jueves, agosto 05, 2010

LOS CERDOS. Entrega 14.

- ¡Ah!- exclamó ella- Veo que Al ya ha descubierto más elementos de atrezzo. ¡Oh, chico! En verdad tienes alma de artista. Voy a hacer un poco de hueco.

Mientras Penélope apilaba toda clase de cacharros para formar el que sería el remanso de paz de los pastores, quienes iban a representar ese papel se preparaban desnudándose y Jonás convino en que para ese tipo de ocasiones tal vez vendrían mejor los viejos calzoncillos de tela, sueltos, antes que los apretados que luego le dio por gastar, más modernos pero comprometedores en cuanto a lucir la anatomía, a menos que esta se mostrase con verdadera premeditación. Fue una suerte que Penélope estuviese ocupada primero en crear espacio libre y luego en montar su caballete junto al resto de materiales de pintura, porque la operación de ponerse las togas no fue todo lo sencillo que pudieran haberse imaginado al ver las clásicas películas de romanos. Se enrollaron las sábanas, ayudándose mutuamente a la hora de realizar toscos nudos para que se sujetaran, y al final el resultado distó poco del atuendo de un grupo de borrachos en una despedida de soltero, no obstante consideraron que la imaginación y el genio de Penélope suplirían todo lo que su torpeza se hubiese dejado por el camino. No menos penoso fue el colgarse los racimos, aunque incluso Jonás reconoció, al observarse luego en uno de los espejos que rondaban por ahí, que les daba una apariencia fantástica al menos para el tema del que estaban tratando.

A una seña de la pintora se sentaron en el suelo, con unos pocos elementos que ella pudo recopilar de diferentes rincones de la casa: las botellas de Lambrusco y un par de copas, algunos curruscos de pan más duro que el propio suelo, un trozo de queso (holandés, eso sí) y poco más.

- ¿Es necesario que bebamos?- preguntó Jonás.

- ¡Oh, sí!- confirmó ella- Ante todo, naturalidad. Vosotros imaginaos, por ejemplo, que sois dos pastorcillos enamorados que descansáis a la sombra mientras vuestras cabras pastan en las cercanías.

- ¿Enamorados?- exclamó Jonás con disgusto, creyendo que sus temores del principio se iban a confirmar- ¡No me jodas!

- Vamos, Jonás, - le tranquilizó su amigo- es inútil que intentes describir esta escena desde el punto de vista contemporáneo, arruinarías su espíritu. Comprende que esto no es más que una ficción. Y tu reputación como futuro gran químico no se verá arruinada porque retoces ahora como un pastorcillo bajo el influjo de Eros y los efluvios de Baco.

- No entiendo muy bien qué dices, pero mejor será beber…

Jonás se llenó una copa de Lambrusco. El alcohol será el lubricante perfecto para engrasar este disparate, reflexionó. Tal y como había imaginado, alguna uva cayó desde los racimos colgantes hasta el suelo. Entonces Al recogió una de ellas y la introdujo en la boca de su amigo, no entera sino hasta la mitad, mientras le miraba muy metido dentro de su papel.

- ¿Te gusta este gesto?- le preguntó a Penélope.

- ¡Estupendo!- exclamó ella, pincel en mano.

Jonás se había quedado petrificado en esa pose, atónito, como sin capacidad de reacción, la uva a medio camino entre sus labios; Al cuchicheó cerca de él.

- Naturalidad ante todo, Jonás… Recuerda que es solo una pose, aunque te pueda resultar incómodo mantenerla.

Jonás trató de recordarlo hasta que Penélope decidió dar por acabada la sesión.

Cuando dio por concluidos los primeros bocetos de la obra, la pintora decidió terminar por esa noche y unirse al grupo que estaba plasmando en su lienzo.

- ¡Muy bien, chicos!- los felicitó, mientras tomaba asiento en el suelo- Creo que os habéis ganado que os regale un cuadro, de todas maneras quizá tenga que pediros que volváis otro día, si no es inconveniente. Ahora es tiempo de descanso, tanto para la artista como para los modelos. Me gustaría tomar un Lambrusco con vosotros, si es que Jonás ha dejado algo.

El aludido sonrió con picardía puesto que, en efecto, se había acabado casi una botella entera de ese vino, y la alegría comenzaba a apoderarse de su ser.

- ¡Es increíble!- dijo Al- Jonás siempre ha mantenido que el Lambrusco no es más que agua con polvos, creo que esta noche se ha dejado influenciar mucho por la escena bucólica…

- Eso no es problema- replicó Penélope- En la nevera solo dejé unas pocas botellas, pero tengo un par de cajas más por ahí…

Jonás mostró un gesto como el bucanero que finalmente descubre el tesoro enterrado.

- ¡Bravo!- aplaudió Al- ¡Brindemos por Penélope y por su previsora hospitalidad! ¡Hagamos libaciones a Dionisos-Baco para celebrar que la moira haya juntado nuestros hilos esta noche!

- ¿Libaciones a quién?- inquirió Jonás.

- Al dios del vino y de la ebriedad.

- Oh, vamos, Al- se burló su amigo, hablando con una voz ya cercana a la ebriedad en sí- Tú eres ateo, no crees en ningún tipo de dios, mucho menos en dioses ridículos, como ese dios de los borrachos o como cojones quieras llamarlo.

- Soy consciente de ello, Jonás, ¡pero no seas aguafiestas! Nuestro imaginario almuerzo campestre aún no ha acabado. Solo hemos acogido a Penélope en él, si no quieres brindar por otra cosa pues al menos brinda por ella, que es quien nos está ofreciendo este delicioso vino.

- Eso ya me parece mejor- dijo Jonás con una mueca, deseando ver su copa de nuevo a rebosar de espumoso rosado.

Esos recuerdos eran deliciosos para Jonás, pero inalcanzables, trozos dispersos al igual que los del conejo que había arrojado a la sartén, condimentados con ajo en polvo. Pero, a fin de cuentas, era él quien había conjurado esos recuerdos. Primero con el cuadro y luego, cuando abrió la nevera, descubrió allí una botella de Lambrusco que él mismo había comprado. Meditó que, en esas circunstancias, mejor sería pasar de ese vino ligero al whisky, más potente para ciertos fines, sin embargo al final venció la nostalgia y descorchó la botella. Había improvisado un arma de destrucción, no masiva, enrollando un periódico viejo con el que aplastaba de vez en cuando a alguna cucaracha fugitiva. Sin embargo, realizaba esa tarea de exterminio con verdadera desidia, la que se había adueñado de su ánimo por aquel entonces y que no podría sumergir en el vino.

Al tenía razón. Hasta hace poco siempre había sostenido que el Lambrusco no era más que agua con polvos, incapaz de sostener una comparación con algunos de los reputados caldos de su tierra. No obstante, había podido comprobar que esa agüilla espumosa se comportaba como un lobo con piel de cordero, y poco a poco sus burbujas iban subiendo hasta el cerebro para instalar un estado de placidez en el mismo, de anestesia bajo una aparente capa de frivolidad. El vino provocó que aquella noche se convirtieran en apóstoles del placer, pero nada de eso iba a regresar, de nada le serviría apurar hasta el fondo la botella en soledad, en otra noche bochornosa en la que solo su cuerpo se mostraría desnudo, y tan solo con el fin de combatir el calor.

Era inútil, pero lo necesitaba. Para seguir recordando, para evocar el momento álgido de aquella noche, tenía que embriagarse con el mismo néctar que entonces. Solo así entraría en trance. Se dejaría poseer por la inspiración de Baco, del mismo dios del que se había burlado.

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