lunes, noviembre 13, 2006

Capítulo quinto: Reunión familiar.

V. Reunión familiar.

El pueblo de Grandoso estaba situado a unos cuarenta kilómetros al noreste de León, en una zona montañosa de nivel medio, mil y pico metros de altitud, aún lejos de los grandes macizos que bordeaban con otras regiones. Era un sitio pequeño y bucólico, la llegada se celebró con gritos y ese detalle tan de aficionado en el que Tis filmó para la posteridad el cartel de entrada a la localidad. Apenas recordaban la finca de los amigos en que fueron agasajados, y era tan grande que hasta se consideraba medio granja. ¿No era esa la pocilga en que dieron de bastonazos a los sufridos gorrinos para que les volvieran su rostro de resignación? ¿Qué decir de esas gallinas que siempre provocaban la huída de Car, que tenía pánico a los plumíferos por razones no muy claras? En efecto, y ahí esperaba a la puerta el vehículo de tres filas del Pá. A ver, vamos a aclarar un poco los términos. Ya conocemos a los Abrasadores, y al tío. Por el lado de Tis, tenemos cuatro hermanos mayores más, tres mocetones y una señorita. Diez años le llevaba el primogénito, Paco, alias Paconcio el Vagabundo, va trotando por todo el mundo, ejem, sí, otra canción, pero con su lógica, porque Paco de hecho era una eminencia médica con un gran futuro por delante, que se había recorrido países en al menos cuatro continentes. Tirando para abajo, Claudia, recién licenciada en Periodismo y que compartía con Tis veleidades literarias. Pedro, estudiando para ser maestro; Guillermo, acabando el bachillerato. Por parte de los sufridores, tenemos a los Pás, que velaban porque la prole León llegara a buen puerto, y las dos tías que nos restan, Luisa, madre de Car, y Marili, el pilar en que se apoyaba el tío para que sus dos diablillos no le dieran un ataque al corazón. A él, que precisamente era cardiólogo.
No importa que el retrato haya sido breve de momento, por sus obras les iremos conociendo. La cuestión es que el clan ya esperaba en un gran comedor ese almuerzo con sabor a pueblo del que los Abrasadores iban a ser relegados en parte, pues les dieron un pequeño cuartillo con una mesa redonda, que tenía todo el aspecto de almacén de patatas o nabos. El mismo en que estuvieron la última vez, aunque su mosqueo no derivaba tanto de pensar que ya eran mayorcitos y tenían derecho a comer con los demás. Sospechaban que se iba a debatir su futuro.
- Si por algún casual- dijo Car a su madre- en la comida surge algún tema sobre internados remotos o algo así, a mí al menos me gustaría tener parte.
- ¡Tonterías!- replicó la tía- La verdad es que sobraba un sitio para ti. Pero será mejor que les cuides un poco. El tío me contó lo del cristal. Los vecinos se han vuelto a quejar.
- El cristal no es de los vecinos- se limitó a comentar su hija, regresando al cuarto de las patatas sin añadir una palabra.
- No grabes mientras estéis comiendo, Juan- dijo la tía Marili entrando con la primera fuente, de croquetas, la cual dejó en la mesa para quitarle la cámara a su hijo.
- ¡Oye, oye, tía!- dijo Tis- No la escondas, que luego tengo que daros una sorpresilla. Por cierto, ¿de qué son las croquetas?
- Son croquetas de nada- respondió ella, tratando de ser convincente, y marchó.
Tis agarró una, de hecho si de algo servía estar solos es que al menos así podría comer con las manos tranquilamente. La olfateó un rato.
- No lo creo. ¿Quién hace croquetas de nada? Siempre están intentando engañarme- le arreó un bocado, por su rostro pareció satisfecho- Bueno, no está mal.
Car probó otra, y dijo sin la menor compasión.
- Son de pescado.
Tis escupió con violencia lo que tenía al plato, provocando muecas de asco y risa.
- ¡Lo veis! ¡Se creen que soy tonto!
Todo en ellos era espectáculo, hasta la comida. Se sirvió luego chipirón, con o sin relleno, macarrones, ensaladilla que nadie quiso. Pollo o filete, todos eligieron filete. Un eructo de Juan se alzó en el aire cual mensaje de su dueño para remarcar la satisfacción que le provocaba a la barriga.
- ¡Juan!
Tis no quiso quedar atrás y correspondió con otro, más moderado.
-¡Tis!
- ¿Qué pasa? Intentábamos mantener una conversación.
- Eso es una ordinariez.
- ¿Seguro? Erutar amigo Sancho… Bueno, para los árabes no lo es.
- ¡Pero no somos árabes!
-¡De momento!
La divagación sobre los gases fue interrumpida por una aparición misteriosa, que no era esperada por los comensales, se abrió la puerta del cuarto irrumpiendo por la misma media efigie de una figura colosal, un gordo ejemplar de ser humano que tan solo fue a transmitirles este mensaje:
- ¡Pero comer, hombre, comer!
Y se fue. Los cuatro primos se quedaron por un momento sin pestañear.
- ¿Qué ha sido eso?- preguntaron todos a la vez.
Aún pudieron recuperarse para tomar el postre, fruta o mantecada. Las comidas de los adultos solían ser más prolongadas, con sus añadidos alcohólicos, de café, de todas esas cosas que les amodorraban de tal manera que no podían seguir el ritmo de la zona joven de la casa. Su mayor ilusión era pegar el culo a algún sillón en que las tripas, agasajadas con un banquete aún mayor que el de los chicos, hicieran su trabajo en paz, aunque Tis estaba empeñado en impedírselo. Nada más entrar en el salón tuvo un acceso de tos provocado por una nube de humo tóxico, venía de los puros que habían encendido el tío y otros lugareños entre los que se encontraba la mole que se empeñó en que tenían que comer, luego se enterarían que respondía al nombre de Gustavo. El grupo reía a grandes carcajadas, el tío se empeñó en que le trajera hielo para ponerse un whisky on the rocks, pero el sobrino le esquivó con astucia, llegando al rincón de la tía y recuperando su preciado objeto de filmación. Al lado estaba su madre para ver su odisea.
- Má, tienes que convencerles para que hagamos un concursito.
- ¿Otro? ¿Ahora?
Es normal que se extrañase, de hecho el hábitat natural del concursito era la nochebuena, pero su hijo tampoco quiso confesarle que, dadas las posibilidades de que le mandaran a la selva con el chiflado del hermano David, luego era improbable que encontrara vuelo chárter para regresar en Navidad como el turrón. Si esa era la última aventura de los Abrasadores, que fuera también en el peor de los casos el último concursito. Su madre percibió la ilusión en sus ojos, pero iba a ser tarea dura coordinar al familión y encima que sus invitados tuvieran que asistir a un show tan bochornoso que solamente se enseñaba a personas muy próximas, porque cada concursito, como su nombre indica, se basaba en pruebas ridículas con regalos de un absurdo no menor. Tis separaba las papelinas en categorías de prueba y concurso, colocándolas en sombreros, por lo general algún gorro viejo de la abuela o alguna cosa rara que Paco les hubiera traído de souvenir. La mecánica era la siguiente. El orden de los concursantes era arbitrario. Cuando alguien sugería el nombre de un familiar, el resto lo coreaba de manera unísona. Bueno, el comienzo también era así. Por ello, cuando sus primos llegaron para ayudarle, gritando:
- ¡El concursito! ¡El concursito!
Al final, todos terminaron chillando lo mismo, con entusiasmo, Car tomó su puesto habitual de operadora de cámara y Tis compareció en el centro con los dos gorros, aunque esta vez él no tenía en la cabeza el de Papá Noel que la caracterizaba como maestro de ceremonias en la nochebuena.
- Bueno, me gustaría comenzar con unas palabras…
Pero la atención de sus familiares no solía detenerse en un objeto concreto durante muchos segundos, por lo que de nuevo estaban a sus cosas, sumiéndole en un estado cercano a la desesperación.
- ¡Silencio!- aulló, implorando respeto para el fruto de su mente.
- ¡No podemos ponernos a hacer tonterías si estamos secos!- protestó el tío Pedro, quien sí atrajo sobre su lamento las miradas divertidas del resto- Si hay que empezar, empiezo yo, ¡pero que alguien me traiga unos malditos hielos para el whisky!
- Ya voy yo, anda- acudió solícito Gui para cogerle el fondón vaso e ir a la cocina.
- ¡El tío Pedro! ¡El tío Pedro!- corearon todos, con gran alivio para Tis, que confiado en que el concurso ya no sufriera más interrupciones, se acercó a la butaca del tío, quien no parecía tener muchas ganas en levantarse. Revolvió un par de veces el montoncito del gorro de pruebas, para luego desdoblar el papelito escogido. El contenido del mismo en principio era garabateado a mano por Tis con su peculiar letra, hasta que ciertos miembros de la familia tuvieron que dejarse los ojos encima del texto, y desde entonces era pulcramente mecanografiado desde su ordenador portátil. El tío se ajustó las gafas y leyó como quien entona un pregón burlesco.
- Baile Gai-Lesbi (o al menos así era la pronunciación que le daba) Bueno, el nombre lo dice todo. Cógete a una pareja del mismo sexo, y no vale el presentador, para quemar la pista ante el asombro de los demás.
Tras las carcajadas de rigor, el primer impulso del tío fue coger del brazo a Tis, que se apartó previendo que su condición de árbitro no le sirviera para evitar el ridículo.
- ¿Es que no lo has leído? Dice no vale el presentador.
Llenando a rebosar la copa que le traía al fin Gui, se levantó para evaluar la calidad, no mucha, de los bailarines. Se acercó en último lugar a su tocayo, el sobrino Pedro, con el que se disputaba a ver quién salía más minutos alegrando los especiales de Navidad, con esa chispa natural que a veces venía del champán, y a veces no. Pedro fingió ruborizarse, tomó la mano de su galán y, a pesar de esa parodia de baile de época, cuando Tis conectó el disco que traía para la ocasión, un ejemplar de típica canción de verano, pegadiza y de ritmos latinos, ambos Pedros se animaron a marcarse una especie de samba, sus cuerpos algo sobrados de kilos giraban como peonzas, ante la admiración de sus espectadores, que no quisieron tan solo quedarse mirando, sino que muchos salieron asimismo a menear el esqueleto, excepto aquellos a los que ni una alarma de explosión les arriesgaría a perder sus sillones.
Vamos, que solo faltaron las panderetas, pues esa traslación del peculiar espíritu navideño que Leones y Prietos poseían a uno de los días más calurosos de agosto no perdió ni un solo destello de intensidad. Cualquier prueba que se preciase terminaba con el clamor unánime de una recompensa, daba igual que hubiera salido bien o regularcilla, en ese caso sí se premiaba el esfuerzo de hacer un poco el tonto y donar los derechos de imagen para la posteridad.
- ¡El regalito! ¡El regalito!
El tío, tras simular que otorgaba un romántico beso de tornillo a su pareja como broche de su agarrado, apuró de un trago tres cuartos de copa, jadeando mientras sacaba su sorpresa, que nadie se emocione porque el fin de esos regalos no era otro que provocar la risa, Tis los compraba a puñados en tiendas de saldo y rara vez tenían alguna utilidad práctica, año tras año se iba exprimiendo tanto la cabeza que temía repetirse, pero a veces esa repetición era intencionada, un homenaje a los concursos pioneros a través de los cuales se vieron crecer. El del tío fue un caso de este tipo.
- Lo clásico es en nochevieja, pero en este caso…
- Pues sí- dijo Tis- Porque son unas… ¡bragas rojas!
Otro estallido de risa, no solo por el regalo, o a quién le era otorgado, sino porque a lo largo de la historia del concurso Tis ya había comprado ligueros, ligas, sujetadores y también bragas de este color, que se dice da buena suerte si se lleva en la última noche del año. Y había que reconocer que venía el pelo con el espíritu de la prueba del tío.
- ¡Que se las ponga! ¡Que se las ponga!
No dudó en colocárselas encima del pantalón, y pese a la elasticidad del tejido, quedaban tan ceñidas sobre el amplio trasero del tío que en cualquier momento parecían estallar. El tío desfiló sobre la improvisada pasarela que le montaron familiares y amigos, dando palmas, imitaba a una modelo profesional lanzando besos con maneras como las que imitó para llamar a Ludwig. Car trataba de no perder detalle en su condición de cámara, cosa difícil, aunque no sería por tiempo, que la memoria del aparato les permitiría registrar horas y horas, dado que Tis se había empeñado en llevarla luego por el campo para tener recuerdo de su última aventura.
- Son muy bonitas- dijo Claudia a Tis, en referencia a la prenda que el tío lucía con tanto orgullo- ¿Crees que dejará que me las quede?
- Bueno- replicó él- supongo que se las quitará ahora, antes de que revienten.
Y, temiendo que la juerga se transformara en anarquía, volvió a plantear la pregunta.
- ¡Bueno! ¿Quién va a ser el siguiente?
La locura continuó durante un par de horas, momento hasta el cual fue postergado el tradicional paseo por el campo que se hacía siempre después de cada comilona, por eso de quemar calorías, mera excusa, poco ejercicio era el andar un trecho por la carretera que bordeaba el pueblo, porque las excursiones de los padres no se arriesgaban por terrenos inexplorados, al contrario preferían el duro asfalto o rutas ya prefijadas para turistas, mientras sus chicos eran llamados por el espíritu de la naturaleza agreste, y en ese caso por la zona de la ermita en que tuvo lugar la primera parte de sus aventuras. El día era espléndido para caminar, el familión se hallaba a las puertas del caserío, desperezándose, algunos todavía llevaban en la cabeza alguna peluca fucsia o payasada similar que la suerte les enmendara en el concurso. Ya habrían dado las siete de la tarde, el sol espléndido ya estaba entrando en el declive de su estación, por lo que tampoco era cuestión de perder tiempo. Los Abrasadores querían ir a su rollo, en contra de los mayores de edad, que iban a tomar la dirección contraria.
- Vamos, vamos- decía Tis- ¿Acaso ha habido alguna noticia sobre secuestros en un pequeño pueblucho perdido de la mano de Dios?
La frivolidad con que trataba el tema no tranquilizó precisamente a los adultos. Sus padres intercambiaron una mirada de comprensión hacia el benjamín, pero no por ello quedaron satisfechos.
- ¡Llevo el Huevomóvil!- insistió Tis, sacando del bolsillo un teléfono celular con una forma tan peculiar que justificaba del todo ese apodo.
- ¿Pero te sigue funcionando ese cacharro?- preguntó el Pá.
Tis observó con cariño al móvil que, sin ser el primero que poseía, era al que más aprecio tuvo nunca, pero las leyes de mercado hacían cada vez más frágiles a esos chismes para que fueran renovados con rapidez, y el viejo Huevo había paseado su carcasa blanquecina por mil y una excursioncitas como para que ahora, cada vez que sonaba, saliera de él la melodía de La cabalgata de las Valkirias de Wagner como si la tocaran con un serrucho. Sin embargo, de los móviles de los cuatro primos, era el único que disponía de cobertura en ese lugar de montaña. Tis lanzó un guiño cómplice a su inerte aliado, que de nuevo había demostrado que era incombustible.
- Bueno- dijo la Má, tras tratarlo en un aparte con su esposo y los tíos- Pero tenéis que estar aquí a las diez, como muy tarde.
- Sí, y dejaremos miguitas de pan por el camino- añadió Car con sorna.
- Y si se nos hace tarde- dijo Juan- Yo puedo volver en mi vieja bici. Vaya, me la dejé aquí en la última excursión, hace tres años, debería andar por algún lado…
Espe dio un par de toquecitos en la espalda a su hermano, al que miró con una crueldad con la que iba a resarcirse de sus piques, señalando cómo unos metros más para allá, en plena carretera, el gordo Gustavo se balanceaba en una especie de bicicleta, casi triciclo con su cestita y bocina a juego, dando vueltas sobre sí, entusiasmado, sin preocuparse de su integridad física. Todos rieron la escena excepto Juan, que estaba todo colorado. Tis le cogió por los hombros.
- Trata de controlar tu ira, Juancho.
- Trato… de… controlar… mi… ira.
- Además- dijo Espe, para hacer leña del árbol caído- Si lleva tres años montándola, no creo que ahora vaya a hundirla.
Cual pelotón ciclista, los mayores marcharon siguiendo a ese improbable líder que apenas encajaba sus jamones en los pedales, ajeno a que su figura era una broma que aún celebraban los otros, tranquilos, caminando con parsimonia y sin mirar atrás a unos chicos sobre los que no presentían ningún peligro. Alcanzada al fin su ansiada independencia, Tis hizo un repaso del equipaje.
- Yo llevo el cuadernito… Cámara… Creo que va todo.
- Claro Tis- dijo Car- No hay mucho que contar, ni que fuéramos de camping.
Tis cogió la cámara, con la que Juan empezaba a importunar de nuevo a su hermana, y filmó un primer plano de Car, aunque ella ignoraba su papel en la función.
- Ahora es cuando vas a presentar la aventura- le informó su primo.
- ¡Oh! ¿No se supone que eres tú el director?
- Sí, claro. Y tú la actriz. ¿No podrías decir algo así como Aquí empieza la aventura de los Abrasadores contra la Banda de la Piedra?
- Aquí empieza la aventura de los Abrasadores contra la Banda de la Piedra.
- ¿No puedes decirlo con un mayor entusiasmo?
- ¡Tis! ¿No crees que antes de ponerle nombre deberíamos asegurarnos de que aún existe la Banda de la Piedra?
- Eso espero, Car. Todo grupo de héroes necesita su grupo de enemigos.

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