miércoles, noviembre 22, 2006

Capítulo sexto: La Banda de la Piedra.

VI. La Banda de la Piedra.

Realmente, el entorno no tenía nada de heroico. Eran ellos quienes con su imaginación dotaban de importancia a parajes del todo vulgares, elevando a la categoría de archienemigos a pobres pueblerinos, porteros de edificio e incluso a una rana anónima bautizada por ellos con el nombre de Mariana. La ermita, si bien en lo alto de la colina dominaba el pueblo de manera imponente, no era más que una construcción sin ninguna característica especial que la hiciera figurar en guías turísticas. La última vez que estuvieron allí, ni siquiera la visitaron. ¿Para qué? Hubiera perdido el encanto, y preferían recordarla como la guarida de la temible Banda de la Piedra, desde allí sus rivales les observaban como una atalaya, la perspectiva desde arriba acentuaba más aún la imagen que de ellos tenían como gusanos insignificantes. A ras de suelo, allí era territorio netamente abrasador. La laguna, un término que utilizaban con demasiada generosidad para esa charca de aguas infectas, que parecían más contaminadas desde ocasión anterior, por vertidos que no parecían proceder de ningún sitio en particular. Pero ellos pasaron de lado porque el verdadero bastión de su poder era el barro, allí donde marcaron su territorio, no como animales, sino más bien como alpinistas que llegaran a su meta casi sin oxígeno. Bueno, en este caso el esfuerzo era mínimo, lo que contaba era el detalle. Bordeaba el lodo ese muro escarpado que, en su entusiasmo, Tis nada más llegar comenzó a escalar de modo atropellado, soltando su mochila por el suelo, resbalando, agarrándose a rastrojos que crecían de cuando en cuando, para cuando no había subido ni dos pasos caer de culo al arenilla y bajar rodando. No pesaban los años ni los kilos, tan solo las ganas de hacer un poco el cabra, que terminó lamentando frotándose el trasero mientras volvía con sus primos.
- ¿Lo has grabado?- preguntó a Juan, pero él estaba demasiado concentrado hundiendo un palito en el barro para ver si estaba moldeable.
- ¿El qué?- preguntó, abstraído.
- Nada, olvídalo- respondió Tis, satisfecho porque nadie había asistido a su bautizo.
Car y Espe buscaban sus propias herramientas de escribir por entre la maleza, regresaron con delgadas ramitas de punta afilada perfectas para la tarea. Ya durante el camino habían convenido que a Car, como jefa, le correspondía trazar el emblema. Aunque ella aún no estaba del todo segura.
- Es una pena- comentó- que no nos acordemos de nuestros símbolos particulares. Los de los carnés.
- Yo todavía conservo el mío- dijo Tis- Creo que me se hasta el nombre, era algo así como… Maxmo. Me hizo mucha ilusión, aunque creo que no lo entendí mucho.
- Te lo mandamos mientras estábamos de vacaciones en Ribadesella- recordó Juan.
- ¡Cierto! Yo ahí tomando el sol en la playa y vosotros eligiendo símbolos. No me extraña que luego no los entienda.
- A decir verdad- confesó Car- Yo no se ni por qué nuestro símbolo es el huevo tachado.
- ¿A quién se le ocurrió?
Todos se encogieron de hombros.
- A mí- dijo Tis- me hizo ilusión que me pusierais como Abrasador Número Uno, Listorro. Aunque no entiendo por qué si Car es la jefa, soy yo el número uno.
- Yo era Abrasador Número Tres, Buen Ojo- exclamó Juan con alegría.
- Y yo, yo…- pensó Espe- ¡No me lo digáis, no! ¡Abrasadora Número Cuatro, Valiente!
- ¿Y qué tienes tú de valiente?- se burló su hermano.
- ¿Y tú de buen ojo?
- ¡Chicos, chicos!- medió Car- No merece la pena discutir por esto. Éramos muy niños… Bueno, más de lo que somos ahora. A saber qué pasaba por nuestra cabeza cuando pensamos en eso.
- Y además, el huevo tachado es un emblema molón- dijo Juan.
Al final quedó admitido el hecho de que, pese a su origen incierto, el huevo tachado les valía tanto como sus curiosos sobrenombres, y adoptaron una opción igualitaria, en plan mosqueteros, en que juntarían sus manos para guiar el palito pintor, y por una vez estuvieron los cuatro sincronizados, había riesgos de que el huevo terminara torciéndose como un pepino, pero el trazo no falló, y tras terminar la ovalada forma, dos rayas cruzadas cual tibias de bandera pirata cortaron el huevo en cuatro trozos casi iguales, quizá a los primos se les escapó que podrían corresponder con cada uno de ellos, en todo caso el sol del verano no daba tregua al cerebro para muchas teorías. Tras acabar el trabajo de equipo, venía el sello personal, ese inscribir las iniciales con el que terminarían el ritual.
- Creo que cuando estábamos con las letras fue cuando nos interrumpieron los de la Banda de la Piedra- dijo Tis- ¡Que se atrevan ahora!
- Tis, no exageres- respondió Car- No puedes pretender que todo ocurra exactamente igual. Los de la Banda no serían más que unos chavales del pueblo que supongo habrán crecido también y ahora estarán en la tasca jugando la partida.
Y se dispuso a trazar su C bien visible.
- ¡Fuera!
Ese grito no había sido de ninguno de ellos. La Abrasadora Jefa alzó el rostro con alarma, temiendo que sus palabras hubieran tenido respuesta en la lejanía en que se escuchaban esas voces.
- ¡No queremos nombres en nuestro pueblo!
- ¡Largaos!
- ¡Los borraremos meando encima!
Cuatro figuras asomaban al borde de la colina, soltando esos exabruptos al vacío y otros demasiado fuertes aunque no para el oído de los chicos. Aunque solo les hubieran visto fugazmente una vez hacía tiempo, les describieron con trazos tan precisos en el cuaderno que sabían de sobra quiénes eran. En el fondo, parecían el reverso de ellos mismos. En estos casos, la memoria de sus aventuras habla por sí sola.
Había un chaval que parecía dominar al resto, pese a que provocaba más bien risa, era gordito, con marcas de acné y vestía una sudadera tres tallas más grandes que al menos tapaba sus carnes. Con todo, se movía con una chulería de tal manera que le llamamos El Jefe. De todos modos la que peor nos cayó era una chica, guapa pero con cara de asco, que además llevaba un chándal amarillo chillón horrible. Car no la podía ni ver, y parece que ella tampoco, porque cuando pasó a nuestro lado la dijo Que te den. ¡Habráse visto! La llamamos Pija de Amarillo, o Pija a secas. Los dos que quedan no merecen mucho comentario, porque no son más que dos niñines sucios y bastante bobos que se dedican básicamente a reír las gracias de los mayores e imitarles. Nos recuerdan a unas criaturas del Heroes, por eso les llamamos El Golem y La Golem, porque son como robots dirigidos por los otros.
Pues sí, el tiempo no les había favorecido bastante. El Jefe, que ya apuntaba maneras a adolescencia problemática, no había dado un estirón como Tis, sino que se había quedado de pasto para burlas escolares, más gordo, con las mismas cicatrices y, quizá para compensar, un orgullo mucho mayor. Pija sí se había desarrollado guapa, pero el uniforme no se lo había dejado en casa, y casi relucía más que el mismo astro rey. Sus lacayos seguían con el cerebro igual de programado. Si los otros ahora arrojaban piedras al vacío, a cierta distancia de donde se hallaban los Abrasadores, quizá como amenaza o para hacer honor a su nombre, los Golem no se quedaban atrás, parecían tener un arsenal más grande que una cantera, que tiraban a cual más lejos, sin parar, mientras gritaban los mismos insultos, que al principio pasaron desapercibidos para la pandilla adversaria.
Pero no por mucho tiempo. Cuando los Abrasadores salieron de su estupefacción por ver repetido algo como si se tratara de una película, la furia ocupó su lugar.
- Pasad de ellos- aconsejó Car con calma, pese a que se notaba que se estaba conteniendo a duras penas- Solo quieren provocar.
- ¡Pero Car!- dijo Tis- ¡No podemos permitirlo! ¿Escuchas lo que te están llamando?
- ¡Llegó la hora de las tortas!- aulló Juan, yendo a buscar un buen palo grueso con el que quizá pretendía batear los pedruscos de sus rivales.
- ¡Ahí está la Pija!- señaló Espe- Se cree muy mona. ¡Y es una hortera!
- ¡Ya se cansarán!- insistió Car- A ver, chicos, recordad el dicho No hay mejor desprecio que la indiferencia. Aunque a Tis no le gusten los refranes, seguro que está de acuerdo conmigo.
- ¡Pues no!- se apresuró a remarcar su primo, ojeando a toda prisa el cuadernito- Es más, fíjate, es la misma frase que dijiste la última vez. Y Car dijo que pasaran de ellos porque no hay mejor desprecio que la indiferencia. ¿Cómo es posible que sigas pensando lo mismo tres años después?
- ¡Porque soy vuestra responsable y no quiero que os partan los dientes a pedradas!
Así pues, mientras decidían si pelearse con los otros, se peleaban entre ellos gastando una energía que no acabó hasta que Espe señaló de modo conveniente:
- ¡Pero si ya no están!
Se dieron la vuelta en grupo, y de hecho la ermita había quedado de nuevo solitaria. Hubieran tomado el camino que fuera, no había ni rastro de los cuatro jóvenes.
- ¿Lo veis?- aprovechó Car- ¡Estaban solo de vacile! Unas piedras, unos gritos, y se largan corriendo. Son cobardes.
- ¡Mariquitas!- rugió aún encendido Juan, alzando el palo al aire como si estuviera aún en el papel del bárbaro.
- Una pena- se lastimó Tis- Una buena batalla habría sido un gran final.
- Pero aún no está todo terminado, Tis- alegó Car- ¿O no te acuerdas de lo último?
- ¡Las minas de colorines!- saltó Espe entusiasmada de acertar.
Tis volvió a meter la nariz entre las hojas del cuaderno, defraudado por no haber caído en la cuenta el primero. De todos modos, esa actividad no parecía despertarle muchas emociones.
- Bueno, sí, cierto. Aunque… Es algo un poco cursi.
- ¡Mentira!- replicó Espe, que no quería que le quitaran valor.
- Es algo que hay que hacer, Tis, como el resto. Es de justicia.
- Pues vamos allá.
- Juan, ¿quieres soltar ya ese palo?- dijo Car, observando que su primo seguía en un estado de tensión aferrando su báculo con ánimo belicista.
- ¡No! Lo voy a necesitar para escalar el muro, ¿no crees?
Se refería a lo que habían realizado para llegar a las minas de colorines, que no eran otra cosa sino una veta del suelo en el que por lo que fuera se mezclaban arenillas de diversas tonalidades, y los reparos que Tis expresaba eran debidos a que, en su ingenuidad esta vez sí totalmente infantil, habían mezclado puñados de esa tierra para arrojarlos al aire, previa petición de un deseo que tan solo ellos conocían, dado que no quedó registrado en el cuadernito. Algo precioso, eso sí, además realizado desde lo alto del muro para que el efecto romántico tuviera un marco más adecuado. En aquel momento escalaron el muro con no pocos esfuerzos y tropezones, pero Car no lo veía muy claro.
- Creo que llegaremos arriba bordeando la colina. Será más fácil.
- ¿Qué?- protestó Juancho- Pero así no tiene ninguna emoción. ¿No crees, Tis?
Fue a buscar su apoyo sin haber visto el trompazo que el primo se había metido en su primer acceso de entusiasmo. Tis, fingiendo estar contrariado, tomó aire y dio unas palmaditas en la espalda de Juan.
- Creo que esta vez habrá que hacer caso a la jefa. Pero si te hace ilusión puedes conservar ese palito.
Juan se enfurruñó, Tis siempre se hubiera puesto de su lado en casos de este estilo, pero achacó su fuga a una mala influencia femenina tal vez, agarró más fuerte su cayado dispuesto a ser el guía de esa expedición, y enfiló hacia la cumbre sin hablar, seguido por los demás. Por lo menos el yacimiento de los sueños por cumplir aún no se había agotado, y las partículas terrosas de color azul, morado, rojo, amarillo y blanco aún relucían al sol. Eran mágicas, al menos así lo había expresado Car en su anterior visita. Quién sabe, la magia a veces se encuentra en los lugares más inverosímiles. En el fondo, tanto Tis como el resto se alegraron de recuperar un poco ese espíritu infantil, ensuciándose a gusto las manos, cogiéndola a puñados y luego dejándola escurrir por entre los dedos solo por el deseo de observarla caer en cascada hasta el montón.
- ¿Habéis pensado ya lo que vais a pedir?- preguntó Car.
Los rostros de sus primos se hallaban ausentes y no percibieron sus palabras. A fin de cuentas, hasta llegar allí arriba no se habían tomado muy en serio esa ceremonia, y no era sencillo ahora discurrir un único deseo en un par de minutos.
- Ni siquiera me acuerdo de lo que pedí la última vez- confesó Tis.
- Ni yo- coincidió Car- Pero bueno, si estamos de nuevo aquí las cosas no han ido mal.
- ¡Ya lo tengo!- saltó de repente Espe, con una amplia sonrisa de felicidad.
A su hermano no le faltaron ganas para preguntar si tenía algo que ver con cierto chico rubio, pero la solemnidad del acto imponía respeto hasta para él.
- Muy bien- dijo Car- ¿Quieres ser la primera, Nenita?
Inclinó ligeramente la cabeza mientras procuraba no perder ni un gramo de las arenillas mezcladas en su puño. Dirigiéndose hacia el borde de la colina, justo donde el muro finalizaba en su tramo más escarpado, Espe dio un breve soplido sobre su conjuro y las arrojó al aire, provocando una nube multicolor y efímera, que duró el instante necesario para que los chicos quedaran prendados de ella, para luego desvanecerse, polvo al polvo. Aún permaneció la niña absorta observando el vacío algunos segundos, hasta asegurarse que ya no quedaba nada. De menor a mayor, hermano y primos la siguieron hasta que la ceremonia quedó resuelta. Parecía un digno fin. Así había terminado su última aventura. Y así parecía que fuera a terminar esa. Aunque algo se rebelaba en su interior, al menos en el de Tis, que consultó la hora en su Huevomóvil.
- Aún queda bastante para las diez. No nos vayamos todavía.
Car, que sospechaba que iban a hacer el lío, le fulminó con una mirada.
- ¿Y qué propone el Abrasador Listorro para pasar el rato?
- Bueno… Digo yo que no pasaría nada por que fuéramos a echarle un vistazo a esa ermita. A fin de cuentas, es un sitio clave en esta aventura y lo hemos visto de lejos.
- ¡Te veo la intención! ¡Tú quieres encontrarte a esos niñatos! Esto no es propio de ti, con lo pacífico que has sido siempre.
- ¡Yo no les tengo miedo!- recalcó Juan, como si no quedase bien claro por el palo que solo había soltado para arrojar su puñado.
- ¡Yo también quiero ir!- les apoyó Espe, demostrando ser Abrasadora Valiente.
- Esos chavales ya no están- concluyó Tis como si fuera su razón maestra- Vamos, Car, es la última aventura de los Abrasadores.
- Ya, si a mí me fastidia tener que cortar siempre el rollo, pero bueno, ¿sabéis? Yo también tengo ganas de ir a esa ermita. ¡Vamos allá!
Un grito de entusiasmo se arrojó desde lo alto llenando el vacío que habían dejado sus deseos. Los cuatro se abrazaron en grupo de manera espontánea, y Tis comenzó a descender el muro a trompicones, olvidando la precaución de antes. El espíritu de la aventura había prendido en él, y aunque tuviera que bajar rodando sobre sí, no le importaba lo más mínimo, siendo imitado por el resto de Abrasadores. Era una prueba por la que tenían que pasar, y la pasaron enteros salvo por algún arañazo. De nuevo en el suelo, la ermita se erguía en lo alto de la otra colina como desafiándoles. Iba a pagar caro su soberbia, porque los chicos, que no habían tenido pudor en escribir su signo y sus nombres en el barro como si fueran invasores, iban a asaltar ahora también el castillo de los malos. Entre el Heroes y la vida real no había tanta diferencia.
Vista sin perspectiva, la ermita no les pareció otra cosa que una construcción antigua que necesitaba un buen restaurador, además cerrada a cal y canto tanto en las ventanas como en su maciza puerta que parecía lo más firme de todo el conjunto. Por mucho que buscaron algún resquicio por el que colarse, nada dio resultado.
- Así que esta es la emocionante última aventura- bromeó Car.
- Igual hay alguien- insistió Juan, aplicando la oreja a la madera del pórtico como si de este modo fuese a escuchar algo- Es día de fiesta, habrá misa o algo, digo yo.
- La misa es por la mañana, Juancho- respondió su prima- Ahora esto está más solo que la una. Salvo por nosotros, que estamos perdiendo el tiempo.
Juan dio tres grandes porrazos en la puerta con su improvisado bastón, que resonaron huecos y se extendieron por toda la zona adyacente, devueltos por el eco. No hubo respuesta, tan solo miradas de horror por parte de sus primos.
- Todavía nos denunciarán por dañar el patrimonio histórico del pueblo- comentó Tis.
Riesgo que poco importaba a Juan, que arreó cuatro o cinco palazos más antes de desistir. Se dio la vuelta con fastidio.
- ¿Y ahora qué?- preguntó Espe.
- Bueno- dijo Tis- Se ha hecho lo que se ha podido. Juan, ¿quieres sacar la cámara para despedir nuestra expedición?
- ¡No!- gruño, malhumorado aún- Prefiero grabar a los cerdos.
Tis se encogió de hombros y dispuso a deshacer el camino colina abajo, cuando la puerta de la ermita se abrió con un sigilo que nadie hubiese esperado de aquella antigualla, apenas un leve chirrido que reveló una rendija de apenas veinte centímetros. Tan pendientes habían estado del portón, que no pasó desapercibido ese ruidillo, al contrario todos a una volvieron las cabezas, entre la sorpresa y el temor a haber despertado de su siesta a algún buen párroco con sus golpazos. Pero el rostro que asomaba entre la penumbra del interior era de otro carácter, también religioso, pero de una anciana monja risueña, con una expresión tan amistosa que todos quedaron reconfortados, al menos en principio. Porque, sobre todo Tis, cuando descubrieron que la sensación de oscuridad que la religiosa desprendía no era tanto debida a la estancia como a sus hábitos negros, que la cubrían todo el cuerpo excepto parte de la cara, revelando a una hermana de las Hijas del Apocalipsis, el escalofrío que les recorrió a todos fue unánime. No obstante, nada en el modo de ser de la monjita parecía malo.
- Buenas tardes, jóvenes. La hermana Petronila, portera de esta santa casa, para servirles en lo que gusten.
Como Tis había intentado hablar y no le salieron más que tartamudeos, continuó Car.
- Buenas tardes, hermana. Verá, mis primos y yo estamos de visita en el pueblo con nuestra familia, y nos habíamos acercado a la ermita para ver si se podía visitar.
- Con mucho gusto se la enseñaré yo a ustedes- se ofreció Petronila.
- Perdone, hermana- replicó Tis con no poco esfuerzo- Usted pertenece a la congregación de… de… de las Hijas del Apocalipsis, ¿verdad?
Si los ojos fueran espadas, ya habrían reducido al chico a filetes, no obstante la hermana se limitó a asentir sin variar la sonrisa afable.
- En efecto. Mis hermanas y yo nos hemos instalado hace poco tiempo, por eso quizá desconocieran nuestra existencia.
- La verdad- continuó Car, más por seguir la conversación cortésmente que por otra cosa- es que yo he estudiado en el colegio de las carmelitas de León.
Los movimientos, un tanto mecánicos, de la monja se alteraron en este punto un poco.
- ¡Así que tiene usted el honor de conocer a nuestra santa fundadora! Bueno, eso merece un trato especial, después de la visita podemos ofrecerles los bollitos que elaboramos como especialidad propia. Dicen que tomar esa repostería le hace a uno estar más cerca del cielo.
O del infierno, pensó Tis de manera automática.
- Igual se nos hace tarde- dijo Espe, que ya no tenía reparo en mostrar su temor- Deberíamos volvernos ya.
Durante un instante que pareció eterno, en sus mentes se estableció una pugna, sobre todo en la de los mayores. Razones no faltaban. Tis había tenido ese sueño justo la noche anterior, que se había repetido durante dos años en ciertas ocasiones. Y Car también guardaba dentro de sí una fuerza que le impulsaba a adentrarse dentro del lugar olvidando su tarea de velar por los primos.
- No estaría mal comer- zanjó Juan- Yo ya empiezo a tener hambre.
Aún dentro de la tensión del momento no pudieron evitar una sonrisa. Muy bien. Ahí anidaba la aventura, y algo misterioso hacia lo que era difícil resistirse. Mirando a los ojos de esa monjita no podrían averiguar nada, porque siempre estaban en calma, sin dar muestras de impaciencia para ver si aceptaban la invitación.
- Se lo agradecemos, hermana- dijo Car- Aunque no es nuestra intención molestar, quizá una rápida visita, ya que nuestros padres nos estarán esperando luego…
- Se ve en un momento- aclaró la hermana Petronila, que aceptaba con una sonrisa eterna todos reparos posibles.
Ya fuera por los bollitos o por lo pesada que se estaba poniendo la situación, Juan se adelantó con su cacha, siendo retenido por Car, que le susurró al oído:
- ¿Quieres abandonar de una maldita vez la garrota?
El chico le devolvió una sonrisa de inocencia.
- No le negarás el apoyo a un pobre anciano, ¿verdad?- afirmó, traspasando la puerta.
Finalmente, la visita resultó cualquier cosa menos emocionante. Las galerías de la ermita, tan solo iluminadas con unos débiles candelabros, parecían todas iguales, rectas y lisas, de vez en cuando adornadas con alguna estatua de santos o vírgenes en que la hermana Petronila se detenía entusiasmada a explicarles su historia, de cual año era o las peregrinaciones que había dado de una iglesia a otra. Los chicos debían hacer esfuerzos para no bostezar, ya que lo que se estimaba un broche a su excursión se había convertido en una guía escolar en plan muermo, sin ningún detalle que pudiera excitar su imaginación, aunque a medida que daban vueltas y más vueltas a lo que parecía una pequeña ermita que por dentro no lo era tanto, Car fue observando que las pocas monjas que aparecían de vez en cuando de entre las sombras saludándoles para luego volver a evaporarse tenían unas características muy similares, tanto entre sí como con la hermana que estaba llevando sus pasos: todas ancianas y con cara de buenas personas. Quizá algún pequeño detalle diferenciaba una de otra, pero más flacas o gordas, con alguna verruga de más o menos, parecían cortadas por el mismo modelo. Y a la joven, que su experiencia tenía del colegio, le pareció poco creíble. Cierto que el hábito a veces hacía parecidos a quienes lo llevaban, pero eso era demasiado, y el hecho de que precisamente fuera esa la congregación a la que pertenecían dio la voz de alarma. Car arreó un codazo a su primo mayor, reteniéndole un par de pasos detrás del grupo.
- ¿Qué pasa?- preguntó Tis sorprendido, en un susurro.
- Aquí algo no me encaja. Todas estas monjas son iguales. Viejas y sonrientes.
- ¿Y qué tiene eso de malo?
- ¡Tis, te creía mejor informado! Las Hijas del Apocalipsis se caracterizan por captar jóvenes extranjeras o descarriadas, principalmente.
- Bueno, quizá esta sea la sección de veteranas.
- ¡No bromees! Tenemos que salir de aquí.
- ¡Por favor! ¿Te dan miedo estas monjitas?
Car calló, atenta a la reacción del grupo de delante. La hermana Petronila seguía con su rollo infinito, pero los chavales cada vez estaban más distraídos. Juan se dio la vuelta al sentir que sus primos andaban detrás cuchicheando, molesto porque le dejaran al margen, pero Car le advirtió con un movimiento de cabeza que siguiera sus pasos, temerosa de que pudieran atraer la atención de la monja. Juan siguió con fastidio, golpeando con el bastón al ritmo de sus pisadas, y atreviéndose a interrumpir el discurso por primera vez.
- Oiga, creo que es la quinta vez que pasamos por este angelito. Una cosa es que pueda haber varios parecidos, pero estoy seguro que es exactamente…
- ¡Juan, no seas maleducado!- protestó su hermana.
Pero, sin dejar tiempo a la reacción, Car se adelantó hacia ellos.
- Hermana, le agradecemos la visita, pero se nos ha hecho tarde.
Y, cogiendo a Juan y Espe cada uno por una mano, se dio la vuelta con rapidez y comenzó a regresar por un camino que desconocía, seguidos por Tis.
- ¡Después del tostón ni siquiera unas pastas para el camino!- protestó Juan.
- ¡Esto es una trampa, Juancho! ¡No tengo ni idea de por dónde estamos…!
Se quedó con la palabra en la boca cuando, al doblar un recodo, se toparon con la Banda de la Piedra al completo, frente a ellos. Pija llevaba un spray aturdidor con el que roció de inmediato a Car, que cayó al suelo dormida. Juan vio el momento al fin de usar el palo, que partió en la frente del Jefe, que se llevó las manos a la frente, lloriqueando. Cuando Tis iba a ir a ayudarles, se encontró inmovilizado por la espalda, ni más ni menos que por su monjita guía, que tenía una fuerza de mil demonios. Tras neutralizar a los hermanos, Jefe se acercó a él, estaba furioso, tenía una fea cicatriz entre las cejas que manaba sangre.
- La verdad, no se qué es lo quiere hacer con vosotros- comentó en su voz chillona- Pero espero que antes me deje daros un escarmiento… Y reservaré lo mejor para ese niñito gordo del palo.
Como no sabía muy bien qué decir en una situación tan poco favorable, Tis recuperó la famosa frase que habían atribuido a Pija.
- Que te den.
Fue lo último que dijo antes de caer en brazos de Morfeo.

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