martes, agosto 02, 2011

LOS CERDOS. Entrega 44.

XIII

A la mañana siguiente esa misma mochila, ligeramente abultada, acompañó a Jonás cuando este se bajó en la estación del cercanías. Él, con una cara de sueño que disimulaba mediante la visera del cursillo, que se había calado lo bastante aunque no tanto como para perder ojo respecto al cartel de la estación señalada. Al bajar del vagón, Jonás se sintió transportado hacia las escaleras mecánicas que descendían hacia el vestíbulo. Ya no es que se encaminara hacia allí, sino que tuvo la impresión de ser absorbido por las fuerzas circundantes a su persona, que la impelían no solo a caminar, sino a hacerlo muy rápido si no quería verse avasallado por una turbamulta de zapatos recién lustrados y maletines que dejaban en la indigencia a su vetusta mochila.

Esa hora temprana, comúnmente conocida como hora punta, congregó a la salida del tren a cientos de trabajadores que se apresuraban a tomar esas escaleras. Al ver a esa apelotonada masa de personas, casi empujándose unas a otras, Jonás percibió que pronto perdían su condición de personas completas, y se transformaban en una gigantesca piara de cerdos. La mayoría de esas porcinas cabezas se acoplaba a un traje impoluto, lo cual le resultó más grotesco si cabe. Sin embargo, en esa ocasión no pareció importarle. Lo daba por hecho. Al margen de que pudiera haberse acostumbrado más o menos a esas visiones, su mente no se focalizaba en ellas, sino en su propio interior, en los planes que le habían llevado hasta allí, luciendo un aspecto poco envidiable.

Iba abstraído, y su imagen exterior proyectaba calma. Se dejaba mecer, primero por el gentío mutado y luego por el runrún de las escalerillas, considerando ese como el momento que precede a los grandes retos de la vida, aquellos de desenlace incierto y que requieren perseverancia justo hasta el último segundo antes de llevarlos a cabo. Para Jonás, todo cambiaría en el instante de pisar el vestíbulo. Por ello, mientras la escalera le iba descubriendo el que sería teatro de sus operaciones, fue activando todos sus sentidos para registrar el escenario lo antes posible. Pronto ya no tendría el resguardo de la multitud y desembocaría en la extensa planta baja, que albergaba un ordenado conjunto de puntos de información, tiendas y cafeterías.

Jonás se sorprendió al comprobar que en una de estas últimas, más cerca de su posición de lo que le hubiera gustado, se encontraban desayunando Penélope y Al, en una mesa colocada fuera del establecimiento. De todos modos, ambos parecían muy enfrascados en su conversación como para reparar en su presencia. Penélope prestaba más atención a su maleta de ruedas, e intercambiaba numerosas risas con su acompañante. Viéndolos, parecían una pareja de novios más dentro de la estación, a punto de embarcarse en un viaje. Nada hacía suponer que el destino de Penélope implicara dramatismo. Jonás se iba acercando poco a poco, calándose la gorra aunque no tanto como para llamar la atención; en ocasiones, un exceso en el querer ocultarse podría ser la vía más rápida para perder el anonimato. Sencillamente, optó por convertirse en un viajero más y, con ese fin, recogió alguno de los múltiples periódicos gratuitos que parecen propiedad común por parte de los usuarios del tren.

Leyendo, esperando a alguna circunstancia inconcreta, Jonás vigiló la zona cercana a la cafetería; Al y Penélope, tras haber apurado su bebida, se estaban levantando, lo cual le hizo maniobrar para que no se cruzaran con él al salir del recinto. Un corto trecho más allá de la cafetería se encontraban unos aseos públicos, y Jonás se imaginó que hacia allí guiarían sus pasos, cada cual al que le correspondía. Antes de entrar, ella se detuvo un momento, mientras sacaba del bolso un pintalabios. Al exhibió una sonrisa mordaz y a Jonás le pareció escuchar, aunque quizá se lo imaginó puesto que conocía bien a su amigo:

- No tardes mucho, ¿eh? Que tampoco vamos a la Mansión Playboy…

En el momento en el que Al desapareció dentro del baño, Jonás se apresuró a seguirle allí dentro. Era consciente de que, al margen de que aún tuviera dudas sobre lo que iba a cometer, el éxito o el fracaso de esto mismo podría determinarse por una cuestión de segundos.

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