sábado, septiembre 12, 2009

El jardín de las delicias.

Después de pasar por los tenebrosos lugares de Pigmalión, voy a sumergirme en la evocación de un bello lugar, que hubiera necesitado un Virgilio para cantarlo antes que una mente como la mía, un tanto embotada a la hora de pintar la écfrasis de la naturaleza en estado puro.
Un sitio que todo madrileño o persona que haya visitado la ciudad o residido en ella alguna vez (y no serán pocos) debería conocer. El coste de la entrada a este paraíso es simbólico, me costó un euro por ser estudiante y para el resto no es que valga mucho más; es el mismo precio que pagué más de una vez en Madrid por los helados coronados de barrita de Kit Kat del McDonalds, aquellos cuyos restos ahora estoy bajando a golpe de pie pero, ¿qué le iba a hacer? Con una temperatura tan desquiciante como la que había, el alivio podía venir de un helado industrial o, recurso más sabio, al abrigo de la sombra en esa verdura.
Bueno, me estoy refiriendo al Jardín Botánico, al ladito del museo del Prado. Un templo de la cultura frente a un templo de Natura (no se por qué me ha dado la manía de escribir en verso) Variopinta flora para una variopinta fauna humana asimismo, aunque no se puede decir que el edén estuviera muy saturado en aquellas horas de sobremesa, un domingo de agosto. A ratos el lindero me condujo solitario, y es raro alcanzar la soledad en esa gran urbe sin tener temor a que te atraquen.
Una de las próximas adquisiciones tecnológicas que pretendo obtener ya se está haciendo mucho de rogar, y es algo tan común ahora como una simple cámara digital. Yo no tengo vocación de fotógrafo, desde luego, aunque en este lugar me di cuenta de que una de mis aspiraciones frustradas podría ser la de naturalista; con todo, hay momentos en esta vida que merecen ser inmortalizados en imagen, aunque a veces sean tan sencillos como la foto que pongo abajo, un gato al asedio de un pato (esta vez no es mi culpa si rima) No logró su presa pero, en esa instantánea, sin ningún humano a la vista, podría hablarse del funcionamiento del ciclo de la vida al estilo de El Rey León, película por cierto recobrada durante este viaje.


En ocasiones mi móvil es capaz de tomar fotografías aceptables, pero lo normal es que no me entienda con él más allá de lo obvio: llamar, mandar mensajes y querer machacarlo cuando me despierta los días de clase. Por fortuna, en algunos acontecimientos de mi vida sí que he tenido cámara, aunque fuera de prestado. Ese fue el caso del maravilloso viaje a EEUU, del cual tuve una rememoranza en el estanque de la foto, dedicado al ilustre sueco Linneo.


Esto es una secuoya gigante, no se si tan grande como las que había en el parque de Yosemite pero en todo caso imponente entre esa especie de Torre de Babel de árboles que conforma el Jardín. Veamos si el cartel nos ilustra algo.

Sí, de California, desde luego. Una de las curiosidades del recinto es una galería de bonsais donada por Felipe González. Allí me encontré a un joven extranjero, rubio y mochilero, portando una gran cruz al cuello. No vi a Adán y a Eva pero, como si fueran la némesis del anterior, había una pareja de gays gorditos y calvitos, retozando en ocasiones sobre un banco el uno sobre la mullidez del otro. Además, familias con niños y abundantes grupos de jubilados, supongo que del propio Madrid. Curiosos museos, donde los propios visitantes se muestran tan dignos de contemplación. Además había un par de invernaderos, con una planta que estoy degustando ahora mismo.





No se lee muy bien pero es té, al menos eso ponía en el cartel. Unas hojas casi imprescindibles para mí. En fin, tenía algunas otras imágenes que creí aprovechables pero al verterlas a este ordenador veo que no es así. Por suerte me quedan un par más a modo de apéndice. Este año supongo que sabréis que se celebra el bicentenario del nacimiento de Darwin. Lo triste de estas efemérides es que mucha gente solo se acerca a los artistas como moda pasajera, pero lo bueno es que en otros casos sirven como incentivo y a mí, a quien la materia de Darwin me quedaba muy lejos, reconozco que me ha subyugado.

Dicha celebración quedaba bien reflejada en el Jardín Botánico y estaba en relación directa con la exposición dedicada al naturalista en el Museo de Ciencias Naturales, de donde es mi foto con el orangután que colgué hace poco. Allí compré el Viaje de un naturalista alrededor del mundo, edición de bolsillo, y me hizo ilusión descubrir, dentro de la serie de ediciones españolas de su obra, un ejemplar de El origen de las especies dentro de la colección Centenario Espasa, que es la que he leído yo esta primavera. Es el de la derecha.




Al igual que la Divina Comedia, que me estoy leyendo en la misma colección, es una gran obra con quizá algún momento un poco abstracto para novicios pero en todo caso merece la pena el tiempo que llevan. Una vez he acabado este texto, en el que resumo algunos aspectos de mi viaje a Madrid, me queda la firma, que en esta ocasión colgaré como imagen. Os explico: otro de mis cónclaves culturales fue en el Matadero, pues era una vergüenza que en nuestro barrio, el de Legazpi, hubiera una galería de arte desde hace algunos años y yo aún no me hubiese pasado por allí. El sitio, como el MUSAC, tiene algunas áreas que parecen un poco tomadura de pelo, junto a exposiciones interesantes como una de diseñadores japoneses en la que escribí lo que veis abajo. Había una pantalla en la que podías escribir algo en español y luego se transcribía a caracteres japoneses. Sospecho que lo hice mal pero, como la semana que viene pretendo apuntarme a un curso de japonés para principiantes, pues es buena ocasión para despedirse así. ¡Sayonara!

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