jueves, enero 14, 2016

Telepatía.

Entre los libros en proceso de lectura que datan del año pasado, y entre los cuales debo establecer la conveniente jerarquía, anoche leí un capítulo de Enrique de Vicente sobre la telepatía. No es algo que yo me precie de experimentar, pero sí es cierto que una voz en mi cabeza, desde que pasaron los Reyes, me decía que eso de pasar una semana entera como un mandarín, yo solo aquí en el piso, era una opción poco probable, al menos hasta el verano. En efecto. El plazo se ha acortado, y ya he vuelto a la rutina, esta vez del segundo semestre (o como quieran llamarlo) que, no obstante, pronto quedará rota por el viaje a París. 
Semejante escapada ha constituido un golpe de buena suerte en este inicio de año y, tal vez por mantener un equilibrio, también se ha visto acompañado de algunos contratiempos. Aquí en Oviedo, por ejemplo, bien me vendría dominar algunos de esos poderes mentales de los que habla el buen maestro Enrique. Me encantaría saber qué es lo que está pensando alguna que otra persona. Aunque satisfacer la curiosidad podría ser peor que permanecer en la duda. Nuestra mente debe protegerse contra invasiones externas, al igual que si, como se refleja en el libro, alguien pretendiera introducir sus propias ideas o intenciones en nuestro cerebro. Yo no quisiera llegar a tanto, me bastaría con conocer mentes dotadas de mayor coherencia. Es un buen propósito para este año naciente. Mientras tanto, no dejaré que ninguna circunstancia vaya a estropear mi entusiasmo por el viaje, en cuya preparación (tampoco tanta, que son tres días) me ocuparé lo que queda de semana y principios de la que viene. Au revoir! 

No hay comentarios: