lunes, agosto 02, 2010

LOS CERDOS. Entrega 13.

V

El edificio que albergaba el estudio de Penélope era más o menos como Jonás lo había imaginado: viejo, sin ascensor, situado en un barrio céntrico pero poco apropiado para quienes quisieran disfrutar de una existencia tranquila allí. Claro que ella no vivía allí, tan solo creaba y quizá reservara ese espacio para otras actividades sobre las que Jonás no quiso especular. Por fortuna su piso era el segundo, así que no fue necesario hacer un desgaste físico al que ni él ni su amigo estaban acostumbrados.

- ¿No os gustaría saber cómo quiero pintaros?- inquirió Penélope, liderando la marcha.

- No hace falta- se apresuró a responder Al- Con una visión tan perturbadora, a la par que fascinante, como la tuya, creo que es mejor mantener la intriga.

- Estás en lo cierto- confirmó Penélope- porque, de hecho, no tengo ni idea de qué es lo que quiero hacer. ¿Acaso es necesario? Creo que ambos tenéis una personalidad estimulante, y gracias a eso entre los tres podremos sacar algo bueno. ¡Qué alivio! Muchos de los modelos que traigo aquí vienen, más que para posar, con el único fin de echar un polvo, y eso me parece una alarmante falta de profesionalidad.

Jonás casi se comió un escalón, bajo la mortecina luz que los alumbraba. En su rostro se pintó la sospecha. ¿Creería ella que tenía un rollo con Al? Aunque quizá sus palabras no fueran en ese sentido…

- Y no digo que yo no folle aquí- continuó, como para aclarar los términos- Pero, vamos a ver, el arte y el sexo son dos realidades que en ocasiones pueden combinarse, y en otras no. Yo no alquilé este estudio solo para mis devaneos eróticos, en ese caso el gasto hubiera sido poco productivo, ¿no creéis?

- Es posible- comentó Al- A menos que tengas una actividad digna de una hetaira.

Jonás no estaba seguro de que Penélope supiera a qué se refería Al, él desde luego que no tenía la menor idea. Con todo, el cariz de la conversación le excitaba a la vez que le resultaba un tanto inquietante. Quizá no fuera más que eso, meras palabras. Alcanzaron el umbral del templo de creación de Penélope que, como también había imaginado él, no necesitaba del orden sino de un equilibrado caos en el cual ella pudiera encontrar todos los elementos que necesitaba pese a que se hallaran diseminados por los diversos rincones de la habitación.

La sala principal, lo que podía considerarse estudio en sí, era amplia y, pese a la casi completa ausencia de muebles, parecía que no tuviera un resquicio de suelo vacío. A modo de alfombra se extendía un maremágnum de lienzos, caballetes, trapos, estatuas, barro, botes de pintura y toda una serie de materiales, algunos de los cuales le eran a Jonás desconocidos por completo. Enmarcaba la escena una maraña de plantas de los más diferentes tamaños y especies, colocadas en macetas o colgando del techo, las cuales podían beneficiarse de los grandes ventanales de la estancia.

- ¿Agradable?- preguntó Penélope, no sin cierta ironía.

- ¡Vaya!- exclamó Al- Confieso que hasta ahora estaba perdido en un proceloso mar de brumas, pero al fin he visto la luz.

- ¿Y qué te dice la bombilla?- se burló Jonás.

Al no escuchó su comentario, estaba embebido en analizar el escenario de la composición mental que estaba dibujando en su cerebro. Jonás dio un paseo entre la vegetación.

- ¿No tendrás por un casual una plantación de marihuana? Me comentaron que por esta zona es algo habitual en cierto modo.

Penélope sonrió, negando con la cabeza.

- Yo no soy de esas. ¿Y tú, le das?

- Qué va. Lo cierto es que, si quisiera drogas, las podría fabricar mil veces más potentes que un simple canutillo.

- Yo solo tengo algún que otro vicio, pero confesable- dijo Penélope, mientras se dirigía hacia un frigorífico, uno de los pocos objetos de mobiliario allí- Como este.

Penélope extrajo un par de botellas de Lambrusco, ante lo que Jonás no reprimió un gesto de sorpresa.

- ¡Vaya! Yo soy más cervecero, pero ese es el vino favorito de Al. ¡Otra curiosa coincidencia entre vosotros! Seguro que le hace mucha ilusión cuando aterrice de donde quiera que esté.

En efecto, su amigo continuaba en un proceso de abstracción, aunque de repente se dirigió a ellos con entusiasmo.

- ¡Lo tengo!- dijo- Penélope, ¿no habrá un par de sábanas por ahí que puedas traer?

- Bueno- contestó ella, divertida e intrigada- Sí, claro que hay, en el dormitorio, no te aseguro que estén muy limpias pero tampoco asquerosas.

- Eso es lo de menos. Ya se de qué tema podrías realizar tu obra. ¿Qué te parece una escena de bucólica grecorromana?

- Oh, ya estamos otra vez…- murmuró Jonás por lo bajo.

- ¿Bucólica?- repitió Penélope, que no estaba tan familiarizada con esa cultura como Al pero también tenía sus conocimientos adquiridos a través de su propia carrera- ¿Te refieres a algo pastoril?

- Bingo. He visto toda esta vegetación y al final es lo que me ha inspirado… Bueno, habría que reservar una parcela de suelo para componer la escena, claro, pero, en fin, esa es liviana tarea… ¡Oh! ¡Y tienes Lambrusco además! Genial. No importa el desfase temporal, tan solo el espíritu de la celebración, yo lo veo así, un almuerzo campestre entre dos pastores. Revisaré un poco ese frigorífico, si me lo permites.

- ¡Claro! No parece mala idea.

- Debo decir- añadió Jonás- que Al anda un poco obsesionado con este tema, dice que quiere hacerse pastor o no se qué, pero yo no lo veo del todo. Bueno, en pintura sí… ¡Ja, ja!

- Más te vale- replicó Penélope- porque tú también te tienes que disfrazar.

A Jonás se le heló por un momento la sonrisa, pero no era momento de echarse para atrás. Creía que el carnaval ideado por su amigo sería del todo inofensivo, a menos que se le ocurriera sacar algunas fotos y colgarlas en una red social. En el fondo, quizá mejor sería que ella los pintase con caras de cerdo…Penélope fue al dormitorio a buscar sábanas.

- Así que- comentó Jonás- ¿al final tendremos que despelotarnos?

- Bueno, - respondió Al, hurgando en la nevera- en honor a nuestra perspectiva judeocristiana, quizá podamos tomar la licencia de dejar los calzoncillos. ¡Vaya! Esta chica es genial, lo que tiene aquí encaja como un guante en la escena, es como si existiera entre nosotros una especie de conexión íntima que no se haya manifestado hasta esta noche.

Jonás estuvo tentado de preguntarle si dicha conexión no podría estrecharse más aún a lo largo de la madrugada, pero se cuidó de hacerlo por si ella apareciese de repente en la habitación. Al sacó del frigorífico un par de abundantes racimos de uvas.

- ¡Mira! Si nos colgamos esto de las orejas, quedaría estupendo para ambientar un almuerzo dionisíaco.

- Oh, por favor. ¿No te parece ya exagerar un poco?

Pero su amigo tenía una entusiasta asociada en su empresa, que regresó con dos sábanas, a juzgar por la longitud, de cama de matrimonio, blancas y bastante limpias pese a todo, Jonás prefirió no aventurar cuántas personas habrían pasado por ellas. De todos modos, tendrían que enrollarse bastante en ellas para que dieran el pego como togas.

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