martes, diciembre 13, 2011

Puente prenavideño (I).


Mientras llegan las fiestas en sí, vamos a hacer tiempo analizando esta breve, pero intensa, escapada prenavideña a Madrid; hacía bastante que no me pasaba por la capital en estas fechas y, ¡vaya ambiente! Excesivo, al menos en horas punta. Vayamos por días: 


Viernes: aunque en su publicidad se precie de tener el 98,4 por ciento de puntualidad, mi tren llegó un cuarto de hora tarde, un obstáculo liviano que no impidió mi ronda por el centro que, como no podía ser menos, comenzó por Sol, y su arbolazo de ahí arriba. Quizá esté de más subrayar el inabarcable gentío que se esparcía entre Sol, Preciados y Callao. La plaza principal, una vez desaparecidos los indignados, había sido tomada sobre todo por dos especies: la de vendedores de lotería y la de mimos o gente disfrazada con cochambrosos trajes de Pocoyó, Bob Esponja, Super Mario, etc. 

El Corte Inglés, puesto que celebra su mes grande, no había escatimado en iluminación, como podéis comprobar tanto en Preciados como en su clásica fachada de Cortylandia, que me recuerda tiempos pretéritos y el otro viernes andaba atestada de una tercera especie, la de vendedores de globos. En esta apoteosis del consumismo, todos tienen su hueco, aunque la faceta más ridícula es que la podremos comprobar a continuación. 



La Plaza Mayor, iluminada por una especie de pequeños ovnis de colores. El mercadillo este sí que es todo un clásico, pero no triunfaban los belenes ni los abetos. Ya no proliferaba una especie, sino una extraña mutación en las cabezas de muchos de los viandantes, en forma de gorros de todo tipo: el favorito parecía ser uno en forma de cabeza de reno, pero no faltaban setas, sombreros de Papá Noel, también pelucas a lo afro y otras más adecuadas para  la cogorza de Nochevieja. Puede que los gastos se hayan reducido un poco, pero sin embargo nadie parecía tener problema en soltar euros para lucirse de tal ridícula guisa. ¡En fin! Espíritu navideño, imagino, y también calentaría un poco la cabeza porque el tiempo ha sido coherente con estas fechas. 



Cuando ya me sentía engullido por esa avalancha de personas anónimas, me fui a alternar con los amigos de la capital, en el típico barrio de La Latina. El bar de abajo se llama La concha, pero bien podría llamarse La verga. Pagué la novatada de la cámara nueva y, por desgracia, se me acabó la batería, y es una lástima, porque yo quería dar fe de los dos cuadros que presidían ese salón. El de atrás era de un efebo desnudo, tumbado cual tomando el sol. Como tenía cuernos, yo no supe a ciencia cierta si era un efebo cornudo o un sátiro sin patas de cabra; los cuernos eran pequeños, pero no tanto como su órgano de la generación. Más tela traía el cuadro de al lado, un Martirio de San Sebastián en el que tanto el martirizado como los martirizadores eran hombres musculosos que solo portaban una especie de suspensorios. Ni en Chueca llegué a ver algo así. Pero, en fin, me recogí pronto, que los viajes suelen cansarme, y navegar entre la multitud ya ni os digo. Regresaré para narraros un sábado con más energía. 



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