domingo, julio 31, 2011

LOS CERDOS. Entrega 43.


Jonás regresó al presente para fijar sus ojos en aquella flauta, que al final había recuperado, y que llegó al piso al mismo tiempo que él. Tenía pensado guardarla, por no despertar en su amigo un recuerdo agridulce para ambos. De hecho, a los pocos minutos Al le llamó para comunicarle que se encontraba cerca de su calle. Cuando entró a su domicilio, lo hizo tosiendo y algo confuso ante el estado del mismo, y eso que aún no había llegado a la cocina.

- ¡Vaya…!- murmuró, tras haber saludado efusivamente a su amigo.

Jonás tenía curiosidad por preguntarle dónde se alojaba esa noche, pero al final no lo hizo, suponiendo además que su amigo iba a disponer de pocas horas para el sueño.

- Aunque veas esto un poco patas arriba, puedo ofrecerte una copa. No tengo hielo… En realidad sí lo tengo pero no te gustaría su sabor, creo.

Los comentarios aumentaron la confusión de Al, pero se limitó a asentir.

- ¡Sí! Qué más da cómo esté, si me va a quemar la garganta igual… Lo necesito de todos modos.

- Lo necesitamos- precisó Jonás, yendo a buscar otro vaso a la cocina.

Al echó un vistazo hacia esa habitación, pero retiró el rostro en seguida, con disgusto.

- ¡Maldita sea, Jonás! ¿Qué es ese manto de bichos? Ya me habías dicho que el piso era viejo, pero tanto…

- Las cucarachas no las heredé. Digamos que intenté convivir pacíficamente con ellas, pero al final me acabé hartando. El gas…

- ¿Así que era eso?

Al no se sentó, sino que siguió vagando un rato por el salón, lo cual incrementaba el nerviosismo de Jonás; quería evitar de un modo más o menos educado que su amigo fisgara por el piso.

- ¡Quién lo hubiera imaginado!- dijo Al con cierta burla, tras tomarse un lingotazo de whisky- Esta es la principal investigación que te retiene aquí: un cucarachicida.

- No solo eso- replicó Jonás, algo irritado.

- Ya- dijo Al, pero tuvo que interrumpirse por un acceso de tos, que no fue provocado por la bebida- Pues para insectos no se, pero creo que a una escala más grande podrías utilizarlo de arma química. A mí ya empieza a fulminarme…

- Si quieres una máscara puedes cogerla en el laboratorio.

- ¡Oh, el laboratorio!- exclamó Al, llegando hasta ese antiguo trastero en el que el desorden le dejó más estupefacto- ¿Pero tú puedes trabajar aquí?

- El desorden es temporal- comentó Jonás, entrando tras él- Pero, vamos, no creo que vayas a encontrar mucho de interés aquí.

- ¿Cómo que no?- contestó su amigo, señalando hacia el cuadro de Penélope- Tranquilo, no voy a husmear demasiado. ¿Estamos con secretitos, a estas alturas? Pero… ¡Qué puntazo!

Al había descubierto de repente la escopeta, que le fascinó desde un primer momento y se dirigió a cogerla.

- ¡No me digas más! Era de tu abuelo, ¿verdad?

Jonás, al principio, iba a decirle que no se encontraba cargada, pero luego cambió de opinión.

- Sí. Y ten cuidado con ella, es vieja pero peligrosa.

- ¿Peligrosa?- repitió Al, observando la mirilla telescópica- Bah, ojalá hubiéramos tenido un trasto de estos y no un par de cuchillos, ¿no crees?

Pese a que aún no había localizado la flauta, Jonás comprobó que Al se había acabado refiriendo al episodio de la montaña.

- La suerte es que no la hubiera tenido el pastor- remató, lúgubre, mientras se sentaba en la cocina. Ya no tenía ganas de seguir detrás de su amigo.

Al tomó asiento también, dejando la escopeta apoyada en la pared, junto a él.

- Bien, vayamos entrando al tema, porque mañana tengo que madrugar.

- Ya algo me comentaste por teléfono, ¿verdad?

- Sí. Pero, ya que al fin nos hemos reencontrado, me gustaría hablar un poco sobre ti mismo. Si no te importa…

- Bueno, ya dijiste que ibas a ser directo, así que mejor empieza pronto.

- Te dije que estaba algo preocupado por ti. Y ahora veo que, para bien o para mal, estaba en lo cierto. Cuando nos separamos en aquel bosque pensaba que un cambio de aires te vendía bien. Y ahora me encuentro con que, en vez de aires nuevos, lo que has hecho es gasearte la casa.

- Muy ingenioso. ¿No pensarás que he intentado suicidarme?

- ¿Y por qué no?- replicó Al, sin inmutarse- Todos tenemos demonios. Y tú también, no creas que Penélope y yo no hemos hablado de eso. Y, perdóname que te diga, ella no va a poder ayudarte, pero yo sí. Para ella puede ser vital el quedarse en ese centro, pero yo sí puedo permanecer contigo en este piso, hasta que logres superarlo.

- ¿Hasta que supere el qué?- replicó Jonás con acritud, aunque era consciente de que perder los nervios iba a favorecer la tesis de su amigo- Mira, si lo que crees tú, o ella, es que se me está pirando la pinza, suéltalo ya y no marees la perdiz, por favor. ¿Estoy loco?

- Te estás volviendo loco. Eso es lo que Penélope notó en ti y, obviamente, ella tiene bastante experiencia en ese tipo de percepciones. Lo siento, Jonás, yo también lo veo. Y, como no estoy acostumbrando a verte así, el cambio me parece más fuerte. Tú siempre fuiste el formal, el estudioso… Yo era el que cometía locuras. Y puede que, después de todo este tiempo, si te da por cometer a ti una locura sea una locura acumulada, enorme, espantosa. Ya no solo cargarte a un puñado de bichitos. ¡Esa es la punta del iceberg! Y por eso quiero que, de momento, estés lejos de ella, que esperes al menos hasta que su situación sea más estable.

Pese a que el tono de Al no podía ser más comprensivo, Jonás se levantó con una mirada fulminante que su amigo no evitó, sabedor de que sus palabras podrían provocar una brecha entre ambos.

- La conclusión a la que llego- murmuró Jonás, arrastrando las palabras, al tiempo que las imprimía un matiz amenazante- es que tú quieres que me aleje de Penélope. A su vez, ella también me quiere lejos. Y mañana vais a ir a la estación para salir de viaje, hacia un destino en teoría conocido, y yo no estoy permitido siquiera a acompañaros para despedirme. Llámame loco si quieres, no te faltarán razones. Del mismo modo, te digo que no tengo por qué creerme nada de lo que me estás contando, ni de lo que me contó ella. Puedo creer que mañana vais a desaparecer juntos, así de simple.

Al se levantó de un modo brusco, de tal manera que la escopeta cayó al suelo, con el cañón apuntando hacia la puerta de la cocina. Observó a Jonás como si aceptara su desafío, lejos ya toda actitud de comprensión. De hecho, le propinó un pequeño pero enérgico empujón, que hizo que el cuerpo de Jonás se balanceara un poco hacia atrás pero no amenazó su equilibrio. Por si acaso, ya tenía localizada la escopeta como medida disuasoria; reculó hacia la cocina, siendo conducido hacia allí por el avance de su amigo.

- ¡Eres un imbécil!- le increpó este, con otro empujón que le hizo traspasar el umbral de la cocina- No me puedo creer que todavía sigas obsesionado por lo que pudiera pasar entre ella y yo. ¿Pero es que no tienes ojos en la cara? O, mejor dicho, ¿no tienes un ápice de sensibilidad?

Jonás comenzó a pisar cucarachas muertas, temiendo que, si Al volvía a empujarle, podría resbalar y estamparse contra ese repugnante suelo.

- ¿Cómo puedes estar celoso? ¿Cómo?- continuó Al- ¿Para eso viniste a buscarme a la montaña? Y todavía insinúas que estoy con ella… Pues mira lo que te digo, ojalá no la hubieses traído allí. Ella no tuvo la culpa, pero su presencia lo trastocó todo. Si de mí dependiera, jamás habríamos salido de ese claro en el bosque. ¿No crees que sería lo mejor, Jonás? Tú y yo viviendo juntos, al margen del mundo, como en esas églogas que todavía no he sido capaz de escribir. ¿Y si todavía estuviéramos a tiempo? ¡Tú y yo, desaparecidos para siempre, que se joda el mundo!

Una maligna sonrisa se dibujó en el rostro de Jonás.

- Todavía estamos a tiempo de desaparecer juntos- le dijo, y recogió la escopeta del suelo, ofreciéndosela a Al.

Este, en principio, no supo muy bien a qué se estaba refiriendo, no desde luego a sus ideas bucólicas. La mirada de Jonás oscilaba entre su amigo y el depósito de gas natural que se alzaba en la cocina. Al comprendió finalmente.

- ¿Eso te gustaría?- exclamó, agarrando la escopeta- ¿Qué saltásemos por los aires? Vamos, tú no me ofrecerías una escopeta cargada. ¿Te crees que soy gilipollas? ¡No te rías de mí!

Al enfureció, golpeando con la culata de la escopeta el pecho de Jonás, quien, como temía, se cayó al suelo pero arrastró con él a su ofuscado colega. Ambos forcejearon por el control del arma, si bien de modo poco violento, hasta que se la quedó su legítimo propietario y Al se enderezó, asqueado, necesitando otro trago.

- ¡Gracias Jonás!- gruñó- ¡Gracias a tu plaga acabas de anular las pocas horas de sueño de las que disponía, y salimos a las ocho!

Al se llevó la mano a la boca, demasiado tarde. Hizo un gesto jedi con los dedos, moviéndolos delante de Jonás.

- Tú no has escuchado nada de esto- exclamó, con voz robótica.

- Tus frikadas son inútiles conmigo- se burló Jonás desde el suelo, en el fondo encontraba bastante mullida la alfombra en la que se habían convertido las finadas cucarachas.

- Mira, no tengo tiempo para discutir contigo más. Si piensas sobre lo que te he dicho, mañana no aparecerás allí. Cuando vuelva de ese sitio te llamaré, ¿vale?... ¡Ah! Si no es molestia, voy a tomar un par de cosas para el camino.

Al le cogió una de las botellas, no la de Lambrusco y, antes de que él pudiera reaccionar, le agarró por los brazos para enderezarle un poco, hasta que él pudo agacharse y plantarle un beso en los labios; no introdujo la lengua, pero estuvo algunos segundos con la boca abierta, abarcando la suya, hasta que se despegó y, sin mediar palabra, salió del piso.

Jonás, después de esa brusca y no esperada incorporación, volvió a tumbarse en el suelo, ya no le daba tanto asco y, de hecho, se estaba adormilando. Su estado le pareció una suerte de variación sobre el cuento de La bella durmiente; Al le había besado no para despertarle, sino que para que se durmiera y, de ese modo, no albergara la tentación de dirigirse a ese tren, en el caso de que supiera a qué tren dirigirse. Si esa hubiese sido su intención, cerca hubiera estado de conseguirla, pero al fin Jonás se impulsó para ir, en primer lugar, a lavarse las manos. Luego salió de la cocina, y comprobó que Al le había sustraído la botella menos vacía. Ahí su amigo ya no habría obrado con tanta pericia, pues apurar todo el alcohol restante sí que hubiese dejado fuera de combate a Jonás, mucho más allá de las ocho de la mañana.

Se conformó con lo que había, y recogió la escopeta del suelo. Con esta, regresó al laboratorio, dentro del cual sintió una inesperada paz dentro de su desorden. Dejando el arma, iluminado por alguna idea súbita, comenzó a contribuir a ese caos revolviendo más aún el armario, del que extraía todo tipo de objetos, incluso los que parecían más insignificantes. Se detuvo de forma especial en una vieja mochila de excursionista; comprobó su capacidad y que, pese a su apariencia poco lustrosa, no había perdido resistencia en las asas. La apartó hacia algún rincón libre del cuarto, si es que eso era posible, y continuó el registro.


No hay comentarios: