viernes, diciembre 16, 2011

Puente prenavideño (II).






Sábado: este fue el único día en el que comí en el piso de Legazpi, restillos que quedaban: un buen plato de pasta y unos nuggets congelados. Bastante es, habida cuenta de que nadie vive regularmente allí. Si en mi último viaje fui a finales de agosto para librarme de los rigores del calor, esta vez no pude evitar el frío, porque solo hay un radiador eléctrico para toda la casa, y la ausencia de muebles tampoco es que abrigue. No me sorprende que ahora mismo esté acatarrado, a ver si esto no persiste hasta navidades. Para colmo, al principio creí estar a oscuras allí, pero no era cuestión de las bombillas, sino de un mal contacto del interruptor que llegué a arreglar. 
Al estar solo tres días, resultará obvio decir que alterné bastante con amigos y permanecí poco en el viejo piso. El sábado por la tarde, en la foto de arriba, me podéis ver en un pequeño pub de Chueca. 





A la hora de cenar también permanecimos por esa zona. Se puso a llover, y eso en Madrid puede constituir motivo de caos. Pequé de ingenuo. Pensaba que el Mercado de San Antón iba a ser un espacio tan diáfano como en mi último viaje, pero, teniendo en cuenta las riadas humanas en las que me había sumergido la jornada anterior, estaba claro que no iba a ser así. Suertudos nosotros, con todo, pudimos hallar un sitio casi en la salida de emergencia. Me tomé algo que no sabría si definir como copa de Lambrusco o cáliz de Lambrusco, con la pizza aparte. Mi amigo convino en ir a algún lugar de tapas más asequibles y numerosas. Es decir, algún lugar tipo los que hay aquí. Es que en este reconvertido Mercado, con su toque chic, puede notarse que lo chic tiene un precio, pues en León me ponen el Lambrusco y la pizza me la regalan, no va a aparte. 



De camino, tomamos un recuerdo fotográfico de la iluminación de la plaza de Chueca, que, se supone, es una bandera del arco iris, sui generis. A mí me recuerda más bien a tiras de regaliz... 



El tugurio en cuestión de tapas al modo leonés era una sidrería, El Tigre, y que yo recuerde es el único sitio en que haya visto un camarero que te acomoda ya no en mesas, sino en espacios de barra sobrantes, eso da noticia de cómo estaría el lugar, y eso que era la hora del fútbol. La tapa más abundante, sí, también más basta, la consumición algo más cara que aquí, nobleza obliga, y los vasos de sidra no eran de culo ancho sino más bien de coca cola, algo que muchos hubiesen interpretado como blasfemia. Mi noche acabó allí porque mi amigo curraba y unas compañeras de facultad, de turismo por la capital, decidieron permanecer en su alojamiento, ante el tiempo poco amigo. Eso me permitió, al menos, disfrutar de mi último día con energías renovadas, como podremos comprobar en la entrega final del viaje. 



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