viernes, enero 29, 2016

Crónicas parisinas II.


A la merde, necesito un teclado y un ratón. Los quebraderos de cabeza que me dio ayer esta entrada casi me llevaron a inventar un nuevo deporte olímpico, el lanzamiento de tableta. Vale que esto sirva para Instagram, donde ayer estrené una cuenta conjunta con Hitch (TisandHitch), pero para el blog... Ejem. Paciencia, mes amis. Lo importante es dejar constancia del viaje. La primera comida fue en el restaurante Marco Polo, enfrente del hotel. Después, Paco y yo nos desplazamos hacia el centro, pasando por la iglesia conocida como la Madeleine, que parece más bien un templo neogótico. Ahí aprendí que soy un inútil haciendo panorámicas con el teléfono. Todavía estoy a tiempo de aprender, ahora que soy instagramer.


Llegamos a la Place de la Concorde, con ese obelisco que Napoleón se trajo de souvenir y una gigantesca noria. ¡Cómo les gustan las alturas a los franceses, alcanzar el ciel de París! Lo iba a comprobar pronto, en el mismo día, para bien o para mal. 



Cruzamos el puente sobre el río Sena. Es un punto que, como otros tantos de la ciudad, hemos podido ver en innumerables ocasiones en el cine u otros medios, pero que merece la pena ir allí para asumir la verdadera dimensión de una urbe enorme y majestuosa, tanto como su río navegable. A mí me encanta esta foto que me hizo Paco, con Notre Dame al fondo.


Por desgracia, las excursiones fraternales se vieron reducidas por el timetable de Paco, verdadera razón de nuestra estancia allí. No daría tiempo a visitar el museo de Orsay (el único que me quedé con ganas de ver), pero sí para acercarnos a la torre Eiffel, que por la tarde-noche goza de una espléndida iluminación. Él se vería muy ajustado como para subir a la cumbre, pero al menos sí  podría tomar testimonio de nuestra llegada.


Primer dilema del viaje: tras el recorrido conjunto del día  (metro, avión, metro), comenzaba a sentirme fatigado, sin imaginar que era solo el comienzo de la tortura. Podría haber tomado el taxi junto a Paco, pero, tras haber aprovechado al vuelo la ocasión de esa estancia, no iba a perder la de llevar a cabo algo que hacen hasta los niños pequeños, por mucho vértigo que me diese. La ascensión, más allá de la mera masificación turística, resultaba simbólica, no para los palurdos de nacionalidades varias allí reunidos pero sí para mí. Era no solo una tour, sino un tour de force para mi persona. Y lo peor de todo es que me iban a clavar bien por ello. 





No se si esta aplicación, que ya ayer me mutiló una foto, me respetará todas las de hoy o tendré que utilizar otros métodos. Hablábamos de clavadas y, además, una cola que parecía breve y luego se reveló como punta del iceberg. Tras cascar los 17 machacantes, ya comenzaba a arrepentirme nada más me subí al primer ascensor, el que llevaba a la segunda planta. La vista, impresionante, merece la pena, eso sí, y más en el top, que es el que permanece enrejado. Un sitio romántico, se supone, con lugares comercialmente marcados como A place to kiss. Incluso tenía en la cola, frente a mí, una pareja chico y chico cogidos del brazo, no sería la única que me encontrase en París. Más que amor, el lugar me provocaba respeto. Una de las tónicas del viaje fue la de hacer fotos, con móvil o cámara, teniendo la espalda bien pegada a la pared. De la segunda a la primera planta bajé por las escaleras, otra experiencia que quería completar pero que no me entusiasmó tanto como para hacer lo mismo de la primera a la salida. Algo que sí viví de primera mano es cómo, cada hora en punto, la torre comienza a reverberar cual farolillo, hecho que se refleja en esta foto.


Finalmente, sin dar por concluido el paseo, me acerqué a la avenida de los Campos Elíseos, que no me pareció demasiado diferente de la Gran Vía, para ver el Arco del Triunfo, al cual ya no pude subirme pues había cerrado. 



Cuando volví al hotel, una app (aparentemente inútil) del móvil me informó de que había recorrido 20 km en la jornada. Lo más sorprendente es que no sería el día récord, iría en crescendo hasta alcanzar el cúlmen el lunes, día de ir a museos, lo cual en sí mismo también podría considerarse actividad olímpica (ahí están quienes se llevan su propio taburete). En fin, vamos a ver cómo queda el formato de esta entrada, confiando en que no tenga que hacer meditación trascendental para controlar mi ira.









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