viernes, noviembre 09, 2007

HACE UN AÑO YA ANDÁBAMOS POR AQUÍ.


Increíble, pero mucho celebrar el primer aniversario del blog, y se me pasó por alto otro igual de relevante, el de mi regreso, aunque en aquel caso fue de carácter temporal y no muy dilatado, a esta ciudad hace un año por estas fechas. No hace falta mirar en retrospectiva para deducir que en esta ocasión mi permanencia en León está teniendo mayor sentido. A fin de cuentas, estoy estudiando mi segunda carrera, una que he comenzado tres veces, y supongamos que por una vez el dicho se cumple y a esta va la vencida. Es una ocupación de provecho, poco me importa que se diga que es una titulación sin futuro, ese es otro de los extendidos tópicos que tenemos que sufrir la gente de Letras. ¿Y quién se supone que va a dar clases de español? No es que esa sea mi perspectiva de futuro, pero las hay peores.
Sin embargo, cuando me vine aquí a primeros de noviembre del dos mil seis, alrededor de esa decisión tajante se ceñía una red de motivaciones varias, no todas confesables. Se diría que me fui huyendo del trabajo, pero no era para tanto. Ya es paradoja, pero es el mejor empleo que he tenido en mi vida, si bien no el más aguantable, de ahí que en los últimos tiempos estuviera planificando un improbable regreso de hijo pródigo. Sí, yo pudiera haberme quedado en Pozuelo, en ese gran equipo que formaba junto a Oli. Pese a esos señorones que se creían por encima de mí, cuando en tantos aspectos estaban por debajo. A principios de noviembre, ya quedaba lejos el Five Carros Affaire y remitía la campaña de libros de texto. El jefe no quería que me fuera; yo, en cierto modo, tampoco. Pero hay dos palabras que obran un poderoso influjo sobre mí: una se llama Navidades, y va bastante más allá de ser el período comprendido entre la nochebuena y los Reyes Magos. Son, casi, un estado mental. La otra, la tenéis ahí arriba: Los Abrasadores, y su estreno en sociedad, en la sociedad que les creó. Nada de esto pudiera haber sucedido si me hubiera quedado en el Hipercor a vaciar, solo un poquito, los inmensos bolsillos de los moradores del corredor oeste madrileño.
No se si este es un buen día como para mirar hacia atrás. Mis posibilidades de ocio para esta tarde se han ido desplomando una tras otra. Madrugué tan solo para un par de clases, y aunque he dormido lo estipulado, a estas cosas uno nunca se acostumbra. Y, encima, lejos de evadirme ayer me puse una película de Wong Kar Wai, una triste historia de amor llamada In the mood for lover, con la que, pese a que no soy chino, me identifiqué por algún motivo. Tampoco voy a mentir haciendo suponer que mi regreso es desdichado. El martes tuve una cita de la que salí satisfecho, el miércoles otra de dispar calado, ayer seguimos creando los cimientos de una asociación con la que, pese a mi función de espectro, estoy muy ilusionado. Y mañana reanudaré de algún modo mi vida social. También son necesarios momentos para la reflexión, para que mensajes como estos puedan salir bien.
Sin embargo, hoy sí he notado algún leve detalle que indica mejoría respecto al año pasado y, sobre todo, una sensación de tanto alivio como que se ha aprendido de errores que ya no se cometen en situaciones similares. Yo hay una cosa que tengo muy clara. Para las grandes metas de nuestra vida, me da igual en qué ámbito queramos conquistarlas pero tienen que ser aquellas que su mera existencia se erija en razón vital, un paso diminuto puede tener significancia análoga a uno grande en cualquier otro terreno menor. El año pasado cometí torpezas, sin embargo reconozco que ahora las observo desde una posición cómoda, lo cual me permite esbozar una sonrisa irónica mientras pienso ¿Ese era yo?, aún a riesgo de que ese yo pueda volver a serlo cualquier día en la actualidad.
La memoria filtra recuerdos desagradables, pero también los mismos son necesarios para comprender qué nos ha llevado hasta aquí. Hubo ocasiones desaprovechadas, situaciones mal resueltas, comunicaciones no transmitidas; pero también, y de manera inesperada, que es la más complaciente de todas, surgieron momentos que ahora mismo no se cómo recuperar. Podría intentarlo, quizá incluso mañana mismo. O dejar que reposen allí en el pasado, evocados, que no calcados, como recurso artístico para un guión que nace tan de situaciones humanas como en otra época lo hizo el de El ser reprimido. Como se que es muy difícil, pero lo neguemos por adelantado, el que el azar disponga encuentros tan casuales como esos, por ahora prefiero dedicarme a intentar mejorar aquellos episodios que quedaron inconclusos o sobre los que, en todo caso, ahora recae una nueva perspectiva. Y lo haré sin prisa. Con pasitos pequeños, que a la vez de gigante.

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