viernes, agosto 13, 2010

LOS CERDOS. Entrega 16.

VI

Al día siguiente Jonás tuvo que pasar su prueba de fuego en el cursillo, aunque lo hizo en unas condiciones físicas, también psicológicas, dignas de lamento. Arrastrando su resaca y su situación anímica en derrumbe, llegó hasta el aula para encontrarse con una fila de pollos que le resultaron una visión grotesca y hasta vomitiva. En los supermercados, por lo general, y siempre en los asadores, el pollo aparecía ya descabezado, pero en ese caso ellos tendrían que volver a ejercer de verdugos. Jonás trató de apartar su rostro de los de aquellos animales cuyos picos parecían apuntar hacia su persona como un reproche o amenaza.

Ari le vio en tan mal estado que no quiso bromear con el nuevo objeto de sus troceos, antes bien le preguntó que si estaba enfermo o algo similar. Jonás lo negó, pero, pese a todos sus esfuerzos, su situación no pasó inadvertida entre alumnos y monitor. Pero él pretendía que la jornada no tuviese nada en especial, así que cuando le tocó el turno se enfrentó al pollo cortándole al comienzo la cabeza de un enérgico tajo, sin un atisbo de debilidad. Él quería mostrar su entereza, sin embargo no había prestado demasiada atención ni a las explicaciones del monitor ni a los intentos, con mayor o menor éxito, de sus compañeros. Pensó que descuartizar un pollo no tendría mucho misterio, pero pronto comprobó su error.

En comidas anteriores de ambiente más festivo, en las que a él le había tocado la tarea de trinchar el ave, recordaba haber cortado las porciones sin demasiado orden ni tacto, arrancando muslos por ahí, alas por allá y la pechuga según el gusto de cada cual. Pero el desmenuzar un pollo en aquel contexto era más labor un poco de cirugía, con una mejor delimitación de cada pieza y la extracción de la pechuga como un bloque compacto, dispuesto para la posterior partición en filetes. Jonás notó cómo su pulso se volvía inestable y, aún así, cortó sendos muslos con bastante pericia, reservando el estropicio para la pechuga. Esta debía quedar al final de la operación, tal y como se ha señalado antes, como una figura lisa y entera, sin cortes. Pero Jonás, que no sabía por dónde sacarla, comenzó a acuchillarla con saña, cual si ella fuese la culpable de sus problemas, hasta que el monitor llegó para interrumpir lo que consideraba una atrocidad.

- ¡Basta! ¿Pero tú has visto qué carnicería estás haciendo?

Jonás estuvo tentando de responder que el de la carnicería era el arte que precisamente estaban aprendiendo allí. Pero prefirió permanecer mudo, puesto que una discusión en algo tan banal como eso le parecía amargarse a bajo precio.

- No se cómo vamos a aprovechar esto- se lamentó el maestro, recogiendo la maltrecha pechuga- En fin, es una pena, me pareció ver que estabas mejorando, Jonás. ¿Será que tienes un mal día? Por tu cara diría que sí.

Pero Jonás no tenía el menor interés en dar explicaciones, así que se retiró con discreción, el resto de la clase lo pasó en silencio, meditando sobre qué vía seguir a continuación. El carnicero había demostrado malas pulgas cuando le cortó en su faena, pero eso no le hacía mala persona. Era así, y punto. Jonás le observó mientras daba instrucciones al siguiente alumno. Le pareció un hombre honrado y que en verdad amaba su profesión, no importa la fama que esta pudiera tener. Habría empezado como aprendiz en su adolescencia, y durante toda su vida posterior habría progresado en el negocio de la carne, del que en la actualidad vivirían tanto él como su reducida familia. Era natural que le hubiese sacado un poco de sus casillas con su actitud, Jonás no había demostrado mucho respeto por lo que estaba haciendo. La resaca siempre era una mala idea para un examen, una jornada de trabajo o de cursillo como el que estaba realizando. El Lambrusco, con su inocente apariencia, le había apuñalado por la espalda, y lo peor de la resaca no era el cansancio físico, sino la sensación de negatividad que influía en todas sus meditaciones.

Merced a esa visión, comenzó a plantearse si la permanencia en ese curso tenía algún sentido. Había una fuerza dentro de él que no se había reducido en su estado, ni mucho menos, y era la de su orgullo. No dudaba de la profesionalidad de su monitor, quien se comportaba ante todo con una campechanía en la que hasta las palabras fuertes podían tomarse como suaves, no obstante Jonás, tras unas pocas clases, comenzó a tener claro que aquella actividad no era lo suyo. Tendría que aguantar broncas, más leves o más malhumoradas, en el futuro, y eso no era plato de buen gusto para él, la hipotética proyección de un gran científico, alguien que, por vanidoso que fuera reconocerlo, destacaba en aquel espacio como una pirámide en medio del desierto. Las consideraciones acerca de su ego las tendría que haber tenido más en cuenta antes de embarcarse en esa insólita aventura…

Decidió que, fuera cual fuese su decisión, primero hablaría con el monitor en privado, si no en espacio privado al menos en un aparte sin espectadores, para conocer de sus labios cuál era la verdadera valoración que tenía sobre él, y si merecía la pena que continuara desplazándose a aquella sala otra jornada más. Por eso después de clase, cuando como de costumbre se encontraban pesando la carne y embalándola para ser repartida, y también limpiando el aula, Jonás cogió una escoba y se puso a barrer con desgana, hasta situarse a la altura del monitor en un instante en el que este se encontraba algo alejado del grueso principal de alumnos. Jonás le dijo que quería comentarle cierto asunto, él no se mostró sorprendido, como si de algún modo lo esperara, y se trasladaron un par de metros a otro rincón más aislado.

- Me he dado cuenta- comenzó Jonás, disimulando su resaca, o al menos pretendiendo que esta quedara enmascarada como timidez- y ya desde el primer día, no es solo cosa de hoy, de que me precipité al apuntarme a este curso. Sí, cometí un error, y no porque esto no tenga interés, sino porque yo no soy el apropiado. Quizá sería mejor dejarlo ahora que todavía no llevamos muchas clases.

El monitor pareció meditar un poco sus palabras, sin mostrarse contrariado por las mismas.

- Bueno, Jonás… Vamos a ver, tú has estudiado en la universidad, ¿qué te voy a decir? Supongo que en tu carrera algunas cosas se te darían mejor que otras, pues esto es lo mismo. Si hoy se te ha dado mal no te preocupes por eso, aún quedan muchos pollos por cortar…

- Me temo que no es solo el pollo…- replicó Jonás.

- Yo no soy más que un simple carnicero, no valgo para profesor. Puedo tener un par de aprendices, pero lo de enseñar a grupos grandes la verdad es que todavía me cuesta. Quizá haya estado un poco duro antes…

- No, no lo has estado- aclaró Jonás.

- Sí, me da a veces por la mala leche, pero soy siempre así, en mi casa también, da igual, en el fondo soy un bendito. Si te molesta eso alguna vez, me lo dices y punto. Yo creo que puedes mejorar y lo harás, que eres un tío listo.

- Podría mejorar- concedió Jonás, aunque estaba seguro de que la inteligencia no tenía nada que ver con eso- Pero me falta algo, no se qué es, posiblemente motivación.

- Has dicho que no eres el apropiado para esto, y creo que ahí sí tienes razón. Tú eres libre de hacer lo que te de la gana pero permíteme que te pregunte: ¿qué pintas aquí?

Era esa una pregunta comodín, que Jonás supuso que tendría que escuchar en ocasiones posteriores, sin embargo él tenía preparada una respuesta comodín, que ya había utilizado y que, como excusa, no era tan descabellada, aunque lo más probable es que ni él mismo la creyera. ¿Qué pintaba allí? Puede que nunca llegara al fondo de esa cuestión.

- El caso es que necesito algún trabajo- Jonás se guardó de añadir por malo que sea- Tengo una beca para mis investigaciones, pero no me llega para vivir aquí con comodidad, necesito otra vía de financiación.

El monitor pareció dar por satisfecha su curiosidad con ese comodín, sin embargo al poco volvió a preguntar.

- La verdad es que yo no entiendo mucho de lo que tú haces pero… ¿Puedo saber en qué estás metido ahora?

Jonás no se esperaba que se interesara por eso, no obstante tenía la respuesta en mente, e incluso se permitió lucir una sonrisa de satisfacción.

- Sí, claro. Estoy desarrollando una fórmula para insecticida. Muy potente.

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