martes, agosto 17, 2010

LOS CERDOS. Entrega 17.

Tras esa charla Jonás decidió continuar en el curso, no tanto por el poder de sugestión de su maestro como por el empuje de su ego, que no solo se molestaba por las broncas sino que además lo hacía ante la suposición de que él sería incapaz de progresar en el puñetero cursito de las narices. Lo primero que necesitaba Jonás era señalar el enemigo a abatir, y este era el pollo, por eso compró cuatro ejemplares para que, cuando la resaca llegara a su fin, pudiese practicar con más tiento.

Lo lógico hubiera sido esperar al día siguiente, pero Jonás ignoró de nuevo la lógica de los acontecimientos y esa misma noche, en su casa, alineó los cuatro pollos en la encimera de la cocina, vigilando, eso sí, que las cucarachas no le pillaran en un momento de distracción, pues era casi imposible dejar cualquier alimento allí abandonado a su suerte por más de cinco minutos sin que alguna avanzadilla de invasoras fuera a inspeccionarlo. Cortó sus cabezas y, aunque estas le parecieron tan repugnantes como cuando las vio en clase, no las tiró en seguida a la basura sino que abrió el congelador y las introdujo allí. Suerte que fueran pequeñas porque el electrodoméstico estaba ya bastante abarrotado de paquetes con carne, y Jonás no quería ni imaginar cómo podría llegar a estar en un futuro próximo. Cogió el primer pollo descabezado y comenzó a practicar el despiece, ya sin la presión que suponía tener varios pares de ojos pendientes de su tarea. La pechuga no salió entera pero aún así había mejorado el ejercicio, tan solo unas horas después de que fracasara.

Jonás se animó, ocupándose al final de los cuatro pollos y acumulando una gran cantidad de carne que entraría muy justa, o no entraría, en el congelador. No era su intención que se pudriera en el frigorífico ni tampoco tirarla, porque entonces seguramente las cucarachas hallarían un modo de asaltar el cubo de basura para darse un festín, en última instancia decidió freír el pollo troceado en grandes porciones, al estilo de lo que solía hacerse en las cadenas de comida rápida. Como la tarea de preparar esas abundantes raciones le resultaba un tanto anodina, decidió una noche más apuntarse al vicio de espiar a sus vecinos, quizá poco ético pero muy divertido para él en todo caso. La ventana de la cocina era estrecha, un lugar apropiado para camuflarse, así que cogió la escopeta y a través de su mirilla se dispuso a saciar su curiosidad, esperando sobre todo que pudiera conocer algo más del culebrón de Ariadna.

Por lo que se refiere a la choni principal y su novio, Jonás comprobó que en esa ocasión no les había pillado en plena cópula, sino que andaban a la gresca, discutiendo, y sus gritos se escapaban al patio de vecinos sin que eso les importara gran cosa. Jonás se preguntó si su relación sería siempre así, basada en una alternancia de luchas eróticas y luchas a secas. Con todo, le interesaba bastante más la vida de su compañera de clase, por lo que bajó la mirilla hacia su terraza. Ella se encontraba allí, tendiendo ropa, y, quizá a causa de los gritos, elevó su mirada, que se cruzó con la de Jonás. Este no pudo comprender en un primer momento cómo ella le había reconocido, parapetado como estaba, sin embargo al final, en esas circunstancias que no habría imaginado, llegó el momento de que descubriera su condición de vecino.

- ¡Jonás!- chilló Ari, quien tampoco se quedaba corta en cuanto al tono de voz.

El aludido puso a prueba sus reflejos ocultando el arma como pudo, y saludó con la mano a su vecina, a quien el descubrimiento le había provocado otro de sus ataques de risa.

- ¡Pero bueno…!- continuó ella, secándose un par de jocosas lágrimas- ¿Cómo tú por aquí?

Jonás puso su mejor cara de sorprendido, mientras se encogía de hombros.

- Ya ves. Esta ciudad, pese a todo, es un pañuelo…- el joven no habló demasiado fuerte, pese a su labor de mirón quería proteger su propia intimidad del resto de vecindario- Este es, o mejor dicho era, el piso de mis abuelos. ¡Qué curiosa coincidencia!

- ¡Pero esto hay que celebrarlo! Baja, hombre, ¡que tengo bebida!

- ¡Y yo comida!- fue lo único que se le ocurrió contestar a bote pronto- He freído todo el pollo de la clase y como cuatro más que compré para hacer prácticas.

- ¡Para hacer prácticas!- repitió Ari, que se ahogaba de la risa- ¡Tú sí que eres la polla, chaval! ¡Baja, baja ese pollo también, que lo regaremos con un buen roncito de reserva que me queda!

El cerebro de Jonás ya no tenía tiempo para urdir alguna excusa con la que justificar su descortesía. Como tampoco consideraba que fuese a una cita, apenas se vistió y se dispuso a guardar el pollo, envuelto de cualquier manera con papel de plata, en dos bolsas de plástico que transportó hasta el piso de abajo. Incluso antes de llamar a la puerta del piso de Ari, Jonás ya tuvo que disimular su disgusto al escuchar cómo dentro atronaba una música que para él no era tal, el riguitón (tampoco sabía muy bien cómo escribir el término). Al ir a abrirle, Ari bajó un poco el volumen, no demasiado para el ofendido oído de Jonás. Ella llevaba puesto un batín, no translúcido pero sí lo bastante ligero como para que insinuara su generosa anatomía.

- Pasa tranquilo, que este no es un piso patera.

Ariadna quería indicarle, de esta original manera, que, como él, vivía sola, no obstante las paredes del salón daban cuenta de una familia abundante a través de retratos y alguna que otra pintura infantil de la que dedujo su condición de abuela, algo que no pasó desapercibido para ella.

- ¿Estoy buena?- le preguntó Ari de repente.

- ¿Perdón?- replicó Jonás, distraído como estaba con las fotos.

- Digo que si estoy buena… para ser abuela- concluyó, con un nuevo estallido de risa.

- ¿Abuela?- Jonás no contestó de forma directa- Eres una abuela joven, desde luego, ¿cómo es eso?

- Por jugar al billar a mi estilo, ¡ja, ja! Con el palo dentro y las bolas fuera, ¡ja, ja! Desde los catorce años. Y mi hija lo lleva en los genes, ¡ja, ja!

- ¡Vaya! Pues sí, sorprendente. Yo me extrañaría ya a mí mismo si soy padre a los cuarenta. Depende de las circunstancias, supongo.

- ¿Tú tienes pareja?

- Tenía algo parecido… Hasta hace poco- Jonás no pudo evitar una mueca de desagrado, ante lo que Ari permaneció seria, al menos unos segundos.

- ¡Ay, ay, ay! ¿No habré metido la pata?

- ¡En absoluto! En todo caso nada que no se pueda olvidar… Con un poco de pollo y un poco de, ¿cómo decías?, ron, ¿verdad?

- ¡Roooooooonsito!- exclamó Ari mientras se levantaba, como un torbellino, en dirección a la cocina- Te voy a hacer unos cócteles que son marca registrada de Ari, ¡ja, ja! Tardo nada, cinco minutitos. Tú quédate aquí sentado, ¡y disfruta de la música!

Jonás consideró poco amable decir, por el momento, a su nueva anfitriona qué opinaba sobre la música. Obedeció, permaneciendo en el sofá mientras echaba algún furtivo vistazo hacia la cocina, que podía ver parcialmente desde su posición. Aunque había esperado el clásico cubata, tenía curiosidad por probar esa mixtura que Ari estaba realizando cual hechicera que mezclara ingredientes afrodisíacos para preparar su filtro de amor. Claro que, para él, el alcohol ya era de por sí un potente afrodisíaco. Ella no era su tipo ideal, pero Jonás sabía que, en cuestión de gustos, aún no se había conocido todo lo que le hubiera gustado.

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