jueves, abril 07, 2016

El lamento de las montañas.



En esta movida Semana Santa, movida y a todas luces marcada ya para siempre, mis amigos me recomendaron unos vídeos de Dokusho (no lo escribo bien, pero ese ahora es el menor de mis problemas) Villalba, maestro zen español. Así he hecho, y también saqué un libro suyo de la biblioteca. Siempre me gustaron las lecturas sobre zen, no en vano el primer libro que compré en Oviedo estaba bastante relacionado con el tema. Ahora mismo, más allá de esas políticas anales que merece la pena reivindicar aunque suenen a chiste (y es precisamente por esa hilaridad por lo que deben ser reivindicadas), necesitaba un alimento más espiritual. Algo que me ayudase a relativizar conceptos y trascender la visión materialista y dualista de nuestra realidad actual. La voz del valle, el color de las montañas, así se llama el libro del maestro. Las montañas no solo han jugado un papel muy importante  en mi vida, sino también han sido escenario recurrente a lo largo de los últimos tiempos, no fuera más que viéndolas desde el autobús. Observando una montaña, según la filosofía zen, se puede hallar la iluminación. A mí hasta ahora no me ha sucedido, pero su mera contemplación sí me produce una serenidad tal que no es de extrañar que el monasterio zen al que se refiere el maestro se situé en un entorno de este cariz. 
Yo nunca he sido un montañero de pro, lo asumo sin ningún pudor, pero es evidente que tengo una conexión muy especial con los puertos y los montes, por herencia materna y paterna. El mismo concepto de los Abrasadores, con quienes he compartido estos últimos días, no se entiende sin aquellas excursiones a veces tan suicidas, peña arriba y abajo, que nos marcábamos.Es un legado que debo mantener y transmitir, si no a mi descendencia (es pronto para saber si esta existirá), al menos sí a través de mi escritura. Allí, en la grandeza de estos colosos, tal vez sea donde, parafraseando a Dokusho, nos traslademos como parte de un continuum de energía cósmica, una vez abandonamos nuestros cuerpos físicos. Habrá a quien le suene demasiado pseudo-místico, pero no deja de remitir a una sabiduría que ha sobrevivido cientos de años, y que vale para bastante más que para bautizar algún spa o algún suplemento de periódico. Frente al ansia del tener más, y más, sin saciarnos nunca, es bonito apreciar la simple belleza de una rosa, como la de arriba, o de un paisaje mil veces transitado pero que nunca nos cansa. Por lo que a mí respecta, y aunque no haya evidencia científica, estoy seguro de que las montañas sienten, a su modo, y también se lamentan. Pero renacen, especialmente ahora en primavera, y siguen su ciclo. Seamos duros y resistentes, como ellas. 

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