Ha muerto Ingmar Bergman, que es, como reconocía un crítico ayer en su blog de El Mundo, mi asignatura pendiente. Las películas que he visto de él se cuentan con los dedos de una mano, y eso que debe tener unas cuarenta. Algo impropio de un estudiante de cine modelo, aunque tampoco es que estudiara en una escuela de cine modelo. Por lo tanto, aún no he analizado lo suficiente su obra como para dar un veredicto. Las que he visto me han parecido buen cine. Otra cosa es que me hayan gustado. Mi concepción del cine no es la misma que la del ermitaño de Faro. Pero supongo que todos le debemos algo, aunque sea esa escena de El ser reprimido en la cual la Conciencia juega una partida al ajedrez...
De todos modos, lentitud no siempre equivale a aburrimiento. Recuerdo la última obra que vi de él antes de su muerte, Los comulgantes, duraba una hora y cuarto o así, y aunque reconozco que no me acuerdo de qué iba, por lo menos no se me hizo eterna como sí me pasó con otro filme que dura casi el triple, llamado Piratas del Caribe en el fin del mundo o no se qué leches. ¿Y esto es cine comercial? Pero si es insoportable. ¿Eran necesarias tres horas? Volviendo al cine de los 80, ahí ninguna película de aventuras pasaba de dos. Y gozaban de un guión bastante menos confuso y mucho más ágil. Desde luego, los blockbusters ya no son lo que eran. Voy a tener que empezar a bajarme pelis del viejo Ingmar, pero con este calor creo que necesito cosas más ligeritas, ante el riesgo de que mi cerebro estalle.
En vista de que mi viaje a Estocolmo ya se ve excesivo para este verano, creo que mi único contacto con la cultura sueca será si voy a Ikea a comprar alguna muy necesaria estantería...
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