miércoles, septiembre 16, 2009

Pagafantas (I)

Voy a hablar sobre Pagafantas, que no ha entrado en la terna de finalistas a los Oscar, la cual acaba de hacerse pública hace poco, y eso que esta película ha despertado gran entusiasmo, presentándose como la sorpresa de la temporada. Hay que señalar la ausencia de Almodóvar (¡no siempre se puede!) aunque sí está Trueba. Desconozco si el último filme de Amenábar llegó a tiempo para entrar en la lid. Según he leído que dos de cada tres estadounidenses padecen sobrepeso, mi apuesta es por Gordos, si bien dudo que llegue al nivel de Azuloscurocasinegro.
Respecto a Pagafantas, no se tome como un título literal sino más bien genérico. La chica de la película no toma fantas, antes bien cervezas a pares y de ahí para arriba. Por su parte, el chico, pese a ser un vasco de pelo en pecho (y en panza), soporta mal el alcohol, y no recuerdo que la invite a nada. Es un aspirante a ligón que sale todas las noches pero en plan abstemio, que es el plan más económico para salir. Me sorprende cómo, por tomar unos chupitos, llega a perder la conciencia mientras que ella no solo no se emborracha sino que consigue practicar unos imaginativos peinados, pese a no tener la menor experiencia.
Este es uno de los absurdos de la película, pero tiene bastantes. Si ella es fan de Héroes del Silencio desde que era niña, ¿cómo puede tragarse que el otro interviniera en la composición de Entre dos tierras? ¿Es tonta de capirote? Y encima, en la escena del karaoke, sale una pantalla en la que aparecen los verdaderos autores de la canción. Por no hablar de la boda en alta mar, a bordo de un pesquero con una especie de Capitán Pescanova de oficiante. ¿De verdad pretenden que creamos que eso tiene validez legal? Todo es posible en Euskadi, pero…
Es una comedia absurda, con personajes absurdos que se comportan de manera absurda. Lamento no participar del entusiasmo general, porque me habían puesto las expectativas muy altas, pero reconozco que tiene puntos muy divertidos. Lo que más me gustó fue el concepto del que parte el filme, y esos clips documentales en los que se describe la figura del pagafantas y la variedad de posturas que puede adoptar a semejanza de un Kamasutra casto. El guión juega con la vergüenza ajena, y la propia. Pretende que nos identifiquemos con el protagonista, pero supongo que incluso entre los pagafantas hay clases, y este tipo alcanza unos niveles tan grandes de cretinismo que al final uno no tiene ganas ya ni de reír, sino de que le parta la cara a la tía, quien en el fondo no tiene culpa de nada, o mejor aún de partírsela a él enviando el puño hacia la pantalla, como si se estuviera jugando al Wii Sports.
A mí el tío me da pena pero no porque no consiga follar (culpa suya si quiso dejar a su novia formal), sino porque el resto de su existencia es una basura. Tiene una basura de empleo anticuado, una familia basura con una vieja momia que nadie sabe qué pinta allí, su vida intelectual es un erial y no parece que quiera mejorar ni en lo físico ni en lo psíquico. Ni si quiera se aferra a eternizarse en una carrera, como su amigo. Así pues, si se lo juega todo a un comodín que le sale rana, ¿cómo no va a resultar patético? Hombres somos, y por naturaleza tenemos unos instintos primarios encaminados en principio a la reproducción, por lo cual es muy apropiado que la terminología del pagafantas se ilustre con una variopinta fauna. Sin embargo, tampoco es plan de dejar que nuestro espíritu animal nos humille. Y tampoco es un proceso que repercuta solo en hombres heterosexuales o bisexuales. El propio director de esta película dio la conexión con Mentiras y Gordas, en la que el personaje de Mario Casas es un pagadrogas gay y llega al extremo de empeñar el dinero de sus estudios para ese fin. Eso sí, consigue más que su colega vasco, al menos un abrazo desnudo y pasado por agua en el que ¿no se empalma? Otro fallo más para la película de Albacete y Menkes, y si en esta el problema es el exceso de sexo, en Pagafantas es lo contrario.

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