lunes, febrero 01, 2016

Crónicas parisinas III.



Tercer intento, imagino que penúltimo de esta semana antes de poder volver a la antigua usanza. Hoy toca la jornada dominical, dividida en dos entradas como sea que tuvo un largo recorrido. Para lograr otra pateada de 22 km sin perecer en el intento, descubrí el buffet del hotel junto a Paco y su socio Asleigh, que luego nos acompañaría en el paseo. Buenas proteínas, y también, de manera inevitable, un poco de quincalla cien por cien francesa, para luego quemar durante todo el día, como crepes o gofres. Bajamos por la Madeleine hasta la Ópera, un edificio imponente y dorado, para llegar hasta el Louvre, que no teníamos pensado visitar pero que nos sirvió de escenario para fotos como la de arriba.




Yo no lo tenía en mi agenda, pero Paco dijo que no podía perderme la Saint Chapelle y yo le hice caso, desde luego, que para eso está más experimentado en la capital francesa. No se equivocaba. Esta pequeña joya gótica era merecedora de una breve, pero intensa, visita, con esas vidrieras que, barriendo para casa, solo pueden competir con las de León. Fue mandada construir por el rey San Luis, con cuya estatua aparezco retratado.


Íbamos a alcanzar uno de los escenarios más míticos de París, Notre Dame. Lástima que ninguno de los socios en la empresa pudieran subir conmigo a la torre, debido a sus responsabilidades dentro del hotel, al menos me dejaron a las puertas de ese santuario que tanto había enardecido mi imaginación cuando vi la versión Disney de Nuestra Señora de París , de Víctor Hugo. Acabo de comenzar la lectura de la novela original, por cierto. 


Tras visitar el interior, que es gratis, me apunté a la inevitable cola para subir a la torre. Sí, otra clavada (menor que en Eiffel) y otra ración de vértigo, necesario si quería remedar a Quasimodo gritando: ¡Está en sagrado! Y, claro, visitar a sus amigas las gárgolas, bastante silentes en esa ocasión. Las vistas, a pleno día, eran grandiosas. A disfrutarlas, pues, y en la próxima entrega hablaré del almuerzo frente al templo y la búsqueda, cercana, de la mítica librería Shakespeare and Company.








PD- Tras comprobar mi frustración a la hora de dar a estas imágenes un formato que a mí me guste, ya sea por inutilidad propia, de estos cacharros o ambas, no pienso dejar el trabajo a medias: cuando recupere mi viejo pero fiable portátil, remozaré cuanto sea necesario. 








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