domingo, abril 10, 2016

Los Cantos de Maldoror.


Te ha llegado un libro. ¿Qué clase de últimas palabras son esas? Bueno, si son dirigidas a mi persona, entonces ya parecen más significativas. Y, desde luego, nunca debieron haber sido unas últimas palabras. Hay personas que no se despiden porque no quieren, así de simple; otras, sencillamente no pueden. El día antes de que yo disfrutara de mi reencuentro con Ponferrada, me llegó ese mensaje final, esa despedida posmoderna por what´s up. ¿Y qué libro es el que ha marcado semejante fatalismo? No podría ser otro mejor: Los Cantos de Maldoror, del Conde de Lautréamont, que ni era conde ni nada. 



Esta obra maldita, que no había leído hasta ahora ni he comenzado aún, la encargué en realidad porque, además de estar en mi lista de hipotéticas lecturas, viene en una cuidada edición, ilustrada por Martín. Tampoco se me ocurre mejor ilustrador, pardiez, merced a las pesadillescas imágenes que evoca esta obra, Cual si de un Necronomicón se tratase, la aparición de la misma dio el pistoletazo a dos semanas y media de verdadera pesadilla, dando la impresión de que su malditismo pervivía a través de los siglos, y que, tal vez, debí hacer caso a la advertencia que venía en su contraportada: Lector, por tu propio bien, aléjate de este libro cuanto puedas. 


En todo caso, pese al recuerdo funesto, espero disfrutar de esta obra y que tal vez el propio Martín nos dedique sendos ejemplares, a mi hermano y a mí, en la acostumbrada cita navideña. No debería cargar de negatividad este volumen, del mismo modo que sería absurdo hacerlo con el último libro que compré en Santander, la novela gráfica Maldita tesis; una obra mucho más humorística y luminosa, de la que hablaré en otro momento. Los objetos se empapan del recuerdo, es inevitable. Y no solo los objetos, incluso el mítico Cuarto Milenio, que en una década me ha acompañado en tantos dimes y diretes, adquirirá una pátina algo triste puesto que, en los últimos meses, solíamos verlo juntos cuando coincidía que yo estaba en León. En su memoria, seguiré disfrutándolo, y empezaré esta misma noche (si no me duermo, claro está). 

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