suele haber muchas noticias de agresiones. En todo caso, no se puede volver atrás. No me he implicado activamente en grupos de concienciación LGTB+ desde hace algunos años, si bien mi tesis tiene un evidente carácter social (algo difícilmente explicable en el contexto de unas jornadas doctorales). Tal vez sea el momento adecuado de regresar, aunque sea con perfil bajo. No todo va a ser teoría.

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