viernes, agosto 27, 2010

LOS CERDOS. Entrega 20.

VII

Jonás, antes de rendirse definitivamente a la bebida la noche anterior, fue consciente de que podría arrepentirse al despertar, aunque no respecto al curso, ya había decidido no asistir ese día pese a la charla con el monitor. Su mayor remordimiento, con todo, se debía a no haber estado ágil en buscar una decente conexión a Internet. Eso le obligó a escoger alguno de los innumerables locutorios de su barrio y, con la mala suerte dándole una palmadita en la espalda, fue a topar con el de peor ambiente para su resaca.

De precio no podía quejarse, desde luego, pero tampoco el servicio valía demasiado. Había dispuestos algunos diminutos cubículos con ordenadores, la mayoría de los cuales estaban copados por un grupo de niños, conectados en red entre sí como Jonás no tardó en comprobar. Los chavales estaban inmersos en una batalla campal, cruenta tan solo en la ficción, desarrollada en un mundo de espada y brujería al que con mucho gusto Jonás hubiera mandado a aquel hatajo de chicuelos cuyos gritos le estaban trepanando la sien. En su, por otro lado inofensivo, afán de matar, los niños se chillaban unos a otros, se provocaban, se burlaban de los caídos y todo ello con una jerga preñada de palabrotas, la cual solo podía escandalizar a Jonás por el mero hecho de encontrarse bajo su alcance, y que de todos modos le resultaba incomprensible.

- ¡Hostia, maricón, ahora que tengo la espada de tres filos del Templo de Miscanandrios te voy a cortar los sesos en dos, por el poder de Mut Ul- Kronon!

- ¡Y yo invoco el poder de la semidiosa Isi Vendrilla para protegerme con un campo vital de fuerza etérea a nivel dos millonésimas!

- ¡Comemierdas, maricones, probad la fuerza del mago Gran Sumbán en su vigésimo tercera reencarnación tras purificarse en el santuario de la Orden del Basilisco Tricéfalo!

De no ser por la resaca, Jonás todavía podría haber encontrado cierta gracia en esos renacuajos profiriendo términos tan extraños como acompañados de expresiones soeces entre las que maricón era la más repetida de todas. Él no iba a darse por aludido, pese a haber abierto una pequeña brecha en su muralla, sin embargo, a través de algún vistazo fugaz, comprobó que varios de los héroes con los que los chavales jugaban en realidad tenían un aspecto más bien andrógino, ambiguo, y le pareció escuchar a Al hablando de Alejandro Magno, Hefestión y demás remotos personajes. Finalmente decidió centrarse en el asunto que le había traído al locutorio, si es que ello era posible dentro de aquella atmósfera tan enrarecida.

Abrió su correo electrónico, pero pronto su ceño fruncido dio a entender que no había encontrado lo que buscaba. Comenzó luego a deambular por varias páginas, hasta que se detuvo en un blog dedicado, al parecer, a la crítica de arte, cuyo autor firmaba como Hitch. Al encontrar ese espacio, titulado LA VENTANA INDISCRETA, Jonás disimuló una mueca de asco, aunque meditó la idea de convertirse en uno más dentro de ese locutorio y empezar también a lanzar maldiciones, por motivos nada virtuales. Se fijó en un artículo en cuyo encabezamiento había una foto de uno de los cuadros expuestos por Penélope, cuyo texto comenzaba así:

PENÉLOPE PALACIOS: CARETAS FUERA.

Es la vida de un crítico independiente multidisciplinar una existencia ingrata, malpagada (y eso cuando pagan algo), proclive a los momentos amargos… Pero también es posible encontrar diamantes en el cieno y, cuando uno asiste a ese milagro, entonces sabe que su vocación no puede estar equivocada, que aún quedan artistas sin prostituir y obras que no se crean para acabar en el urinario de algún mercachifle con poco gusto pero generoso talonario.

¡Oh, Penélope! ¡Qué dilema se presenta ante este humilde crítico! ¿Cómo fingir objetividad cuando en tu caso me es imposible? Desde que te conocí, desde que noté cómo nuestros espíritus se fusionaban en un espacio común y muy alejado de la vulgaridad reinante… Debo advertir a los seguidores de La ventana indiscreta que voy a intentar que os hagáis una idea de su talento a través de mis propias percepciones y la reproducción de su obra… Pero todo eso es insuficiente. A pesar de mis esfuerzos, queridos lectores, tendréis que ser vosotros (siempre y cuando tengáis un ápice de sentido artístico) quienes disfrutéis en persona de la creación firmada por la señorita Palacios.

(…)

Así comenzaba la crítica, quizá antes bien una adulación, y Jonás, pese a hallarse en un lugar poco propicio para la abstracción, dejó volar su mente. Esta se remontó no a un recuerdo como los anteriores, sino a un recuerdo fingido. El artículo de Hitch había provocado un brote perverso dentro de su imaginación, y comenzó a formarse una imagen mental cuyo parecido con la realidad no estaba asegurado. Recordaba no lo que había pasado, sino lo que él creía que pudiera haber pasado.

Jonás se imaginó al crítico escribiendo en un portátil, recostado en su cama. Solo llevaba encima una sábana y, pese a la desnudez de cuerpo, el rostro se hallaba cubierto por dos de sus accesorios fetiche, que al parecer no se quitaba ni en la intimidad: una boina negra, caída hacia un lado, y unas enormes gafas de sol que le cubrían media cara. Aunque era difícil adivinarlo bajo ese atuendo, el crítico solo tenía algunos años más que Jonás. En esa postura se encontraba redactando la crítica de Penélope en su blog. A su lado, en la mesita de noche, descansaba una pequeña pipa que cogió para hacer un aparte. Encendió una cerilla y aspiró una profunda bocanada de humo, que luego expulsó con satisfacción. Permaneció como pensativo durante unos instantes y luego continuó tecleando.

(…)

LOS CERDOS. ¿Es este un título vulgar para una exposición de arte? Para nada. Los cuadros de Penélope Palacios no son fabricados como salchichas, ni como latas de sopa a lo Warhol. Cada uno contiene un chispazo de la reveladora visión de su autora, una visión que desnuda al género humano hasta llevarlo a ese animalismo del que surgimos hace siglos y siglos y que, lamentablemente, la gran mayoría parece no haber abandonado. ¿Somos puercos? ¿Gorrinos, aunque en muchas ocasiones, como refleja Penélope, nos cubramos con ropajes que valen lo que kilos y kilos de chuletas? Debo confesar que yo tenía desde hace ya tiempo cierta visión animalesca de esta raza a la que, para bien o para mal, pertenezco, y al contemplar estas obras casi se me saltaban las lágrimas al comprobar que alguien me había entendido. ¡Y qué alguien! Si hay algo más placentero que conocer su arte, es conocer a la propia Penélope Palacios.

(…)

Jonás imaginó luego que, proveniente de la ducha, aparecía la propia Penélope, con una toalla enrollada en su cuerpo. Ella se acercó hacia la cama del crítico, al que dedicó un gesto cariñoso, acariciándole la mejilla, una de las pocas zonas libres de su rostro. Él, pese a todo, continuó escribiendo, como si pretendiera que la profesionalidad triunfara frente a todo, pero no por ello dejó de esbozar media sonrisa de agradecimiento hacia la joven.

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