miércoles, agosto 25, 2010

LOS CERDOS. Entrega 19.

De repente, notaron gritos provenientes de algún piso superior, que Jonás catalogó como los mismos que escuchara antes de su casual encuentro con Ari. En efecto, la choni y su novio estaban bajando las escaleras, casi de tres en tres peldaños y, pese a la escasa iluminación, sin caerse. Jonás supuso que ello podía deberse a que ese tipo de escenita ya había sido practicada por la pareja en otras ocasiones, constituyendo como una farsa necesaria para el desarrollo de la relación. No obstante, él no tuvo tiempo de reaccionar. La choni volvió a estar, de nuevo, en medio de su camino, tropezó con ella y estuvo a punto de caer al suelo de no haberse anclado a la barandilla. El novio la iba persiguiendo como un hombre de las cavernas sin garrote. Eso le pareció a Jonás, un joven que necesitaba alardear de masculinidad sobre todo cuando otro joven de su especie, constituyera o no una amenaza, se atravesaba en el camino de su novia. Jonás solo tuvo tiempo de vislumbrar a un chaval con el pelo de punta y un físico nada espectacular, quizá definido en un par de días de gimnasio a la semana y realzado con una camiseta de tirantes.

- ¡Aparta, idiota!- aulló, mientras su novia se paraba. Curiosamente, Jonás le había dado la oportunidad de escapar pero ella no la había aprovechado, confirmando que todo ello no era más que un paripé.

- Ten un poco de cortesía con los nuevos vecinos- le espetó Ari, encarándose con él.

El novio observó de reojo a Jonás, riendo con desprecio.

- ¿El nuevo vecino? ¿No será más bien tu nuevo chapero, mona Chita?

Ari no era la novia de Jonás, y este no tenía la menor intención de hacerse el gallo delante de ella, no obstante en su estado no iba a dejar impunes esos insultos.

- La mona Chita en realidad era macho- dijo- y seguro que tenía más cojones que tú.

El novio se quedó inmóvil, ciertamente sorprendido porque en su limitado cerebro no entraba la posibilidad de que alguien a quien había catalogado como inofensivo pudiera rebelarse.

- ¿Qué dices? Hablando de cojones, por menos que eso se los he cortado yo a otros y luego se los he servido en bandeja para que se los comieran.

- Mejor te los cortas tú- añadió Jonás- Nos harías un favor, no es de justicia que subnormales como vosotros deis hijos a esta sociedad.

Ari conocía un poco al novio de la choni, no con agrado, sabía que tenía mucho de perro ladrador pero que podía ser peligroso especialmente si alguien ponía en duda su hombría delante de su novia. Temió no que le pegara un puñetazo, sino que sacara una navaja cuyo filo ya había visto brillar en alguna ocasión. Con todo, su novia no le estaba jaleando, ni mucho menos. Ella había insultado a Jonás cuando este llegó al edificio, pero, cuando se chocó contra él, pese a su aparente debilidad, pese a que hubiera caído de no ser por la barandilla, notó que de sus ojos emanaba una sensación amenazadora que la había intranquilizado aunque no supiese explicar por qué.

- Escúchame- dijo el novio, con voz calmada- no se quién eres, de dónde vienes ni si vives aquí… Tampoco se si eres siempre así o es que, como parece, llevas un pedo que no te sostienes. Vamos a dejarlo por esta noche pero, si te vuelvo a ver en esta casa, te pediré disculpas, disculpas y quizá algo más por las molestias que nos has causado. ¿Entiendes? No te perdono, pero ya es tarde, desaparece y si de verdad eres vecino ya pondremos las cositas claras.

Luego cogió a la choni del brazo, con violencia como si fuera cualquier objeto, y la llevó casi a rastras hacia arriba sin que esta se resistiera demasiado.

- Por cierto- añadió el novio dándose la vuelta para dirigirse a Ari- Vigila a tu nuevo amiguito. Y tú ándate con ojo. No te creas que me da miedo el otro gorila al que has puesto los cuernos.

Cuando la pareja se perdió de vista, Jonás no supo bien qué decir.

- Bueno… ¿Entonces es ahora necesario que me quede contigo?

Ari lanzó una carcajada.

- No te preocupes por ese. Con la chavala no pierde el tiempo de proclamar lo hombre que es; pero quizá a partir de ahora tengas que andar un poco con cuidado.

- Lo mejor hubiera sido hacer oídos sordos, como hice con la tonta de su novia, pero… En fin. Un poco de alcohol me suele ayudar, un mucho trae consecuencias nefastas. De todos modos, si no me hubiese enfrentado a él quizá me habría subestimado. Eso sería peor. Te agradezco, eso sí, que te encararas con él. Te tengo que estar agradecido por tantas cosas esta noche… ¡Je, je! Ahora toca descansar.

Jonás permitió que Ari le acompañara hasta la entrada a su terraza, pero nada más. No quería pasar por algo que en ese momento no era, un borrachín perdido a quien tienen que acostar en su propia cama, con ropa y todo. Se despidió de ella con dos besos y la impresión, eso sí, de que al día siguiente no iban a coincidir en clase. Aunque la bebida le ayudara, creyó que no iba a pasar buena noche por el calor y, sobre todo, por el confuso huracán de sentimientos que se abatía sobre una situación anímica ya de por sí quebradiza. ¿Podía enfrentarse desnudo a esos vientos inmisericordes? ¿O dar más combustible al vehículo con el que trataba de huir de ellos? Esta última opción era accesible en el caso de que, como había imaginado, hiciese pellas. Se dirigió al congelador para buscar hielos.

Al día siguiente la choni tenía que trabajar, y para ella no había ninguna opción de pirarse una jornada de empleo, un empleo que cada vez escaseaba más. Dejaba a su novio durmiendo como un bebé. El descanso del guerrero… Tras el encuentro con Jonás y Ari, él había hecho el amor con resentimiento, pero no con violencia. Ella encontraba atractiva su agresividad… siempre y cuando la demostrara con otros y, si lo hacía con ella, que no pasara de ser algo inocuo, como una fase del cortejo que repitiera de vez en cuando para que su relación no se enfriara.

Guardó su uniforme de cajera en un macuto. El uniforme era lo de menos, lo que tendría que arreglar era su agraciado, pero maltratado, rostro. De poco le era útil la lozanía de su juventud si las ojeras delataban su ajetreada noche y si el alcohol, el tabaco y otras drogas de uso no tan diario repercutían sobre la misma. Todas esas marcas se difuminaban bajo varias capas de maquillaje, que ella aplicaba de modo rutinario frente a un espejillo antes de salir de casa, y más tarde repasaría de forma fugaz antes de incorporarse a su puesto. Cuestión de imagen, aunque luego esta solo sirviese para aguantar los piropos que con mayor o menor gracia dejaban caer los jubilados y algunos hombres solitarios, por no hablar de su obeso y obseso encargado, que parecía reprimir toda su energía testicular para no darle una palmadita en el trasero en cualquier momento de disimulo.

Eso era lo que había por el momento, así que la joven, para aliviarse durante el breve recorrido hasta el metro, volvió al vicio del pitillo, que ya estaba encendiendo al abrir la puerta de su casa. No obstante, al pisar el felpudo con su fina sandalia notó que un objeto, quizá varios, de extraña forma sobresalía debajo del mismo, clavándose en su pie. Gruñó y, aspirando la primera calada del cigarro, levantó el felpudo de un tirón. Entonces, escupió el pitillo encendido pues un grito de pavor se abrió paso dentro de ella sin que pudiese controlarlo. El aullido se elevó por el patio, donde seguramente sería mal recibido por aquellos que aún no habían necesitado levantarse. La choni miró hacia abajo, con la mano tapándose la boca y un par de lágrimas en sus ojos mientras, dentro, su novio roncaba con placidez.

Los objetos que había debajo del felpudo no eran otra cosa que varias cabezas tanto de pollo como de conejo, alineadas y observándola a través de sus ojos inertes, carentes de sentimiento. Ella se había clavado en su sandalia el pico de uno de estos pollos y, aunque la planta de su pie no había sufrido daños, el golpe psicológico había sido mucho más duro, hasta el punto de que estuvo por desmayarse, regresó dentro de su piso para sentarse durante algunos segundos. Pensó en coger una baja, pero, ¿con qué motivo? ¿Porque alguien había llenado su felpudo de animales muertos? Esa excusa podría aceptarla su encargado, quien le permitiría todo pero a qué precio… Finalmente se recuperó del susto y sacó la escoba para barrer aquellos engendros, sin saber muy bien qué fin les daría. Del miedo pasó a la rabia. Fuera quien fuese el culpable de aquella inocentada de tan mal gusto lo pagaría. Y todo hacía indicar hacia dónde había que volver el dedo acusatorio en el proceso.

No hay comentarios: