jueves, diciembre 03, 2009

CRÓNICA DE UN NO RETORNO (POR AHORA) Parte I

CRÓNICA DE UN NO RETORNO (POR AHORA)


3/12/08

Hoy, como hace un año, debería encontrarme en la víspera de mi viaje a las jornadas de invierno del colectivo aragonés Magenta. Solo de pensar que mañana tendría que ponerme en camino me entran náuseas, y no porque la experiencia me resulte poco aconsejable de repetir, sino porque desde el primer momento en el que subiera al tren o autobús me estaría torturando la sensación de perder cuatro o cinco días preciosos para librarme de parte de mis pesadas alforjas de trabajo. Porque no todos los cursos son iguales. Ni todas las carreras son iguales. Ni, por supuesto, todos los estudiantes son iguales. Estas tres diferencias, aunque salten a la vista, parece que no todo el mundo las tiene claras. Yo sí, porque no me queda más remedio.

Este curso se han invertido las tornas. Si el segundo cuatrimestre se presenta bastante despejado, no puedo decir lo mismo de este. Hubo dos buenos motivos que me hicieron, en el último momento, decantarme por asistir a esas jornadas. Uno fue el eje central sobre el que iban a transcurrir, y el segundo es mejor dejarlo en el limbo porque hasta ahora no he sabido sacarle provecho. Era reticente, y es lógico. Siempre he encontrado bastante detestables los campamentos y similar. No es una cuestión de falta de sociabilidad… Tanto placer encuentro en pasar ratos con buenos amigos o conocer gente como en los instantes del estilo en el que me hallo ahora, dedicado a mí y al a priori reducido público al que vaya a llegar este escrito. En los campamentos parece como si todo estuviera milimetrado para que no te quede un resquicio de tiempo que dedicar a ti y tengas que permanecer de continuo absorbido en la masa social. Y, si intentas buscar esos instantes de intimidad, puedes dar por seguro que la idea no será bien acogida a menos que la gente de que te rodees comprenda y acepte tu comportamiento. En el pueblo de Torrellas renuncié por unos pocos días a disfrutar de espacios personales pero, francamente, hacia el final ya me encontraba hastiado.

Habrá quien piense que tanto la lectura como la escritura son entretenimientos individuales que entorpecen el relacionarse socialmente. ¿Entretenimientos? Por los cojones. Yo no moriré por falta de libros o por no poder reflejar lo que siento en un papel o un ordenador, pero el caso es que se trata de impulsos que provienen de mi organismo y me han acompañado siempre como si desarrollara un instinto. Si no fuera así, ¿qué sentido tendría que ahora me encuentre escribiendo sobre sentimientos propios cuando en realidad debería estar resumiendo libros de otros autores? Este impulso me vence, vence incluso al sopor que surge tras una semana de clases.

No, yo no valgo para la casa de Gran Hermano. Una casa ideal para mí, sin llegar a ser una inalcanzable torre de marfil, tampoco es una granja de pollos reconvertida en albergue con treinta camas por cuarto, cuarto en el que no pueda hallar mi espíritu reposo ni para la intimidad para con mi creación ni para otro tipo de intimidades que en la oscuridad parecen clandestinas y que a mí me gusta llevar a cabo con una luz, tenue al menos, que me haga recordar el momento (cuando este merezca ser recordado). Aquí en León puedo salir por la noche, puedo avistar las bandadas de paso que pronto emigrarán pero, en el caso de que saliera durante todo el puente, y eso no va a ser, al día siguiente siempre tendría este refugio para purgar los excesos y reflejar las más interesantes experiencias. Lo de Zaragoza es una especie de continuum, una esquizofrénica situación en la que por un lado hay una parte didáctica y comprometida y por el otro una parte lúdica que boicotea a la primera hasta el extremo de torpedearla.

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