miércoles, diciembre 23, 2009

El trabajo no nos hará libres.


La buena noticia de estas fiestas es que, por ahora, no me he puesto malo, y en eso ya hay diferencia respecto al año pasado. La mala, que lo que no han logrado los virus lo lograrán los trabajos, las lecturas y los exámenes que tengo asomando la patita por debajo de la puerta. Súmese todo esto a algún problema imprevisto y se tendrá un fin de año, y comienzo, bien agitados. Hoy leí un demoledor artículo sobre la universidad en el Diario y creo que los estudiantes puede que seamos parásitos, que solo pagamos el ocho por ciento del coste que generamos, pero no somos vagos. Yo al menos. ¿Cómo serlo, si las clases en diciembre cada vez acaban más tarde, y los exámenes en enero cada vez empiezan antes? Rememoro el letrero de Auschwitz, que unos chorizos tuvieron la indecencia de intentar robar, con su lema trufado de un infame humor: El trabajo os hará libres. A mí, sin ironía, creo que el trabajo no me hará libre esta Navidad. Pero lo asumo, no todos los cursos pueden ser iguales y , ojeando un poco el temario, veo que en el pasado he lidiado tareas peores, saliendo airoso.
Ayer vi Donde viven los monstruos, una película curiosa de un curioso director. La premisa, que parte de un cuento con apenas un puñado de frases, es esta: un niño se enfada con su madre y sale corriendo, llega hasta el mundo de los monstruos, o algo así. No son monstruos malos como en otros cuentos (aunque sí feos de cojones), pero constituyen una especie de enorme psiquiátrico, algo así como un Monstruos al borde de un ataque de nervios con las más variadas patologías: celos, incomprensión, envidia, psicopatía, etc. Parecen pedir a gritos, y aullidos, que venga el Freud de los monstruos en vez de ese rey niño que poco puede hacer por ellos. Aunque, si tuvieran espejos donde pudieran ver sus horrorosas fachas, creo que la depresión no se les curaría con facilidad... Los bichos se divierten haciendo el animal, por supuesto, y cuando el chaval ve que puede convertirse en filetes decide echar agua de por medio.
No se, no me convenció del todo. Puede que sea cine infantil sui generis, pero prefiero el de mi época, no era tan lírico pero al menos ganaba en entretenimiento y diversión. Quien quiera ver cabreos monstruosos, que vaya a la oficina de empleo, al aeropuerto o que pregunte a alguien que, teniendo menos suerte que yo, se haya esmorrado tras resbalar en el pavimento, no precisamente anticaídas, de la calle Ancha. Si no vengo antes, ¡feliz Navidad!

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