domingo, abril 25, 2010

LOS CERDOS. Entrega 4.

Poco avanzado el inicio de dicha jornada, Jonás Virgil se encontraba dentro de una cita que ni tenía prisa en concertar ni tenía la menor intención de retrasar un día más: una entrevista en la oficina de empleo. Mientras desayunaba, una bolsita de té negro y una magdalena que le ofrecieron en el autobús, y luego al ducharse, para poner a raya el sudor y el sopor de una noche desvelada, Jonás había ido trazando un guión mental sobre cómo podría desarrollarse esa entrevista. Luego, cuando estuvo frente a la joven que tenía que encargarse de ella, de su edad o quizá un poco mayor, su intuición comenzó a captar gestos delatores de que iba a seguir, en gran medida, ese guión.

Jonás jugaba al despiste, iba bien vestido, con una camisa fresca que no le adhería el calor, daba la impresión de que, en vez de a la oficina de empleo, iba al empleo mismo, a intentar engatusarlo para conseguirlo. Había algo en su figura discordante de la tónica general en la rutina de esa joven entrevistadora, algo que se puso en mayor evidencia cuando ella comenzó a repasar su currículo. Jonás, observando en su rostro una expresión de no dar crédito, esbozó una sonrisilla vanidosa; por disimularla, comenzó a coger folletos acerca de cursos para desempleados en los que fingía poner mayor o menor interés.

La entrevistadora, como si tuviera que hacer un comentario de su currículo línea a línea, iba desgajando datos que Jonás confirmaba con un leve asentimiento, ocultando su propia opinión bajo una máscara impasible.

- Tienes treinta y tres años. Cierto, pero aparento menos, como suele pensar la gente y pensarás tú misma a juzgar por tu actitud. ¡Gracias por el cumplido! Recientemente has obtenido el doctorado en Química; cuentas además con numerosos seminarios y, en la actualidad, disfrutas de una beca por parte de unos prestigiosos laboratorios para realizar un proyecto de investigación. ¿Y ahora qué? Cómo me gustaría que tus labios pronunciaran lo que tu rostro está expresando con diáfana claridad.

Pero esas tres palabras no salieron de boca de la entrevistadora. Jonás se había distraído más de la cuenta contemplando uno de los folletos cuando se vio obligado a recoger el guante que en cierto modo ella le arrojaba.

- Es cierto- comentó- Tengo esa beca. Bien, digamos que… El prestigio de esos laboratorios no se ha traducido en la cuantía de la beca. En una palabra… En mi ciudad natal me encontraba viviendo con mis padres y con esa subvención apenas me daba para independizarme. Tenemos un negocio familiar, un mesón para que el yo he sido siempre un inepto redomado y, bueno, con eso hemos ido tirando hasta que me vi en la necesidad de trasladarme aquí, por motivos personales…

Jonás se sentía embarazado y algo bobo, circunstancias también previstas en su guión. Creyó mezclar varias ideas, algunas inconexas, justificando su vida mucho más allá del folio del currículo, hasta llegar a la llave mágica, al motivo de los motivos personales, expresión ante la que supuso que su interlocutora se quedaría estática, con cara de interrogante frente a la que él no soltaría la menor prenda. No fue así.

- ¿Y vas a seguir con tu investigación, entonces?

- ¡Desde luego!- afirmó Jonás, como si sostener lo contrario hubiera sido ya propio de un demente- Seguiré en cuanto me manden mis materiales, pero hasta entonces necesito algún ingreso. No es que haya pasado mucho tiempo en esta ciudad, pero… Tengo la impresión de que te cobran casi por salir a la calle.

Y casi por respirar, sobre todo durante esta estación.

La joven sonrió, corroborando su opinión.

- Es posible que puedas encontrar algo a tiempo parcial, ya sabes, para sufragar gastos y poder seguir al mismo tiempo con tu estudio. En verano hay más oferta en ese sentido, quizá no tanta como antes pero, eso sí, dudo que vaya a poder encontrarte algo… Adecuado a tu nivel, vamos.

- ¿Mi nivel?- repitió Jonás sonriendo, el ego satisfecho pero destilando cierta sorna- Bueno, no tengo ningún problema con eso. Voy a seguir con lo mío, lo demás poco me importa. Si he llegado a conocer a médicos que trabajaban en un videoclub, y eso cuando los videoclubs todavía eran un negocio a tener en cuenta…

- Pero, ¿vienes con alguna idea sobre lo que te gustaría, al menos?

La entrevistadora no había pasado por alto que, dentro de su jugueteo con los papeles, Jonás se había guardado un folleto debajo de su carpeta. Era el único en el que se había detenido un poco más allá de la mera sensación de distraerse. Lo sacó de allí, alargándoselo.

- Bueno, no tenía nada pensado. Pero creo que esto me gustaría.

Jonás no mentía. Nada tenía pensado, solo dejarse llevar y fiarse de su intuición y el azar, que le había deslizado aquel papel entre los dedos. La joven le observó con sorpresa, quizá pensara que se estaba quedando con ella, que todo formaba parte de una gigantesca broma destinada a cubrir un poco el vacío del verano.

- ¿Estás seguro, Jonás?- dijo ella, y le mostraba el panfleto cual si por ser científico no supiera leer- Esto es un curso para formar auxiliares de carnicero, un programa desarrollado entre la comunidad y la cadena de supermercados Apolo. Durante ocho semanas te forman y luego te dan un diploma, no se te asegura el entrar a trabajar en la compañía aunque eso depende del rendimiento que tengas en el curso. Y tú crees que yo voy a tenerlo bajo, muy bajo. Por lo que me has comentado antes… Parece que no te gusta mucho la hostelería, ¿verdad?

Jonás descubrió lo que ella había entendido como contradicción en su discurso, se apresuró a matizar.

- Bueno, no se si la carnicería se puede equiparar a la hostelería, aunque obviamente tengan que ver… En el mesón tenemos buenas carnes, no es que quiera presumir de ello pero es cierto, lo que pasa es que es mi padre quien se ocupa sobre todo de esas cosas. Yo, en fin, no quiero parecer un científico pirado, pero no se me da bien atender las mesas, los clientes… Esos palurdos que engullen como puercos. Muchas veces he ayudado a mis padres a la hora del cierre, recogiendo y limpiando… Limpiar me relaja, es cierto, creo que me va a venir bien viendo cómo está el piso de mis abuelos. Pero bueno, de mirar también se aprende, creo yo, y he visto cortar muchos filetes. Aunque nuestra especialidad es el cochinillo, el cochinillo asado.

Jonás cortó su alocución, le parecía absurdo tener que justificarse por aspirar a un curso en el que seguramente entraría cualquier hijo de vecino, sin empleo y con poca o ninguna cualificación. ¿Acaso iba ella a hundir su boquita en el tierno lomo de la delicatessen de su mesón? No lo veía. Aunque, por otro lado, le hubiera encantado verlo.

- No dudaba de tu capacidad. Pero debes tener en cuenta que esto es un curso, no un trabajo en sí. Te van a formar, eso no te da acceso directo al mundo laboral pero sí puede abrirte puertas, en esa misma empresa o al menos en otra de cara al curriculum, claro que… ¿Se puede mejorar tu curriculum con esto?

- Al menos no será una mancha- apostilló Jonás.

- Si acaso puedo decirte que el género que cortáis durante las clases, es decir, la carne, no se pone a la venta evidentemente pero tampoco se tira. Al final de la jornada se divide según el peso entre los alumnos.

La joven se quedó callada de repente. Jonás pensó que quizá no quisiera utilizar la expresión de que, en cierto modo, les iban a pagar en carne. ¡Nada menos! Con el insistente fantasma de Alonso Polión sobrevolando de nuevo en su presente, Jonás pensó que, fuera como fuese, esa actividad iba a resultar un curioso distraimiento, justo lo que necesitaba entonces.

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