IV. En marcha.
El tío Pedro regresaba al hogar tras apañar unas viandas para el banquete. Bueno, la verdad es que iban invitados por los amigos de Grandoso, pero con una familia tan numerosa que menos que aportar alguna botellita, un dulce; nada, menudencias. La cuestión es que, cargado de bolsas como iba, percibió un bulto sin forma definida en el suelo del pasillo de acceso a su portal, justo delante de la puerta. Pero le era familiar, de hecho la mayoría de las mañanas era frecuente para él un pequeño salto para evitarlo. En esas ocasiones, desde luego, no solía ir con bebida para veinte bajo el brazo. Ese obstáculo insalvable en realidad era de raza humana y se llamaba Joaquín, en apariencia era un vagabundo que pedía limosna en la esquina de esa misma calle, al lado del portal. Si digo en apariencia es porque, llegando a ser tan típico de la ciudad como la catedral o el Barrio Húmedo, se creó toda una enciclopedia de rumores, la mayoría disparatados, acerca de su figura, que si tenía varias carreras universitarias, o alguien le vio cierto día subiendo de esmoquin a una limusina. Vamos, que despertaba la imaginación de la gente y, como no podía ser menos, la de nuestros primos. No en vano le dedicaron otro de los cortes de su peculiar disco, el tema Joaquín, barbas, borracho. Las barbas no se las quitaba nadie, era su seña de identidad junto a la gabardina color café; la afición por el alcohol ya se la inventaron un poco porque él lo que gustaba era de vez en cuando fumarse un purito, y sus buenos dineros ganaba porque era un pobre atípico, que se quedaba quieto como un poste con la palma de la mano extendida, pero no pedía ni rogaba, de hecho no abría la boca. En fin, parte de esa tradición exigía que el tío le saltara, con bolsas o sin ellas, y así hizo para llegar a su casa sin saber la marejada que se había formado por allá arriba.
Claro, había mal ambiente. Cada cual estaba a lo suyo, Espe pasaba ya de su Ludwig y había ido a buscar uno de sus juguetes más recientes, un bebé cyborg que, pese a estar años luz de esas vetustas muñecas de su madre que iban a pilas, aún no lograba dar el pego ocultando su condición robótica como sí lo podrían hacer por ejemplo los soldados de Gaveston. El niño gateaba con cierta lentitud, su vista andaba algo perdida y no prestaba la menor atención a la nena que hacía de mamá adoptiva. Car tocaba algunas notas en un organillo infantil, sin levantar la vista de las teclas. Los chicos andaban más contentos, y empezaban a preparar la excursión comenzando el relato de la misma. Tis con los viejos métodos, un cuadernillo y bolígrafo, Juan con la casi más moderna videocámara del mercado.
Tis empezó a anotar:
León, a 15 de agosto del año 2045.
Día festivo, hoy vamos con toda la familia a Grandoso a pasar la que, ¿quizá?, sea la última aventura de los Abrasadores. De este modo rememoraremos nuestra creación como grupo, el día que mantuvimos el enfrentamiento con la Banda de la Piedra.
Esta mañana Juan y yo tuvimos algún altercado doméstico con Puri, nada fuera de lo común. La verdad es que ahora no hay mucho espíritu de equipo aquí.
Llegado a este momento, decidió ir leyendo en voz alta lo que escribía.
Por desgracia, Car y Espe no se han tomado muy bien la remontada que, con toda justicia, les dimos Juan y yo al Héroes, porque…
- ¡Tendrás jeta!- exclamó Car- ¿Por qué no pones en ese cuadernito que justo cuando iba a machacarte empezaste a cantar en un idioma extraño y me desconcentraste?
- ¿Idioma extraño?- se defendió Tis- ¡Estaba cantando Glory, glory, aleluya!
- ¿Y ya que la cantas no te puedes molestar en aprenderte la letra?
- ¡No! Es una canción que me inspira en los momentos débiles, pero la verdad es que no tengo ni idea de lo que dice. Vamos, vamos, tú deberías saberla. He escuchado cómo la tocas en la parroquia.
- Sí, es cierto- reconoció Car, tecleando algunos acordes del himno- ¡Pero no te creas que por eso voy a dejar de pensar que has hecho trampas!
- ¡A quejarse al gobernador de Libia!- zanjó Tis.
- Y aún te digo más… Oh, ¡Juan, deja de grabarme!
El chico no se perdió ni un minuto de filmación de la disputa, pero ahora que le habían descubierto no tendría una interpretación tan natural, así que fue con un valor seguro, su hermana, y su pequeño robot medio lelo.
- ¡Juan!
- Aquí tenemos a Espe, con un muñequito tan real que hasta tiene programadas las horas de mearse. Lástima que no le hayan dado mucho cerebro.
- ¡Juan! ¡Le estás asustando! ¡Aparta esa cámara, en el manual de instrucciones ponía que había que tratarlo de modo suave!
Entonces Juan puso el objetivo justo encima del cabezón lirondo del niño, que alzó sus ojitos de cristal con miedo hacia el grandullón.
- ¡Juan!
Aquí tenemos una de las clásicas riñas entre hermanos.
- Tis, suelta el boli- dijo Car- Trata de arreglar el asunto. Te cedo mi poder.
Tis se levantó con fastidio, yendo hacia el bebé, que había empezado a sollozar de manera leve, le cogió en los brazos meciéndole con suavidad. El niño se calmó, soltando un eructo de mayor tamaño que él mismo justo en las narices de Tis.
- ¡Vaya!- exclamó- Parece que alguien ha pisado un sapo. ¿No hay más que echar?
Tis empezó a darle golpecitos en la espalda, bueno, más bien golpes a secas.
-¡Más suave, Tis!- chilló Espe- ¡Eres un bruto!
- ¡Más suave, más suave!- protestó Tis- Vamos a ver, ¿por qué no pediste la versión extrafuerte? ¡Este niño se va a educar mal!
Tanta energía negativa debió tener malos efectos en los sensores del niño, porque empezó a berrear de tal manera que, aunque Tis le cerró la boca, seguía atronando toda la habitación.
- ¡Dámelo!- dijo Espe- Solo yo puedo calmarle, su mamá.
- ¡Este bicho está aullando como un demonio!- Tis lo soltó para taparse los oídos.
- ¿No hay manera de desconectarlo?- solicitó Car, de la misma guisa.
- Sí, seguro- dijo Juan, arreando tal patada al cráneo del bebé que se despegó de los cables que le unían al cuerpo y salió por la ventana previa rotura del cristal.
Ahora, todos a la vez.
- ¡Juan!
- ¿Qué? ¡Era horrible! ¡Seguro que vosotros lo queríais hacer también!
Espe entró en una fase de enajenación mental, llorando con más silencio pero no menos fuerza que su extinto bebé, agarro por una de las patas el organillo y lo alzó en el aire sin mayor esfuerzo. Car se puso frente a ella.
- ¡Espe! ¡Suelta ese piano!
- Yo de ti me apartaría- dijo Tis cogiéndola del brazo- Cuando está así, no se entera.
Avanzó hacia ellos con su improvisada arma en ristre, la furia cegaba sus ojos y no le importaba quién se pusiera delante, porque todos eran sus víctimas en potencia.
- ¿Pero nosotros qué te hemos hecho?- se quejó Tis, apartándose de su camino.
Un grito de guerra salió como un torpedo de la garganta de la Nenita, que comenzó a perseguirles con su piano, los tres primos corrieron en fila por el pasillo dispuestos a ponerse a salvo donde fuera. Una persecución bastante cómica, que alcanzó su final cuando, terminado el corredor y llegando al vestíbulo, se escuchó el sonido de una cerradura al abrirse, y fue entrar el tío Pedro como un auténtico deus ex machina para que él mismo intuyera lo que había sucedido y gritara, como una sola voz.
- ¡Juan!
Era un día especial, unos pocos cristales rotos no iban a enturbiar la alegría en el comienzo del viaje. Esa furgoneta familiar que tantos juegos, riñas y vómitos había padecido, amén del espíritu cantarín de los primos, que abandonaron León al son de algún viejo disco infantil cuya melodía, rayada de mil y una repeticiones, se sabían de memoria y entonaban de manera ñoña como hicieran en un principio.
Yo tenía diez perritos.
Uno se cayó en la nieve.
No me quedan más que nueve.
Fueron criados bajo canciones como esas, que escondían un fondo de crueldad extrema en la niña que al final, obvio es, se quedaba sin ningún cachorrillo y más sola que la una, sin embargo todo era fiesta allí. A las afueras de la ciudad se encontraron frente a la enigmática efigie del centro deportivo San Luis Gonzaga, del que eran socios desde su nacimiento. Los Abrasadores siempre fueron atraídos por lugares cuyo interior albergara un misterio desconocido o pudiera hacerles rememorar las aventuras de sus cuadernos o películas. La mayoría guardaban lógica, como bosques profundos, montañas, edificios abandonados. Pero las incógnitas que encerraba un sitio en apariencia tan normal como el San Luis les resultaban mucho más atrayentes, porque estaban veladas por la cortina de silencio que habían impuesto en torno a él los adultos. Todas las historias que corrían por vestuarios y campos de juego entre los jóvenes les parecían cuentos en su mayor parte exagerados. Era una institución muy longeva, pero estaba totalmente reformada, no quedaba nada de las antiguas instalaciones. Y no por un afán de modernidad. El club se había consumido como una tea en un espectacular incendio que tuvo lugar cuando los primos aún no habían llegado a este planeta. ¿La causa? Bueno, eso era lo que les costaba averiguar, de hecho a excepción de celebraciones familiares no solían visitar el club. En esto tampoco eran ejemplares, porque no les gustaba demasiado el deporte. Se apuntaron de modo conjunto a clases de kárate en el club, pero lo acabaron dejando tras pelearse con la mitad de los repelentes chavales que se pensaban que el tener la raya del cinturón de un colorín u otro les daba permiso para pavonearse de mala manera. El que sí era asiduo era Ludwig. ¿No es hora de aclarar ya un poco el paso que va de llamarse Luis a Ludwig? La solución es sencilla, casi ridícula. A pesar de que a él siempre le llamaron Tis, el primo mayor consideró que no podía haber dos Luises en la pandilla, por lo que había que buscarle un apodo nuevo. Tras consultar en Internet todas las acepciones del nombre en las diferentes lenguas mundiales, en principio estuvieron a punto de llamarle Lluís, pero el joven sintió pánico ante la reacción de su abuelo y de Charly si se enteraban de que le habían otorgado un nombre catalán, por lo que consideraron como mejor Ludwig, de mayor vigor e ímpetu para un joven cuya fuerza y hermosura le podrían haber aupado como un líder si no fuera porque poseía un modo de ser que no tenía ninguna intención en cambiar.
Veamos un ejemplo. De hecho, él mismo se dirigía en ese momento a la entrada del club, como siempre con su chándal oficial que llevaba a todas partes y el petate al hombro. No les veía, y de hecho tampoco les escucharía porque, costumbre habitual también, llevaba auriculares que le aislarían de un entorno que le trataba con frialdad, mientras corría sus diez vueltas de turno al campo de balonmano. El tío Pedro aminoró la marcha y empezó a tocar el claxon, pero como si nada. Bajó la ventanilla y le llamó de forma afeminada, con una burla que, malos ejemplos que se transmiten de generación en generación, imitaron desde atrás Tis y Juan, para acabar los tres en una carcajada de hombría.
- ¡Chicos!- dijo Car- Estaría muy bien si esas cosas se las dijerais a la cara.
- ¡Aguafiestas tenemos!- gritó el tío, perdiendo de vista a Ludwig cuando entró al club.
- Solo digo- añadió ella- que él no es tan femenino. Sois un poco exagerados.
- ¡Ludwig me gusta!- chilló Espe, empeñada en seguir con ese tema.
- No me imagina de suegro suyo- comentó el tío.
- Vamos a ver- terció Tis- no me extraña que él guste. Es tan rubio, tan atlético, tan fino, tan, tan… A Espe le gusta, a Car le gustó también y por eso le defiende.
- ¿Es que tienes envidia acaso?- replicó Car con sorna.
- ¡No, no!- se defendió y, bajando la voz para que solo pudiera se percibida por Juan- De hecho, si a mí me gustaran los tíos, él sería el primero de la lista.
Nuevas risitas cómplices entre los primos, seguidas de una mirada de reproche de Car. Aunque Tis jamás lo reconocería y menos delante de ellos, desde luego que, como todos aquellos grandullones de clase y del San Luis que tan solo se enfrentaban a Ludwig si iban en grupo, él también se moría de envidia en comprobar cómo todas las chiquillas en flor se pirraban por el mejor amigo, y hasta la llegada de Alejandro el único, que tenía en el colegio, todas eran rechazadas con cortesía pero de modo firme. ¿Qué justicia era esa? Luego no era de extrañar que su frustración se expresara en esas bromas de mal gusto. Ese pensamiento se le aparecía cuando menos lo quería, y en ese momento alegre le dio un pellizco inesperado, que se agravó con los insistentes y agudos chillidos de Espe.
- ¡Quiero a Ludwig! ¡Quiero a Ludwig!
- ¡Silencio!- gritó el tío- Casi os prefiero cantando, me dais menos dolor de cabeza.
Y para subrayar esa convicción, puso de nuevo la música, sin adivinar que iba a provocar un nuevo conflicto. Por los altavoces empezó a sonar ¡Oh, Gwendoline!, una canción romántica y cursi como un tazón de melaza espesa que se vertiera sobre los oídos de los allí presentes, daba la casualidad de que mientras que era la favorita de Espe, el resto de primos no la soportaba. Aquí ya ni siquiera le serviría la ayuda de Car. La suave voz, que en teoría trovaba sobre los encantos de una linda muchachita, era:
¡Oh, Gwendoline!
Preciosa eres, ¡oh, Gwendoline!
La más bella
de todas las estrellas
eres tú, Gwendoline.
Los chicos tenían una peculiar manera de cantarla.
¡Oh, Mierdolín!
Qué tonta eres, ¡oh, Mierdolín!
La más gorda
de todas las ballenas
eres tú, Mierdolín.
- ¡No es así!- gimoteaba Espe, al borde del llanto porque estaban manchando la pureza de una canción que era música celestial para sus oídos. Pero eso no importaba a sus primos, ni aunque buscara consuelo en los ojos de Car, había ciertos ritos que cumplir pese a que resultaran ofensivos, y esa canción siempre había sido vapuleada a través de sus vacaciones en Ribadesella, las excursiones al molino de Barrios de Luna, salidas al campo y toda la geografía y rutas de las que guardaban recuerdo.
- ¡La estáis estropeando! ¡Callad! ¡Callad!
Al final hasta el tío se unió al canto, y pese a que pueda parecer un acto de crueldad premeditado contra la tierna infancia, lo cierto es que bendita fuera la tal Gwendoline/Mierdolín si era capaz de poner un poco de paz y armonía en el inicio de la gran aventura que ellos aún ni se imaginaban.
lunes, noviembre 06, 2006
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