viernes, febrero 05, 2016

Crónicas parisinas V.


La barrabasada final de todo este tráfico de cacharros electrónicos ha sido que, en la cronología de estas crónicas, el número III vaya por delante del IV. ¿Por qué? No tengo ni idea. Soy capaz de escribir un artículo, pretendidamente, científico, como el que acabo de comenzar hace poco, pero no se responder a una cuestión tan, a priori, banal como esa. En todo caso, ¿qué importa? Hasta yo se que el III viene antes que el IV, quienes lean este blog no tendrán mayor problema en reconstruir el orden. Me alegraré, en todo caso, de haber recuperado el portátil y hacer más llevadero y rápido el proceso de escritura. 


¡Comencemos, pues, el día de los museos! En realidad mi jornada empezó en el Jardín de las Tullerías, junto al Louvre, pero no voy a colgar fotos de allí porque creo que sería excesivo. Que hablen las obras de arte. Fue mi día récord, unos 27 km. recorridos, y la mayoría en el Louvre. Ninguna sorpresa. Yo ya sabía que era inabarcable, incluso en dos jornadas, me limité a ver todo lo que quería ver y considero que el provecho que saqué a la visita fue bastante alto. Desde las estatuas aladas de Babilonia hasta la Venus de Milo, también sin sorpresa rodeada de grupos de asiáticos queriendo inmortalizar el momento (a ser posible, con ellos mismos en el encuadre). Las estatuas grecorromanas, o de inspiración grecorromana, siempre han estado entre mis secciones predilectas en cualquier museo. La sala de escultura de la foto de abajo contiene el Esclavo moribundo de Miguel Ángel, y está llena de estudiantes de Bellas Artes, presumo, bocetando en sus blocs a partir de la obra de los grandes maestros. 


También en la misma sala, este Eros y Psique que me gustó lo suficiente como para llevarme, a modo de souvenir e inductor de mi inspiración, un cuaderno con su efigie grabada en la portada. 


Ningún museo sin sus efebos, como este busto de Antinoo (todavía tengo pendiente de leer las Memorias de Adriano), a cuya belleza clásica no me pude resistir. 


Otra de las estrellas, la Victoria de Samotracia. 



Aunque, para grandes estrellas, se supone que la principal es la Mona Lisa. Para nada. Es pequeña y está oculta tras un cristal y separada por una barandilla, no hablemos ya del batallón de mirones y selfie-adictos enfrente. En todo caso, aquí está mi captura de la misma, junto a obras célebres de Delacroix o David. 







 Este desnudo masculino es de un autor no muy renombrado, que yo sepa, pero me gustó lo bastante como para tenerlo de protector de pantalla en el móvil, hasta que encuentre una instantánea mejor (o no). 




Tomé fuerzas en una especie de pastelería dentro del Louvre, único lugar donde fui capaz de sentarme un rato sin que me clavaran mucho y comer un trozo de pizza, una botella de agua y un enorme macaroon, o como se diga, de chocolate, el único en su especie que tomé en Francia. 



Creo que ya no puedo subir más fotos (o sí, y este blog me está tocando las narices de nuevo). Sea como fuere, dejaremos las del Centro Pompidou, un museo bastante diferente pero no por ello de menor interés, al que llegué, por desgracia, ya con el ánimo un tanto bajo. Despediré la serie desde la elevada panorámica del Sacré Coeur. Y, tras el placer parisino, ahora a continuar con el curro. Si mi labor como investigador cuaja, no será por falta de oportunidades de que me inviten a ciudades varias, según tengo entendido... 







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