domingo, noviembre 22, 2009

Fin de semana japo y zen.


Venía yo rumiando desde hacía un tiempo la necesidad de tomar un fin de semana de clausura para así adelantar trabajo, liberar mi raciocinio de la ponzoña con el fin de no sucumbir a esa costumbre tan hispana de dejar todo para el último día. Aún así ya me veo esperando a los Reyes Magos entre apuntes, y mi calendario de exámenes así lo atestigua. Como complemento ideal a estas tareas he escogido echarme al paladar el por lo común sosegado ritmo de dos exquisiteces niponas. Ambas tienen un tema común, las relaciones familiares y la muerte, al igual que otra española que os recomiendo, Tres días con la familia. Con ese asunto, y en medio de este tiempo desapacible, parecen el preludio perfecto para tirarse por la ventana, pero en realidad son un revulsivo ante la plaga de Luna Nueva, cuyo éxito crece sin parar cual si se tratara de la muy superior saga de El señor de los anillos, que echaron ayer también.
El programa doble podría ser triple si se incluye a Mi vecino Totoro, de visionado reciente, pero esa es harina de otro costal. Se trata de Still Walking y Despedidas, esta última ganó por sorpresa el Oscar a mejor película de habla no inglesa. Como suele suceder en estos casos, la no premiada es superior, sin restar méritos a la otra. Still Walking ha sido aupada por la crítica a los primeros puestos de puntuación, si no al primero, y es una historia más pura que la otra, no se permite concesiones . Despedidas, por otro lado, alberga imágenes bellísimas sobre el ritual de la muerte, no exentas de humor, toda una parafernalia esmerada que irónicamente poco después acaba convertida en un puñado de cenizas.
Otro de los alicientes de estos filmes tiene que ver con la mera cultura de allí, y es que los personajes trasiegan té como si fuese agua. No se por qué habré tenido yo que nacer en un país tan cafetero como este, en el que el bicho raro soy yo por eso y por quemar incienso, je, je, incluso la máquina de té de la facultad me ha estafado ya en varias ocasiones. Pero, como pudimos comprobar en la charla de dos ex-alumnos, los filólogos tenemos una gran anchura de miras a la hora de escoger destino y quién sabe si en el futuro no tendré yo que pasar por alguna de esas casas con aspecto de derribarse al primer estornudo.
Así que, si sois capaces de asimilar su ritmo a vuestro acelerado organismo occidental, os recomiendo cualquiera de estas dos o las que he citado de forma colateral. A mí me han ayudado a tomarme con filosofía este par de días tan bien aprovechados que puedo darme por satisfecho. Bien está lo que bien acaba. ¡Sayonara!

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