Con el título provisional de Vagos y Maleantes, sobre cuyo significado me extenderé en otro momento, este es un proyecto de serie cómica, y no digo teleserie a sabiendas. Porque creo que es extrapolable tanto a televisión como otros medios, sean Internet, salas de actuación, teatros, radios, incluso historietas o relatos.
Si bien no es una idea muy original, lo que sí pretendo es que lo sea el modo de llevarla a cabo. Es una serie que refleja la sociedad actual en todos sus estratos, de manera crítica a la par que divertida, parodia pero no de trazo grueso, inteligente y no partidista. Puede ser más realista o más absurda según cada fragmento y personaje, pero el tono de humor ácido no varía.
Estaría compuesta de sketches independientes entre sí, con unos personajes que pueden ser fijos, apareciendo en todos los capítulos; ocasionales, en varios; o episódicos, en tan solo uno. El formato de cada capítulo sería el clásico del formato telecomedia, media hora, lo cual permite mantener el ritmo. No obstante, de cara a primeras pruebas, o para promocionarlo a través de Internet o mandarlo a productoras y cadenas, siempre se pueden seleccionar un par de segmentos que funcionen bien, o de los primeros que podamos rodar.
Un proyecto de estas características puede tener varias motivaciones. Desde luego que el humor es una de ellas. Pero no podemos limitarnos a ser un grupo de colegas que rodamos para echar unas risas como, ejem, hacíamos hace una década. Seamos realistas. La competencia es brutal. Sabemos mucho de cine, de literatura, de actuación. Pero nos vemos obligados a ser carne de gran almacén, de cafeterías, etc. Precarizarnos nosotros o precarizar a nuestros padres. La chabola es la única vivienda accesible. Ha habido un largo camino hasta aquí, desde aquellos cortos infumables a los intentos ya bastante profesionales del presente. Aún con diferencias, siempre hemos juntado fuerzas, y lo seguiremos haciendo hasta al menos alcanzar un puesto de trabajo que justifique que no nos hemos estado tocando las ingles en casa. Vamos, que no somos unos vagos y maleantes.
Ahora ya hablando de mí, ahora os confieso que no pretendo escribir cada año una novela de ciento cuarenta páginas para poder sacarme una tirada de cien ejemplares. No. Si confío en esta serie, es porque creo que de verdad puede calar en la gente.
Y ahora, vayamos a ello.
jueves, noviembre 30, 2006
Happy Feet: Reinventando.
Decíamos ayer... Al igual que el terror, la animación es un terreno muy saturado. O recuerdo mal o este año ha debido haber veinte películas de animales parlanchines. Quizá más. Y ninguna llega al nivel de los clásicos Disney del 99 para atrás. No, Pixar no es la solución. Y si no, ved la lamentable Cars.
La solución es reiventar esos viejos tópicos con brío nuevo. Por ejemplo, tres clásicos temas dysneianos: un marginado que triunfa, reconciliación paterno-filial e impacto del homo sapiens en terreno animal. Están tratados de muy buen modo por esta muy agradable sorpresa que no lleva el sello Disney, ni Pixar, ni Dreamworks. Es de, nada menos, el antiguo creador de Mad Max.
Música también, desde luego. Pero no lo que estáis pensando. Las peripecias del pingüino bailarín y su tropa pueden provocar que, hasta a los que no les gusta bailar, como a mí, se nos vayan los pies del suelo. Ya solo falta el típico secundario gracioso, un grupo de pingüinos cubanos quizá emparentados con el cangrejo Sebastián, lo mezclas en una batidora con el típico mensaje ecologista final, no muy estridente, y el cóctel por lo menos a mí me ha resultado refrescante. Vamos, que he disfrutado como un enano.
Y no me podéis llamar infantil, que ya he demostrado que me va el gore. En todo caso podéis llamarme chalado, pero eso no es nada nuevo.
miércoles, noviembre 29, 2006
Lejos del arco iris
Guiones de largometraje ha hecho varios intentos, pero ninguno me terminaba de convencer del todo. Hasta este, realizado con otra persona sin la cual jamás lo hubiera llevado bien a cabo. Es, de todos mis escritos, sin duda el que más me ha costado. Más que por calidad, porque he tenido que bucear muy dentro de mí para captar el sentido de estos personajes, y en ocasiones ha sido doloroso. No, no es un guión fácil. No lo colgaré aquí por el momento, pero espero que de un modo u otro podáis leerlo
Quizá por eso el próximo proyecto sea una serie cómica en la que todos estáis invitados a participar. Dentro de poco empezaré a colgar aquí aspectos de esa serie en la que tengo esperanzas que no creo infundadas.
En otro momento ya hablaré del precio a pagar por hacerse cargo de tantos proyectos a la vez...
martes, noviembre 28, 2006
Ellos. Real, aunque no lo parezca.
Si todo está inventado, en el cine de terror mucho más.Pero aún en la falta de ideas se puede reinventar. Frente al alargamiento hasta infinito y el guión redículo de Saw 3, hay un par de propuestas potentes. El remake de Las colinas tienen ojos y, sobre todo, esta peli desconocida y de bajo presupuesto que sin embargo ha recibido buenos elogios: Ellos. Cuando veo que una historia así está basada en un hecho real, ya empiezo a sospechar. Sin embargo, es cierto. ¿Acaso no ocurren cosas así, como de terror, todos los días en nuestro país? Un chalé aislado, unos asaltantes extraños... Sí, métodos que ha empleado el cine una y mil veces. El perro que ladra, los sonidos extraños, las luces que se apagan. Aquí lo novedoso es descubrir quiénes son ellos, esos ellos de los que habla el título. Algo que no desvelaré. Pero que me parece muy creíble. A los telediarios me remito. A mí, desde luego, me ha funcionado. Y la angustia es mayor por la brevedad, una hora y cuarto que se agradece, teniendo en cuanta que, volviendo al tema de ayer, King Kong necesitó el triple para contar mucho menos.
El cine de terror aún nos deparará buenos ratos, chicos y chicas.
domingo, noviembre 26, 2006
Aún a riesgo de parecer friki... Hablemos del Hobbit
Sí, ya que he tenido que soportar a Eragon, ahora vuelvo a lo bueno. Es noticia que Peter Jackson no quiere realizar la película por quítame allá unos porcentajes. Bueno. Su labor con El señor de los anillos, sin ser obra maestra, estuvo a la altura. Por eso, echemos a temblar ante las alternativas.
Además, al reparto no se le mu motivado ante este cambio, por lo menos a Gandalf. ¿Y Bilbo? Me parece que Ian Holm está un poco mayor pá enfrentares a trolls y arañas.
Para que no sea un desastre la traslación de esta obra que tan buenos momentos nos dio en clase del hermano Tiqui, os recomiendo levantaros cada día con esta oración:
Fili, Ori, Dori, Bafur, Bofur, Oin, Gloin, Bombur.... Así hasta el infinito.
sábado, noviembre 25, 2006
De cómo Eragon pudo conmigo
Pues sí. He tenido que dejarlo a la mitad. Comentaré ahora algunas cosas, si tenéis pensado leer el libro, cosa que nos aconsejo, os puedo destripar algo.
Mérito es escribir un tocho así a los quince años, está claro que en las letras hay mucho superdotado, entre los que no me encuentro. Pero, dado que aún no ha tenido tiempo para formarse como escritor, su estilo da un resabio a lo César Vidal: cortar y pegar. Porque ha bebido de numerosas fuentes de ciencia ficción y fantasía. Las más obvias las veremos luego. Desde luego que todos copiamos. Los Abrasadores tiene mucho de eso. Algo de homenaje, algo de parodia y algo de plagio. En cualquier manera, yo tengo una manera de escribir que, haga lo que haga, se nota. Eragon no tiene chispazo propio, algo que no deje sensación de deja vú. Da la impresión de querer ser más papista que el papa, hacer una novela fantástica tan canónica que es incapaz de sorprender por ningún lado. Y es que...
Sorpresa número uno: Eragon es un huérfano, su madre murió y no conoce a su padre. Vive con su tío, que es granjero, en un pueblecito tranquilo. Los malos vienen buscándole y... matan al tío. ¿No os suena de nada?
Sorpresa número dos: Junto con un anciano de oscuro pasado, que le entrena y le guía, parte a un viaje iniciático en el que, a mitad del libro, el anciano, que resulta ser un mago y un guerrero, faltaba más, muere. No, no parece que vaya a resucitar en el segundo libro.
Ahí ya pierdo el interés del todo. Me trae al pairo lo que hagan él, el mocetón que le acompaña y su dragona. ¿Por qué siempre les da por ser tan solemnes? ¿No pueden tener un mínimo de sentido del humor? Recuerdo que Tolkien lo tenía.
De la película hablaré cuando la vea, pero me temo lo peor.
¿A quíen ofrecieron el papel del mago? A Ian McKellen, sorpresa número tres. Y lo hará Jeremy Irons, que ya hundió Dragones y Mazmorras. ¿Qué tendrá este hombre contra el género?
miércoles, noviembre 22, 2006
Capítulo sexto: La Banda de la Piedra.
VI. La Banda de la Piedra.
Realmente, el entorno no tenía nada de heroico. Eran ellos quienes con su imaginación dotaban de importancia a parajes del todo vulgares, elevando a la categoría de archienemigos a pobres pueblerinos, porteros de edificio e incluso a una rana anónima bautizada por ellos con el nombre de Mariana. La ermita, si bien en lo alto de la colina dominaba el pueblo de manera imponente, no era más que una construcción sin ninguna característica especial que la hiciera figurar en guías turísticas. La última vez que estuvieron allí, ni siquiera la visitaron. ¿Para qué? Hubiera perdido el encanto, y preferían recordarla como la guarida de la temible Banda de la Piedra, desde allí sus rivales les observaban como una atalaya, la perspectiva desde arriba acentuaba más aún la imagen que de ellos tenían como gusanos insignificantes. A ras de suelo, allí era territorio netamente abrasador. La laguna, un término que utilizaban con demasiada generosidad para esa charca de aguas infectas, que parecían más contaminadas desde ocasión anterior, por vertidos que no parecían proceder de ningún sitio en particular. Pero ellos pasaron de lado porque el verdadero bastión de su poder era el barro, allí donde marcaron su territorio, no como animales, sino más bien como alpinistas que llegaran a su meta casi sin oxígeno. Bueno, en este caso el esfuerzo era mínimo, lo que contaba era el detalle. Bordeaba el lodo ese muro escarpado que, en su entusiasmo, Tis nada más llegar comenzó a escalar de modo atropellado, soltando su mochila por el suelo, resbalando, agarrándose a rastrojos que crecían de cuando en cuando, para cuando no había subido ni dos pasos caer de culo al arenilla y bajar rodando. No pesaban los años ni los kilos, tan solo las ganas de hacer un poco el cabra, que terminó lamentando frotándose el trasero mientras volvía con sus primos.
- ¿Lo has grabado?- preguntó a Juan, pero él estaba demasiado concentrado hundiendo un palito en el barro para ver si estaba moldeable.
- ¿El qué?- preguntó, abstraído.
- Nada, olvídalo- respondió Tis, satisfecho porque nadie había asistido a su bautizo.
Car y Espe buscaban sus propias herramientas de escribir por entre la maleza, regresaron con delgadas ramitas de punta afilada perfectas para la tarea. Ya durante el camino habían convenido que a Car, como jefa, le correspondía trazar el emblema. Aunque ella aún no estaba del todo segura.
- Es una pena- comentó- que no nos acordemos de nuestros símbolos particulares. Los de los carnés.
- Yo todavía conservo el mío- dijo Tis- Creo que me se hasta el nombre, era algo así como… Maxmo. Me hizo mucha ilusión, aunque creo que no lo entendí mucho.
- Te lo mandamos mientras estábamos de vacaciones en Ribadesella- recordó Juan.
- ¡Cierto! Yo ahí tomando el sol en la playa y vosotros eligiendo símbolos. No me extraña que luego no los entienda.
- A decir verdad- confesó Car- Yo no se ni por qué nuestro símbolo es el huevo tachado.
- ¿A quién se le ocurrió?
Todos se encogieron de hombros.
- A mí- dijo Tis- me hizo ilusión que me pusierais como Abrasador Número Uno, Listorro. Aunque no entiendo por qué si Car es la jefa, soy yo el número uno.
- Yo era Abrasador Número Tres, Buen Ojo- exclamó Juan con alegría.
- Y yo, yo…- pensó Espe- ¡No me lo digáis, no! ¡Abrasadora Número Cuatro, Valiente!
- ¿Y qué tienes tú de valiente?- se burló su hermano.
- ¿Y tú de buen ojo?
- ¡Chicos, chicos!- medió Car- No merece la pena discutir por esto. Éramos muy niños… Bueno, más de lo que somos ahora. A saber qué pasaba por nuestra cabeza cuando pensamos en eso.
- Y además, el huevo tachado es un emblema molón- dijo Juan.
Al final quedó admitido el hecho de que, pese a su origen incierto, el huevo tachado les valía tanto como sus curiosos sobrenombres, y adoptaron una opción igualitaria, en plan mosqueteros, en que juntarían sus manos para guiar el palito pintor, y por una vez estuvieron los cuatro sincronizados, había riesgos de que el huevo terminara torciéndose como un pepino, pero el trazo no falló, y tras terminar la ovalada forma, dos rayas cruzadas cual tibias de bandera pirata cortaron el huevo en cuatro trozos casi iguales, quizá a los primos se les escapó que podrían corresponder con cada uno de ellos, en todo caso el sol del verano no daba tregua al cerebro para muchas teorías. Tras acabar el trabajo de equipo, venía el sello personal, ese inscribir las iniciales con el que terminarían el ritual.
- Creo que cuando estábamos con las letras fue cuando nos interrumpieron los de la Banda de la Piedra- dijo Tis- ¡Que se atrevan ahora!
- Tis, no exageres- respondió Car- No puedes pretender que todo ocurra exactamente igual. Los de la Banda no serían más que unos chavales del pueblo que supongo habrán crecido también y ahora estarán en la tasca jugando la partida.
Y se dispuso a trazar su C bien visible.
- ¡Fuera!
Ese grito no había sido de ninguno de ellos. La Abrasadora Jefa alzó el rostro con alarma, temiendo que sus palabras hubieran tenido respuesta en la lejanía en que se escuchaban esas voces.
- ¡No queremos nombres en nuestro pueblo!
- ¡Largaos!
- ¡Los borraremos meando encima!
Cuatro figuras asomaban al borde de la colina, soltando esos exabruptos al vacío y otros demasiado fuertes aunque no para el oído de los chicos. Aunque solo les hubieran visto fugazmente una vez hacía tiempo, les describieron con trazos tan precisos en el cuaderno que sabían de sobra quiénes eran. En el fondo, parecían el reverso de ellos mismos. En estos casos, la memoria de sus aventuras habla por sí sola.
Había un chaval que parecía dominar al resto, pese a que provocaba más bien risa, era gordito, con marcas de acné y vestía una sudadera tres tallas más grandes que al menos tapaba sus carnes. Con todo, se movía con una chulería de tal manera que le llamamos El Jefe. De todos modos la que peor nos cayó era una chica, guapa pero con cara de asco, que además llevaba un chándal amarillo chillón horrible. Car no la podía ni ver, y parece que ella tampoco, porque cuando pasó a nuestro lado la dijo Que te den. ¡Habráse visto! La llamamos Pija de Amarillo, o Pija a secas. Los dos que quedan no merecen mucho comentario, porque no son más que dos niñines sucios y bastante bobos que se dedican básicamente a reír las gracias de los mayores e imitarles. Nos recuerdan a unas criaturas del Heroes, por eso les llamamos El Golem y La Golem, porque son como robots dirigidos por los otros.
Pues sí, el tiempo no les había favorecido bastante. El Jefe, que ya apuntaba maneras a adolescencia problemática, no había dado un estirón como Tis, sino que se había quedado de pasto para burlas escolares, más gordo, con las mismas cicatrices y, quizá para compensar, un orgullo mucho mayor. Pija sí se había desarrollado guapa, pero el uniforme no se lo había dejado en casa, y casi relucía más que el mismo astro rey. Sus lacayos seguían con el cerebro igual de programado. Si los otros ahora arrojaban piedras al vacío, a cierta distancia de donde se hallaban los Abrasadores, quizá como amenaza o para hacer honor a su nombre, los Golem no se quedaban atrás, parecían tener un arsenal más grande que una cantera, que tiraban a cual más lejos, sin parar, mientras gritaban los mismos insultos, que al principio pasaron desapercibidos para la pandilla adversaria.
Pero no por mucho tiempo. Cuando los Abrasadores salieron de su estupefacción por ver repetido algo como si se tratara de una película, la furia ocupó su lugar.
- Pasad de ellos- aconsejó Car con calma, pese a que se notaba que se estaba conteniendo a duras penas- Solo quieren provocar.
- ¡Pero Car!- dijo Tis- ¡No podemos permitirlo! ¿Escuchas lo que te están llamando?
- ¡Llegó la hora de las tortas!- aulló Juan, yendo a buscar un buen palo grueso con el que quizá pretendía batear los pedruscos de sus rivales.
- ¡Ahí está la Pija!- señaló Espe- Se cree muy mona. ¡Y es una hortera!
- ¡Ya se cansarán!- insistió Car- A ver, chicos, recordad el dicho No hay mejor desprecio que la indiferencia. Aunque a Tis no le gusten los refranes, seguro que está de acuerdo conmigo.
- ¡Pues no!- se apresuró a remarcar su primo, ojeando a toda prisa el cuadernito- Es más, fíjate, es la misma frase que dijiste la última vez. Y Car dijo que pasaran de ellos porque no hay mejor desprecio que la indiferencia. ¿Cómo es posible que sigas pensando lo mismo tres años después?
- ¡Porque soy vuestra responsable y no quiero que os partan los dientes a pedradas!
Así pues, mientras decidían si pelearse con los otros, se peleaban entre ellos gastando una energía que no acabó hasta que Espe señaló de modo conveniente:
- ¡Pero si ya no están!
Se dieron la vuelta en grupo, y de hecho la ermita había quedado de nuevo solitaria. Hubieran tomado el camino que fuera, no había ni rastro de los cuatro jóvenes.
- ¿Lo veis?- aprovechó Car- ¡Estaban solo de vacile! Unas piedras, unos gritos, y se largan corriendo. Son cobardes.
- ¡Mariquitas!- rugió aún encendido Juan, alzando el palo al aire como si estuviera aún en el papel del bárbaro.
- Una pena- se lastimó Tis- Una buena batalla habría sido un gran final.
- Pero aún no está todo terminado, Tis- alegó Car- ¿O no te acuerdas de lo último?
- ¡Las minas de colorines!- saltó Espe entusiasmada de acertar.
Tis volvió a meter la nariz entre las hojas del cuaderno, defraudado por no haber caído en la cuenta el primero. De todos modos, esa actividad no parecía despertarle muchas emociones.
- Bueno, sí, cierto. Aunque… Es algo un poco cursi.
- ¡Mentira!- replicó Espe, que no quería que le quitaran valor.
- Es algo que hay que hacer, Tis, como el resto. Es de justicia.
- Pues vamos allá.
- Juan, ¿quieres soltar ya ese palo?- dijo Car, observando que su primo seguía en un estado de tensión aferrando su báculo con ánimo belicista.
- ¡No! Lo voy a necesitar para escalar el muro, ¿no crees?
Se refería a lo que habían realizado para llegar a las minas de colorines, que no eran otra cosa sino una veta del suelo en el que por lo que fuera se mezclaban arenillas de diversas tonalidades, y los reparos que Tis expresaba eran debidos a que, en su ingenuidad esta vez sí totalmente infantil, habían mezclado puñados de esa tierra para arrojarlos al aire, previa petición de un deseo que tan solo ellos conocían, dado que no quedó registrado en el cuadernito. Algo precioso, eso sí, además realizado desde lo alto del muro para que el efecto romántico tuviera un marco más adecuado. En aquel momento escalaron el muro con no pocos esfuerzos y tropezones, pero Car no lo veía muy claro.
- Creo que llegaremos arriba bordeando la colina. Será más fácil.
- ¿Qué?- protestó Juancho- Pero así no tiene ninguna emoción. ¿No crees, Tis?
Fue a buscar su apoyo sin haber visto el trompazo que el primo se había metido en su primer acceso de entusiasmo. Tis, fingiendo estar contrariado, tomó aire y dio unas palmaditas en la espalda de Juan.
- Creo que esta vez habrá que hacer caso a la jefa. Pero si te hace ilusión puedes conservar ese palito.
Juan se enfurruñó, Tis siempre se hubiera puesto de su lado en casos de este estilo, pero achacó su fuga a una mala influencia femenina tal vez, agarró más fuerte su cayado dispuesto a ser el guía de esa expedición, y enfiló hacia la cumbre sin hablar, seguido por los demás. Por lo menos el yacimiento de los sueños por cumplir aún no se había agotado, y las partículas terrosas de color azul, morado, rojo, amarillo y blanco aún relucían al sol. Eran mágicas, al menos así lo había expresado Car en su anterior visita. Quién sabe, la magia a veces se encuentra en los lugares más inverosímiles. En el fondo, tanto Tis como el resto se alegraron de recuperar un poco ese espíritu infantil, ensuciándose a gusto las manos, cogiéndola a puñados y luego dejándola escurrir por entre los dedos solo por el deseo de observarla caer en cascada hasta el montón.
- ¿Habéis pensado ya lo que vais a pedir?- preguntó Car.
Los rostros de sus primos se hallaban ausentes y no percibieron sus palabras. A fin de cuentas, hasta llegar allí arriba no se habían tomado muy en serio esa ceremonia, y no era sencillo ahora discurrir un único deseo en un par de minutos.
- Ni siquiera me acuerdo de lo que pedí la última vez- confesó Tis.
- Ni yo- coincidió Car- Pero bueno, si estamos de nuevo aquí las cosas no han ido mal.
- ¡Ya lo tengo!- saltó de repente Espe, con una amplia sonrisa de felicidad.
A su hermano no le faltaron ganas para preguntar si tenía algo que ver con cierto chico rubio, pero la solemnidad del acto imponía respeto hasta para él.
- Muy bien- dijo Car- ¿Quieres ser la primera, Nenita?
Inclinó ligeramente la cabeza mientras procuraba no perder ni un gramo de las arenillas mezcladas en su puño. Dirigiéndose hacia el borde de la colina, justo donde el muro finalizaba en su tramo más escarpado, Espe dio un breve soplido sobre su conjuro y las arrojó al aire, provocando una nube multicolor y efímera, que duró el instante necesario para que los chicos quedaran prendados de ella, para luego desvanecerse, polvo al polvo. Aún permaneció la niña absorta observando el vacío algunos segundos, hasta asegurarse que ya no quedaba nada. De menor a mayor, hermano y primos la siguieron hasta que la ceremonia quedó resuelta. Parecía un digno fin. Así había terminado su última aventura. Y así parecía que fuera a terminar esa. Aunque algo se rebelaba en su interior, al menos en el de Tis, que consultó la hora en su Huevomóvil.
- Aún queda bastante para las diez. No nos vayamos todavía.
Car, que sospechaba que iban a hacer el lío, le fulminó con una mirada.
- ¿Y qué propone el Abrasador Listorro para pasar el rato?
- Bueno… Digo yo que no pasaría nada por que fuéramos a echarle un vistazo a esa ermita. A fin de cuentas, es un sitio clave en esta aventura y lo hemos visto de lejos.
- ¡Te veo la intención! ¡Tú quieres encontrarte a esos niñatos! Esto no es propio de ti, con lo pacífico que has sido siempre.
- ¡Yo no les tengo miedo!- recalcó Juan, como si no quedase bien claro por el palo que solo había soltado para arrojar su puñado.
- ¡Yo también quiero ir!- les apoyó Espe, demostrando ser Abrasadora Valiente.
- Esos chavales ya no están- concluyó Tis como si fuera su razón maestra- Vamos, Car, es la última aventura de los Abrasadores.
- Ya, si a mí me fastidia tener que cortar siempre el rollo, pero bueno, ¿sabéis? Yo también tengo ganas de ir a esa ermita. ¡Vamos allá!
Un grito de entusiasmo se arrojó desde lo alto llenando el vacío que habían dejado sus deseos. Los cuatro se abrazaron en grupo de manera espontánea, y Tis comenzó a descender el muro a trompicones, olvidando la precaución de antes. El espíritu de la aventura había prendido en él, y aunque tuviera que bajar rodando sobre sí, no le importaba lo más mínimo, siendo imitado por el resto de Abrasadores. Era una prueba por la que tenían que pasar, y la pasaron enteros salvo por algún arañazo. De nuevo en el suelo, la ermita se erguía en lo alto de la otra colina como desafiándoles. Iba a pagar caro su soberbia, porque los chicos, que no habían tenido pudor en escribir su signo y sus nombres en el barro como si fueran invasores, iban a asaltar ahora también el castillo de los malos. Entre el Heroes y la vida real no había tanta diferencia.
Vista sin perspectiva, la ermita no les pareció otra cosa que una construcción antigua que necesitaba un buen restaurador, además cerrada a cal y canto tanto en las ventanas como en su maciza puerta que parecía lo más firme de todo el conjunto. Por mucho que buscaron algún resquicio por el que colarse, nada dio resultado.
- Así que esta es la emocionante última aventura- bromeó Car.
- Igual hay alguien- insistió Juan, aplicando la oreja a la madera del pórtico como si de este modo fuese a escuchar algo- Es día de fiesta, habrá misa o algo, digo yo.
- La misa es por la mañana, Juancho- respondió su prima- Ahora esto está más solo que la una. Salvo por nosotros, que estamos perdiendo el tiempo.
Juan dio tres grandes porrazos en la puerta con su improvisado bastón, que resonaron huecos y se extendieron por toda la zona adyacente, devueltos por el eco. No hubo respuesta, tan solo miradas de horror por parte de sus primos.
- Todavía nos denunciarán por dañar el patrimonio histórico del pueblo- comentó Tis.
Riesgo que poco importaba a Juan, que arreó cuatro o cinco palazos más antes de desistir. Se dio la vuelta con fastidio.
- ¿Y ahora qué?- preguntó Espe.
- Bueno- dijo Tis- Se ha hecho lo que se ha podido. Juan, ¿quieres sacar la cámara para despedir nuestra expedición?
- ¡No!- gruño, malhumorado aún- Prefiero grabar a los cerdos.
Tis se encogió de hombros y dispuso a deshacer el camino colina abajo, cuando la puerta de la ermita se abrió con un sigilo que nadie hubiese esperado de aquella antigualla, apenas un leve chirrido que reveló una rendija de apenas veinte centímetros. Tan pendientes habían estado del portón, que no pasó desapercibido ese ruidillo, al contrario todos a una volvieron las cabezas, entre la sorpresa y el temor a haber despertado de su siesta a algún buen párroco con sus golpazos. Pero el rostro que asomaba entre la penumbra del interior era de otro carácter, también religioso, pero de una anciana monja risueña, con una expresión tan amistosa que todos quedaron reconfortados, al menos en principio. Porque, sobre todo Tis, cuando descubrieron que la sensación de oscuridad que la religiosa desprendía no era tanto debida a la estancia como a sus hábitos negros, que la cubrían todo el cuerpo excepto parte de la cara, revelando a una hermana de las Hijas del Apocalipsis, el escalofrío que les recorrió a todos fue unánime. No obstante, nada en el modo de ser de la monjita parecía malo.
- Buenas tardes, jóvenes. La hermana Petronila, portera de esta santa casa, para servirles en lo que gusten.
Como Tis había intentado hablar y no le salieron más que tartamudeos, continuó Car.
- Buenas tardes, hermana. Verá, mis primos y yo estamos de visita en el pueblo con nuestra familia, y nos habíamos acercado a la ermita para ver si se podía visitar.
- Con mucho gusto se la enseñaré yo a ustedes- se ofreció Petronila.
- Perdone, hermana- replicó Tis con no poco esfuerzo- Usted pertenece a la congregación de… de… de las Hijas del Apocalipsis, ¿verdad?
Si los ojos fueran espadas, ya habrían reducido al chico a filetes, no obstante la hermana se limitó a asentir sin variar la sonrisa afable.
- En efecto. Mis hermanas y yo nos hemos instalado hace poco tiempo, por eso quizá desconocieran nuestra existencia.
- La verdad- continuó Car, más por seguir la conversación cortésmente que por otra cosa- es que yo he estudiado en el colegio de las carmelitas de León.
Los movimientos, un tanto mecánicos, de la monja se alteraron en este punto un poco.
- ¡Así que tiene usted el honor de conocer a nuestra santa fundadora! Bueno, eso merece un trato especial, después de la visita podemos ofrecerles los bollitos que elaboramos como especialidad propia. Dicen que tomar esa repostería le hace a uno estar más cerca del cielo.
O del infierno, pensó Tis de manera automática.
- Igual se nos hace tarde- dijo Espe, que ya no tenía reparo en mostrar su temor- Deberíamos volvernos ya.
Durante un instante que pareció eterno, en sus mentes se estableció una pugna, sobre todo en la de los mayores. Razones no faltaban. Tis había tenido ese sueño justo la noche anterior, que se había repetido durante dos años en ciertas ocasiones. Y Car también guardaba dentro de sí una fuerza que le impulsaba a adentrarse dentro del lugar olvidando su tarea de velar por los primos.
- No estaría mal comer- zanjó Juan- Yo ya empiezo a tener hambre.
Aún dentro de la tensión del momento no pudieron evitar una sonrisa. Muy bien. Ahí anidaba la aventura, y algo misterioso hacia lo que era difícil resistirse. Mirando a los ojos de esa monjita no podrían averiguar nada, porque siempre estaban en calma, sin dar muestras de impaciencia para ver si aceptaban la invitación.
- Se lo agradecemos, hermana- dijo Car- Aunque no es nuestra intención molestar, quizá una rápida visita, ya que nuestros padres nos estarán esperando luego…
- Se ve en un momento- aclaró la hermana Petronila, que aceptaba con una sonrisa eterna todos reparos posibles.
Ya fuera por los bollitos o por lo pesada que se estaba poniendo la situación, Juan se adelantó con su cacha, siendo retenido por Car, que le susurró al oído:
- ¿Quieres abandonar de una maldita vez la garrota?
El chico le devolvió una sonrisa de inocencia.
- No le negarás el apoyo a un pobre anciano, ¿verdad?- afirmó, traspasando la puerta.
Finalmente, la visita resultó cualquier cosa menos emocionante. Las galerías de la ermita, tan solo iluminadas con unos débiles candelabros, parecían todas iguales, rectas y lisas, de vez en cuando adornadas con alguna estatua de santos o vírgenes en que la hermana Petronila se detenía entusiasmada a explicarles su historia, de cual año era o las peregrinaciones que había dado de una iglesia a otra. Los chicos debían hacer esfuerzos para no bostezar, ya que lo que se estimaba un broche a su excursión se había convertido en una guía escolar en plan muermo, sin ningún detalle que pudiera excitar su imaginación, aunque a medida que daban vueltas y más vueltas a lo que parecía una pequeña ermita que por dentro no lo era tanto, Car fue observando que las pocas monjas que aparecían de vez en cuando de entre las sombras saludándoles para luego volver a evaporarse tenían unas características muy similares, tanto entre sí como con la hermana que estaba llevando sus pasos: todas ancianas y con cara de buenas personas. Quizá algún pequeño detalle diferenciaba una de otra, pero más flacas o gordas, con alguna verruga de más o menos, parecían cortadas por el mismo modelo. Y a la joven, que su experiencia tenía del colegio, le pareció poco creíble. Cierto que el hábito a veces hacía parecidos a quienes lo llevaban, pero eso era demasiado, y el hecho de que precisamente fuera esa la congregación a la que pertenecían dio la voz de alarma. Car arreó un codazo a su primo mayor, reteniéndole un par de pasos detrás del grupo.
- ¿Qué pasa?- preguntó Tis sorprendido, en un susurro.
- Aquí algo no me encaja. Todas estas monjas son iguales. Viejas y sonrientes.
- ¿Y qué tiene eso de malo?
- ¡Tis, te creía mejor informado! Las Hijas del Apocalipsis se caracterizan por captar jóvenes extranjeras o descarriadas, principalmente.
- Bueno, quizá esta sea la sección de veteranas.
- ¡No bromees! Tenemos que salir de aquí.
- ¡Por favor! ¿Te dan miedo estas monjitas?
Car calló, atenta a la reacción del grupo de delante. La hermana Petronila seguía con su rollo infinito, pero los chavales cada vez estaban más distraídos. Juan se dio la vuelta al sentir que sus primos andaban detrás cuchicheando, molesto porque le dejaran al margen, pero Car le advirtió con un movimiento de cabeza que siguiera sus pasos, temerosa de que pudieran atraer la atención de la monja. Juan siguió con fastidio, golpeando con el bastón al ritmo de sus pisadas, y atreviéndose a interrumpir el discurso por primera vez.
- Oiga, creo que es la quinta vez que pasamos por este angelito. Una cosa es que pueda haber varios parecidos, pero estoy seguro que es exactamente…
- ¡Juan, no seas maleducado!- protestó su hermana.
Pero, sin dejar tiempo a la reacción, Car se adelantó hacia ellos.
- Hermana, le agradecemos la visita, pero se nos ha hecho tarde.
Y, cogiendo a Juan y Espe cada uno por una mano, se dio la vuelta con rapidez y comenzó a regresar por un camino que desconocía, seguidos por Tis.
- ¡Después del tostón ni siquiera unas pastas para el camino!- protestó Juan.
- ¡Esto es una trampa, Juancho! ¡No tengo ni idea de por dónde estamos…!
Se quedó con la palabra en la boca cuando, al doblar un recodo, se toparon con la Banda de la Piedra al completo, frente a ellos. Pija llevaba un spray aturdidor con el que roció de inmediato a Car, que cayó al suelo dormida. Juan vio el momento al fin de usar el palo, que partió en la frente del Jefe, que se llevó las manos a la frente, lloriqueando. Cuando Tis iba a ir a ayudarles, se encontró inmovilizado por la espalda, ni más ni menos que por su monjita guía, que tenía una fuerza de mil demonios. Tras neutralizar a los hermanos, Jefe se acercó a él, estaba furioso, tenía una fea cicatriz entre las cejas que manaba sangre.
- La verdad, no se qué es lo quiere hacer con vosotros- comentó en su voz chillona- Pero espero que antes me deje daros un escarmiento… Y reservaré lo mejor para ese niñito gordo del palo.
Como no sabía muy bien qué decir en una situación tan poco favorable, Tis recuperó la famosa frase que habían atribuido a Pija.
- Que te den.
Fue lo último que dijo antes de caer en brazos de Morfeo.
Realmente, el entorno no tenía nada de heroico. Eran ellos quienes con su imaginación dotaban de importancia a parajes del todo vulgares, elevando a la categoría de archienemigos a pobres pueblerinos, porteros de edificio e incluso a una rana anónima bautizada por ellos con el nombre de Mariana. La ermita, si bien en lo alto de la colina dominaba el pueblo de manera imponente, no era más que una construcción sin ninguna característica especial que la hiciera figurar en guías turísticas. La última vez que estuvieron allí, ni siquiera la visitaron. ¿Para qué? Hubiera perdido el encanto, y preferían recordarla como la guarida de la temible Banda de la Piedra, desde allí sus rivales les observaban como una atalaya, la perspectiva desde arriba acentuaba más aún la imagen que de ellos tenían como gusanos insignificantes. A ras de suelo, allí era territorio netamente abrasador. La laguna, un término que utilizaban con demasiada generosidad para esa charca de aguas infectas, que parecían más contaminadas desde ocasión anterior, por vertidos que no parecían proceder de ningún sitio en particular. Pero ellos pasaron de lado porque el verdadero bastión de su poder era el barro, allí donde marcaron su territorio, no como animales, sino más bien como alpinistas que llegaran a su meta casi sin oxígeno. Bueno, en este caso el esfuerzo era mínimo, lo que contaba era el detalle. Bordeaba el lodo ese muro escarpado que, en su entusiasmo, Tis nada más llegar comenzó a escalar de modo atropellado, soltando su mochila por el suelo, resbalando, agarrándose a rastrojos que crecían de cuando en cuando, para cuando no había subido ni dos pasos caer de culo al arenilla y bajar rodando. No pesaban los años ni los kilos, tan solo las ganas de hacer un poco el cabra, que terminó lamentando frotándose el trasero mientras volvía con sus primos.
- ¿Lo has grabado?- preguntó a Juan, pero él estaba demasiado concentrado hundiendo un palito en el barro para ver si estaba moldeable.
- ¿El qué?- preguntó, abstraído.
- Nada, olvídalo- respondió Tis, satisfecho porque nadie había asistido a su bautizo.
Car y Espe buscaban sus propias herramientas de escribir por entre la maleza, regresaron con delgadas ramitas de punta afilada perfectas para la tarea. Ya durante el camino habían convenido que a Car, como jefa, le correspondía trazar el emblema. Aunque ella aún no estaba del todo segura.
- Es una pena- comentó- que no nos acordemos de nuestros símbolos particulares. Los de los carnés.
- Yo todavía conservo el mío- dijo Tis- Creo que me se hasta el nombre, era algo así como… Maxmo. Me hizo mucha ilusión, aunque creo que no lo entendí mucho.
- Te lo mandamos mientras estábamos de vacaciones en Ribadesella- recordó Juan.
- ¡Cierto! Yo ahí tomando el sol en la playa y vosotros eligiendo símbolos. No me extraña que luego no los entienda.
- A decir verdad- confesó Car- Yo no se ni por qué nuestro símbolo es el huevo tachado.
- ¿A quién se le ocurrió?
Todos se encogieron de hombros.
- A mí- dijo Tis- me hizo ilusión que me pusierais como Abrasador Número Uno, Listorro. Aunque no entiendo por qué si Car es la jefa, soy yo el número uno.
- Yo era Abrasador Número Tres, Buen Ojo- exclamó Juan con alegría.
- Y yo, yo…- pensó Espe- ¡No me lo digáis, no! ¡Abrasadora Número Cuatro, Valiente!
- ¿Y qué tienes tú de valiente?- se burló su hermano.
- ¿Y tú de buen ojo?
- ¡Chicos, chicos!- medió Car- No merece la pena discutir por esto. Éramos muy niños… Bueno, más de lo que somos ahora. A saber qué pasaba por nuestra cabeza cuando pensamos en eso.
- Y además, el huevo tachado es un emblema molón- dijo Juan.
Al final quedó admitido el hecho de que, pese a su origen incierto, el huevo tachado les valía tanto como sus curiosos sobrenombres, y adoptaron una opción igualitaria, en plan mosqueteros, en que juntarían sus manos para guiar el palito pintor, y por una vez estuvieron los cuatro sincronizados, había riesgos de que el huevo terminara torciéndose como un pepino, pero el trazo no falló, y tras terminar la ovalada forma, dos rayas cruzadas cual tibias de bandera pirata cortaron el huevo en cuatro trozos casi iguales, quizá a los primos se les escapó que podrían corresponder con cada uno de ellos, en todo caso el sol del verano no daba tregua al cerebro para muchas teorías. Tras acabar el trabajo de equipo, venía el sello personal, ese inscribir las iniciales con el que terminarían el ritual.
- Creo que cuando estábamos con las letras fue cuando nos interrumpieron los de la Banda de la Piedra- dijo Tis- ¡Que se atrevan ahora!
- Tis, no exageres- respondió Car- No puedes pretender que todo ocurra exactamente igual. Los de la Banda no serían más que unos chavales del pueblo que supongo habrán crecido también y ahora estarán en la tasca jugando la partida.
Y se dispuso a trazar su C bien visible.
- ¡Fuera!
Ese grito no había sido de ninguno de ellos. La Abrasadora Jefa alzó el rostro con alarma, temiendo que sus palabras hubieran tenido respuesta en la lejanía en que se escuchaban esas voces.
- ¡No queremos nombres en nuestro pueblo!
- ¡Largaos!
- ¡Los borraremos meando encima!
Cuatro figuras asomaban al borde de la colina, soltando esos exabruptos al vacío y otros demasiado fuertes aunque no para el oído de los chicos. Aunque solo les hubieran visto fugazmente una vez hacía tiempo, les describieron con trazos tan precisos en el cuaderno que sabían de sobra quiénes eran. En el fondo, parecían el reverso de ellos mismos. En estos casos, la memoria de sus aventuras habla por sí sola.
Había un chaval que parecía dominar al resto, pese a que provocaba más bien risa, era gordito, con marcas de acné y vestía una sudadera tres tallas más grandes que al menos tapaba sus carnes. Con todo, se movía con una chulería de tal manera que le llamamos El Jefe. De todos modos la que peor nos cayó era una chica, guapa pero con cara de asco, que además llevaba un chándal amarillo chillón horrible. Car no la podía ni ver, y parece que ella tampoco, porque cuando pasó a nuestro lado la dijo Que te den. ¡Habráse visto! La llamamos Pija de Amarillo, o Pija a secas. Los dos que quedan no merecen mucho comentario, porque no son más que dos niñines sucios y bastante bobos que se dedican básicamente a reír las gracias de los mayores e imitarles. Nos recuerdan a unas criaturas del Heroes, por eso les llamamos El Golem y La Golem, porque son como robots dirigidos por los otros.
Pues sí, el tiempo no les había favorecido bastante. El Jefe, que ya apuntaba maneras a adolescencia problemática, no había dado un estirón como Tis, sino que se había quedado de pasto para burlas escolares, más gordo, con las mismas cicatrices y, quizá para compensar, un orgullo mucho mayor. Pija sí se había desarrollado guapa, pero el uniforme no se lo había dejado en casa, y casi relucía más que el mismo astro rey. Sus lacayos seguían con el cerebro igual de programado. Si los otros ahora arrojaban piedras al vacío, a cierta distancia de donde se hallaban los Abrasadores, quizá como amenaza o para hacer honor a su nombre, los Golem no se quedaban atrás, parecían tener un arsenal más grande que una cantera, que tiraban a cual más lejos, sin parar, mientras gritaban los mismos insultos, que al principio pasaron desapercibidos para la pandilla adversaria.
Pero no por mucho tiempo. Cuando los Abrasadores salieron de su estupefacción por ver repetido algo como si se tratara de una película, la furia ocupó su lugar.
- Pasad de ellos- aconsejó Car con calma, pese a que se notaba que se estaba conteniendo a duras penas- Solo quieren provocar.
- ¡Pero Car!- dijo Tis- ¡No podemos permitirlo! ¿Escuchas lo que te están llamando?
- ¡Llegó la hora de las tortas!- aulló Juan, yendo a buscar un buen palo grueso con el que quizá pretendía batear los pedruscos de sus rivales.
- ¡Ahí está la Pija!- señaló Espe- Se cree muy mona. ¡Y es una hortera!
- ¡Ya se cansarán!- insistió Car- A ver, chicos, recordad el dicho No hay mejor desprecio que la indiferencia. Aunque a Tis no le gusten los refranes, seguro que está de acuerdo conmigo.
- ¡Pues no!- se apresuró a remarcar su primo, ojeando a toda prisa el cuadernito- Es más, fíjate, es la misma frase que dijiste la última vez. Y Car dijo que pasaran de ellos porque no hay mejor desprecio que la indiferencia. ¿Cómo es posible que sigas pensando lo mismo tres años después?
- ¡Porque soy vuestra responsable y no quiero que os partan los dientes a pedradas!
Así pues, mientras decidían si pelearse con los otros, se peleaban entre ellos gastando una energía que no acabó hasta que Espe señaló de modo conveniente:
- ¡Pero si ya no están!
Se dieron la vuelta en grupo, y de hecho la ermita había quedado de nuevo solitaria. Hubieran tomado el camino que fuera, no había ni rastro de los cuatro jóvenes.
- ¿Lo veis?- aprovechó Car- ¡Estaban solo de vacile! Unas piedras, unos gritos, y se largan corriendo. Son cobardes.
- ¡Mariquitas!- rugió aún encendido Juan, alzando el palo al aire como si estuviera aún en el papel del bárbaro.
- Una pena- se lastimó Tis- Una buena batalla habría sido un gran final.
- Pero aún no está todo terminado, Tis- alegó Car- ¿O no te acuerdas de lo último?
- ¡Las minas de colorines!- saltó Espe entusiasmada de acertar.
Tis volvió a meter la nariz entre las hojas del cuaderno, defraudado por no haber caído en la cuenta el primero. De todos modos, esa actividad no parecía despertarle muchas emociones.
- Bueno, sí, cierto. Aunque… Es algo un poco cursi.
- ¡Mentira!- replicó Espe, que no quería que le quitaran valor.
- Es algo que hay que hacer, Tis, como el resto. Es de justicia.
- Pues vamos allá.
- Juan, ¿quieres soltar ya ese palo?- dijo Car, observando que su primo seguía en un estado de tensión aferrando su báculo con ánimo belicista.
- ¡No! Lo voy a necesitar para escalar el muro, ¿no crees?
Se refería a lo que habían realizado para llegar a las minas de colorines, que no eran otra cosa sino una veta del suelo en el que por lo que fuera se mezclaban arenillas de diversas tonalidades, y los reparos que Tis expresaba eran debidos a que, en su ingenuidad esta vez sí totalmente infantil, habían mezclado puñados de esa tierra para arrojarlos al aire, previa petición de un deseo que tan solo ellos conocían, dado que no quedó registrado en el cuadernito. Algo precioso, eso sí, además realizado desde lo alto del muro para que el efecto romántico tuviera un marco más adecuado. En aquel momento escalaron el muro con no pocos esfuerzos y tropezones, pero Car no lo veía muy claro.
- Creo que llegaremos arriba bordeando la colina. Será más fácil.
- ¿Qué?- protestó Juancho- Pero así no tiene ninguna emoción. ¿No crees, Tis?
Fue a buscar su apoyo sin haber visto el trompazo que el primo se había metido en su primer acceso de entusiasmo. Tis, fingiendo estar contrariado, tomó aire y dio unas palmaditas en la espalda de Juan.
- Creo que esta vez habrá que hacer caso a la jefa. Pero si te hace ilusión puedes conservar ese palito.
Juan se enfurruñó, Tis siempre se hubiera puesto de su lado en casos de este estilo, pero achacó su fuga a una mala influencia femenina tal vez, agarró más fuerte su cayado dispuesto a ser el guía de esa expedición, y enfiló hacia la cumbre sin hablar, seguido por los demás. Por lo menos el yacimiento de los sueños por cumplir aún no se había agotado, y las partículas terrosas de color azul, morado, rojo, amarillo y blanco aún relucían al sol. Eran mágicas, al menos así lo había expresado Car en su anterior visita. Quién sabe, la magia a veces se encuentra en los lugares más inverosímiles. En el fondo, tanto Tis como el resto se alegraron de recuperar un poco ese espíritu infantil, ensuciándose a gusto las manos, cogiéndola a puñados y luego dejándola escurrir por entre los dedos solo por el deseo de observarla caer en cascada hasta el montón.
- ¿Habéis pensado ya lo que vais a pedir?- preguntó Car.
Los rostros de sus primos se hallaban ausentes y no percibieron sus palabras. A fin de cuentas, hasta llegar allí arriba no se habían tomado muy en serio esa ceremonia, y no era sencillo ahora discurrir un único deseo en un par de minutos.
- Ni siquiera me acuerdo de lo que pedí la última vez- confesó Tis.
- Ni yo- coincidió Car- Pero bueno, si estamos de nuevo aquí las cosas no han ido mal.
- ¡Ya lo tengo!- saltó de repente Espe, con una amplia sonrisa de felicidad.
A su hermano no le faltaron ganas para preguntar si tenía algo que ver con cierto chico rubio, pero la solemnidad del acto imponía respeto hasta para él.
- Muy bien- dijo Car- ¿Quieres ser la primera, Nenita?
Inclinó ligeramente la cabeza mientras procuraba no perder ni un gramo de las arenillas mezcladas en su puño. Dirigiéndose hacia el borde de la colina, justo donde el muro finalizaba en su tramo más escarpado, Espe dio un breve soplido sobre su conjuro y las arrojó al aire, provocando una nube multicolor y efímera, que duró el instante necesario para que los chicos quedaran prendados de ella, para luego desvanecerse, polvo al polvo. Aún permaneció la niña absorta observando el vacío algunos segundos, hasta asegurarse que ya no quedaba nada. De menor a mayor, hermano y primos la siguieron hasta que la ceremonia quedó resuelta. Parecía un digno fin. Así había terminado su última aventura. Y así parecía que fuera a terminar esa. Aunque algo se rebelaba en su interior, al menos en el de Tis, que consultó la hora en su Huevomóvil.
- Aún queda bastante para las diez. No nos vayamos todavía.
Car, que sospechaba que iban a hacer el lío, le fulminó con una mirada.
- ¿Y qué propone el Abrasador Listorro para pasar el rato?
- Bueno… Digo yo que no pasaría nada por que fuéramos a echarle un vistazo a esa ermita. A fin de cuentas, es un sitio clave en esta aventura y lo hemos visto de lejos.
- ¡Te veo la intención! ¡Tú quieres encontrarte a esos niñatos! Esto no es propio de ti, con lo pacífico que has sido siempre.
- ¡Yo no les tengo miedo!- recalcó Juan, como si no quedase bien claro por el palo que solo había soltado para arrojar su puñado.
- ¡Yo también quiero ir!- les apoyó Espe, demostrando ser Abrasadora Valiente.
- Esos chavales ya no están- concluyó Tis como si fuera su razón maestra- Vamos, Car, es la última aventura de los Abrasadores.
- Ya, si a mí me fastidia tener que cortar siempre el rollo, pero bueno, ¿sabéis? Yo también tengo ganas de ir a esa ermita. ¡Vamos allá!
Un grito de entusiasmo se arrojó desde lo alto llenando el vacío que habían dejado sus deseos. Los cuatro se abrazaron en grupo de manera espontánea, y Tis comenzó a descender el muro a trompicones, olvidando la precaución de antes. El espíritu de la aventura había prendido en él, y aunque tuviera que bajar rodando sobre sí, no le importaba lo más mínimo, siendo imitado por el resto de Abrasadores. Era una prueba por la que tenían que pasar, y la pasaron enteros salvo por algún arañazo. De nuevo en el suelo, la ermita se erguía en lo alto de la otra colina como desafiándoles. Iba a pagar caro su soberbia, porque los chicos, que no habían tenido pudor en escribir su signo y sus nombres en el barro como si fueran invasores, iban a asaltar ahora también el castillo de los malos. Entre el Heroes y la vida real no había tanta diferencia.
Vista sin perspectiva, la ermita no les pareció otra cosa que una construcción antigua que necesitaba un buen restaurador, además cerrada a cal y canto tanto en las ventanas como en su maciza puerta que parecía lo más firme de todo el conjunto. Por mucho que buscaron algún resquicio por el que colarse, nada dio resultado.
- Así que esta es la emocionante última aventura- bromeó Car.
- Igual hay alguien- insistió Juan, aplicando la oreja a la madera del pórtico como si de este modo fuese a escuchar algo- Es día de fiesta, habrá misa o algo, digo yo.
- La misa es por la mañana, Juancho- respondió su prima- Ahora esto está más solo que la una. Salvo por nosotros, que estamos perdiendo el tiempo.
Juan dio tres grandes porrazos en la puerta con su improvisado bastón, que resonaron huecos y se extendieron por toda la zona adyacente, devueltos por el eco. No hubo respuesta, tan solo miradas de horror por parte de sus primos.
- Todavía nos denunciarán por dañar el patrimonio histórico del pueblo- comentó Tis.
Riesgo que poco importaba a Juan, que arreó cuatro o cinco palazos más antes de desistir. Se dio la vuelta con fastidio.
- ¿Y ahora qué?- preguntó Espe.
- Bueno- dijo Tis- Se ha hecho lo que se ha podido. Juan, ¿quieres sacar la cámara para despedir nuestra expedición?
- ¡No!- gruño, malhumorado aún- Prefiero grabar a los cerdos.
Tis se encogió de hombros y dispuso a deshacer el camino colina abajo, cuando la puerta de la ermita se abrió con un sigilo que nadie hubiese esperado de aquella antigualla, apenas un leve chirrido que reveló una rendija de apenas veinte centímetros. Tan pendientes habían estado del portón, que no pasó desapercibido ese ruidillo, al contrario todos a una volvieron las cabezas, entre la sorpresa y el temor a haber despertado de su siesta a algún buen párroco con sus golpazos. Pero el rostro que asomaba entre la penumbra del interior era de otro carácter, también religioso, pero de una anciana monja risueña, con una expresión tan amistosa que todos quedaron reconfortados, al menos en principio. Porque, sobre todo Tis, cuando descubrieron que la sensación de oscuridad que la religiosa desprendía no era tanto debida a la estancia como a sus hábitos negros, que la cubrían todo el cuerpo excepto parte de la cara, revelando a una hermana de las Hijas del Apocalipsis, el escalofrío que les recorrió a todos fue unánime. No obstante, nada en el modo de ser de la monjita parecía malo.
- Buenas tardes, jóvenes. La hermana Petronila, portera de esta santa casa, para servirles en lo que gusten.
Como Tis había intentado hablar y no le salieron más que tartamudeos, continuó Car.
- Buenas tardes, hermana. Verá, mis primos y yo estamos de visita en el pueblo con nuestra familia, y nos habíamos acercado a la ermita para ver si se podía visitar.
- Con mucho gusto se la enseñaré yo a ustedes- se ofreció Petronila.
- Perdone, hermana- replicó Tis con no poco esfuerzo- Usted pertenece a la congregación de… de… de las Hijas del Apocalipsis, ¿verdad?
Si los ojos fueran espadas, ya habrían reducido al chico a filetes, no obstante la hermana se limitó a asentir sin variar la sonrisa afable.
- En efecto. Mis hermanas y yo nos hemos instalado hace poco tiempo, por eso quizá desconocieran nuestra existencia.
- La verdad- continuó Car, más por seguir la conversación cortésmente que por otra cosa- es que yo he estudiado en el colegio de las carmelitas de León.
Los movimientos, un tanto mecánicos, de la monja se alteraron en este punto un poco.
- ¡Así que tiene usted el honor de conocer a nuestra santa fundadora! Bueno, eso merece un trato especial, después de la visita podemos ofrecerles los bollitos que elaboramos como especialidad propia. Dicen que tomar esa repostería le hace a uno estar más cerca del cielo.
O del infierno, pensó Tis de manera automática.
- Igual se nos hace tarde- dijo Espe, que ya no tenía reparo en mostrar su temor- Deberíamos volvernos ya.
Durante un instante que pareció eterno, en sus mentes se estableció una pugna, sobre todo en la de los mayores. Razones no faltaban. Tis había tenido ese sueño justo la noche anterior, que se había repetido durante dos años en ciertas ocasiones. Y Car también guardaba dentro de sí una fuerza que le impulsaba a adentrarse dentro del lugar olvidando su tarea de velar por los primos.
- No estaría mal comer- zanjó Juan- Yo ya empiezo a tener hambre.
Aún dentro de la tensión del momento no pudieron evitar una sonrisa. Muy bien. Ahí anidaba la aventura, y algo misterioso hacia lo que era difícil resistirse. Mirando a los ojos de esa monjita no podrían averiguar nada, porque siempre estaban en calma, sin dar muestras de impaciencia para ver si aceptaban la invitación.
- Se lo agradecemos, hermana- dijo Car- Aunque no es nuestra intención molestar, quizá una rápida visita, ya que nuestros padres nos estarán esperando luego…
- Se ve en un momento- aclaró la hermana Petronila, que aceptaba con una sonrisa eterna todos reparos posibles.
Ya fuera por los bollitos o por lo pesada que se estaba poniendo la situación, Juan se adelantó con su cacha, siendo retenido por Car, que le susurró al oído:
- ¿Quieres abandonar de una maldita vez la garrota?
El chico le devolvió una sonrisa de inocencia.
- No le negarás el apoyo a un pobre anciano, ¿verdad?- afirmó, traspasando la puerta.
Finalmente, la visita resultó cualquier cosa menos emocionante. Las galerías de la ermita, tan solo iluminadas con unos débiles candelabros, parecían todas iguales, rectas y lisas, de vez en cuando adornadas con alguna estatua de santos o vírgenes en que la hermana Petronila se detenía entusiasmada a explicarles su historia, de cual año era o las peregrinaciones que había dado de una iglesia a otra. Los chicos debían hacer esfuerzos para no bostezar, ya que lo que se estimaba un broche a su excursión se había convertido en una guía escolar en plan muermo, sin ningún detalle que pudiera excitar su imaginación, aunque a medida que daban vueltas y más vueltas a lo que parecía una pequeña ermita que por dentro no lo era tanto, Car fue observando que las pocas monjas que aparecían de vez en cuando de entre las sombras saludándoles para luego volver a evaporarse tenían unas características muy similares, tanto entre sí como con la hermana que estaba llevando sus pasos: todas ancianas y con cara de buenas personas. Quizá algún pequeño detalle diferenciaba una de otra, pero más flacas o gordas, con alguna verruga de más o menos, parecían cortadas por el mismo modelo. Y a la joven, que su experiencia tenía del colegio, le pareció poco creíble. Cierto que el hábito a veces hacía parecidos a quienes lo llevaban, pero eso era demasiado, y el hecho de que precisamente fuera esa la congregación a la que pertenecían dio la voz de alarma. Car arreó un codazo a su primo mayor, reteniéndole un par de pasos detrás del grupo.
- ¿Qué pasa?- preguntó Tis sorprendido, en un susurro.
- Aquí algo no me encaja. Todas estas monjas son iguales. Viejas y sonrientes.
- ¿Y qué tiene eso de malo?
- ¡Tis, te creía mejor informado! Las Hijas del Apocalipsis se caracterizan por captar jóvenes extranjeras o descarriadas, principalmente.
- Bueno, quizá esta sea la sección de veteranas.
- ¡No bromees! Tenemos que salir de aquí.
- ¡Por favor! ¿Te dan miedo estas monjitas?
Car calló, atenta a la reacción del grupo de delante. La hermana Petronila seguía con su rollo infinito, pero los chavales cada vez estaban más distraídos. Juan se dio la vuelta al sentir que sus primos andaban detrás cuchicheando, molesto porque le dejaran al margen, pero Car le advirtió con un movimiento de cabeza que siguiera sus pasos, temerosa de que pudieran atraer la atención de la monja. Juan siguió con fastidio, golpeando con el bastón al ritmo de sus pisadas, y atreviéndose a interrumpir el discurso por primera vez.
- Oiga, creo que es la quinta vez que pasamos por este angelito. Una cosa es que pueda haber varios parecidos, pero estoy seguro que es exactamente…
- ¡Juan, no seas maleducado!- protestó su hermana.
Pero, sin dejar tiempo a la reacción, Car se adelantó hacia ellos.
- Hermana, le agradecemos la visita, pero se nos ha hecho tarde.
Y, cogiendo a Juan y Espe cada uno por una mano, se dio la vuelta con rapidez y comenzó a regresar por un camino que desconocía, seguidos por Tis.
- ¡Después del tostón ni siquiera unas pastas para el camino!- protestó Juan.
- ¡Esto es una trampa, Juancho! ¡No tengo ni idea de por dónde estamos…!
Se quedó con la palabra en la boca cuando, al doblar un recodo, se toparon con la Banda de la Piedra al completo, frente a ellos. Pija llevaba un spray aturdidor con el que roció de inmediato a Car, que cayó al suelo dormida. Juan vio el momento al fin de usar el palo, que partió en la frente del Jefe, que se llevó las manos a la frente, lloriqueando. Cuando Tis iba a ir a ayudarles, se encontró inmovilizado por la espalda, ni más ni menos que por su monjita guía, que tenía una fuerza de mil demonios. Tras neutralizar a los hermanos, Jefe se acercó a él, estaba furioso, tenía una fea cicatriz entre las cejas que manaba sangre.
- La verdad, no se qué es lo quiere hacer con vosotros- comentó en su voz chillona- Pero espero que antes me deje daros un escarmiento… Y reservaré lo mejor para ese niñito gordo del palo.
Como no sabía muy bien qué decir en una situación tan poco favorable, Tis recuperó la famosa frase que habían atribuido a Pija.
- Que te den.
Fue lo último que dijo antes de caer en brazos de Morfeo.
domingo, noviembre 19, 2006
Little Britain
Imagináis que en la televisión pública de aquí emitieran una serie no solo de calidad excelente, sino que fuera tan destroyer que no dejara títere con cabeza en la sociedad española? Ya, yo tampoco. Pero la BBC tiene esta serie que, aunque aquí solo haya llegado en canal de pago, recomiendo vivamente.
Es más, en mi little brain, jaja, se ha encendido un motor tras el visionado de la misma, y algunas viejas ideas que allí descansaban han cobrado actualidad. Y espero que vean la luz. Cuando las tenga maduras, por aquí las expondré.
Tenía pensado un guión dramático, pero bueno... Creo que llegó la hora de reír.
lunes, noviembre 13, 2006
Capítulo quinto: Reunión familiar.
V. Reunión familiar.
El pueblo de Grandoso estaba situado a unos cuarenta kilómetros al noreste de León, en una zona montañosa de nivel medio, mil y pico metros de altitud, aún lejos de los grandes macizos que bordeaban con otras regiones. Era un sitio pequeño y bucólico, la llegada se celebró con gritos y ese detalle tan de aficionado en el que Tis filmó para la posteridad el cartel de entrada a la localidad. Apenas recordaban la finca de los amigos en que fueron agasajados, y era tan grande que hasta se consideraba medio granja. ¿No era esa la pocilga en que dieron de bastonazos a los sufridos gorrinos para que les volvieran su rostro de resignación? ¿Qué decir de esas gallinas que siempre provocaban la huída de Car, que tenía pánico a los plumíferos por razones no muy claras? En efecto, y ahí esperaba a la puerta el vehículo de tres filas del Pá. A ver, vamos a aclarar un poco los términos. Ya conocemos a los Abrasadores, y al tío. Por el lado de Tis, tenemos cuatro hermanos mayores más, tres mocetones y una señorita. Diez años le llevaba el primogénito, Paco, alias Paconcio el Vagabundo, va trotando por todo el mundo, ejem, sí, otra canción, pero con su lógica, porque Paco de hecho era una eminencia médica con un gran futuro por delante, que se había recorrido países en al menos cuatro continentes. Tirando para abajo, Claudia, recién licenciada en Periodismo y que compartía con Tis veleidades literarias. Pedro, estudiando para ser maestro; Guillermo, acabando el bachillerato. Por parte de los sufridores, tenemos a los Pás, que velaban porque la prole León llegara a buen puerto, y las dos tías que nos restan, Luisa, madre de Car, y Marili, el pilar en que se apoyaba el tío para que sus dos diablillos no le dieran un ataque al corazón. A él, que precisamente era cardiólogo.
No importa que el retrato haya sido breve de momento, por sus obras les iremos conociendo. La cuestión es que el clan ya esperaba en un gran comedor ese almuerzo con sabor a pueblo del que los Abrasadores iban a ser relegados en parte, pues les dieron un pequeño cuartillo con una mesa redonda, que tenía todo el aspecto de almacén de patatas o nabos. El mismo en que estuvieron la última vez, aunque su mosqueo no derivaba tanto de pensar que ya eran mayorcitos y tenían derecho a comer con los demás. Sospechaban que se iba a debatir su futuro.
- Si por algún casual- dijo Car a su madre- en la comida surge algún tema sobre internados remotos o algo así, a mí al menos me gustaría tener parte.
- ¡Tonterías!- replicó la tía- La verdad es que sobraba un sitio para ti. Pero será mejor que les cuides un poco. El tío me contó lo del cristal. Los vecinos se han vuelto a quejar.
- El cristal no es de los vecinos- se limitó a comentar su hija, regresando al cuarto de las patatas sin añadir una palabra.
- No grabes mientras estéis comiendo, Juan- dijo la tía Marili entrando con la primera fuente, de croquetas, la cual dejó en la mesa para quitarle la cámara a su hijo.
- ¡Oye, oye, tía!- dijo Tis- No la escondas, que luego tengo que daros una sorpresilla. Por cierto, ¿de qué son las croquetas?
- Son croquetas de nada- respondió ella, tratando de ser convincente, y marchó.
Tis agarró una, de hecho si de algo servía estar solos es que al menos así podría comer con las manos tranquilamente. La olfateó un rato.
- No lo creo. ¿Quién hace croquetas de nada? Siempre están intentando engañarme- le arreó un bocado, por su rostro pareció satisfecho- Bueno, no está mal.
Car probó otra, y dijo sin la menor compasión.
- Son de pescado.
Tis escupió con violencia lo que tenía al plato, provocando muecas de asco y risa.
- ¡Lo veis! ¡Se creen que soy tonto!
Todo en ellos era espectáculo, hasta la comida. Se sirvió luego chipirón, con o sin relleno, macarrones, ensaladilla que nadie quiso. Pollo o filete, todos eligieron filete. Un eructo de Juan se alzó en el aire cual mensaje de su dueño para remarcar la satisfacción que le provocaba a la barriga.
- ¡Juan!
Tis no quiso quedar atrás y correspondió con otro, más moderado.
-¡Tis!
- ¿Qué pasa? Intentábamos mantener una conversación.
- Eso es una ordinariez.
- ¿Seguro? Erutar amigo Sancho… Bueno, para los árabes no lo es.
- ¡Pero no somos árabes!
-¡De momento!
La divagación sobre los gases fue interrumpida por una aparición misteriosa, que no era esperada por los comensales, se abrió la puerta del cuarto irrumpiendo por la misma media efigie de una figura colosal, un gordo ejemplar de ser humano que tan solo fue a transmitirles este mensaje:
- ¡Pero comer, hombre, comer!
Y se fue. Los cuatro primos se quedaron por un momento sin pestañear.
- ¿Qué ha sido eso?- preguntaron todos a la vez.
Aún pudieron recuperarse para tomar el postre, fruta o mantecada. Las comidas de los adultos solían ser más prolongadas, con sus añadidos alcohólicos, de café, de todas esas cosas que les amodorraban de tal manera que no podían seguir el ritmo de la zona joven de la casa. Su mayor ilusión era pegar el culo a algún sillón en que las tripas, agasajadas con un banquete aún mayor que el de los chicos, hicieran su trabajo en paz, aunque Tis estaba empeñado en impedírselo. Nada más entrar en el salón tuvo un acceso de tos provocado por una nube de humo tóxico, venía de los puros que habían encendido el tío y otros lugareños entre los que se encontraba la mole que se empeñó en que tenían que comer, luego se enterarían que respondía al nombre de Gustavo. El grupo reía a grandes carcajadas, el tío se empeñó en que le trajera hielo para ponerse un whisky on the rocks, pero el sobrino le esquivó con astucia, llegando al rincón de la tía y recuperando su preciado objeto de filmación. Al lado estaba su madre para ver su odisea.
- Má, tienes que convencerles para que hagamos un concursito.
- ¿Otro? ¿Ahora?
Es normal que se extrañase, de hecho el hábitat natural del concursito era la nochebuena, pero su hijo tampoco quiso confesarle que, dadas las posibilidades de que le mandaran a la selva con el chiflado del hermano David, luego era improbable que encontrara vuelo chárter para regresar en Navidad como el turrón. Si esa era la última aventura de los Abrasadores, que fuera también en el peor de los casos el último concursito. Su madre percibió la ilusión en sus ojos, pero iba a ser tarea dura coordinar al familión y encima que sus invitados tuvieran que asistir a un show tan bochornoso que solamente se enseñaba a personas muy próximas, porque cada concursito, como su nombre indica, se basaba en pruebas ridículas con regalos de un absurdo no menor. Tis separaba las papelinas en categorías de prueba y concurso, colocándolas en sombreros, por lo general algún gorro viejo de la abuela o alguna cosa rara que Paco les hubiera traído de souvenir. La mecánica era la siguiente. El orden de los concursantes era arbitrario. Cuando alguien sugería el nombre de un familiar, el resto lo coreaba de manera unísona. Bueno, el comienzo también era así. Por ello, cuando sus primos llegaron para ayudarle, gritando:
- ¡El concursito! ¡El concursito!
Al final, todos terminaron chillando lo mismo, con entusiasmo, Car tomó su puesto habitual de operadora de cámara y Tis compareció en el centro con los dos gorros, aunque esta vez él no tenía en la cabeza el de Papá Noel que la caracterizaba como maestro de ceremonias en la nochebuena.
- Bueno, me gustaría comenzar con unas palabras…
Pero la atención de sus familiares no solía detenerse en un objeto concreto durante muchos segundos, por lo que de nuevo estaban a sus cosas, sumiéndole en un estado cercano a la desesperación.
- ¡Silencio!- aulló, implorando respeto para el fruto de su mente.
- ¡No podemos ponernos a hacer tonterías si estamos secos!- protestó el tío Pedro, quien sí atrajo sobre su lamento las miradas divertidas del resto- Si hay que empezar, empiezo yo, ¡pero que alguien me traiga unos malditos hielos para el whisky!
- Ya voy yo, anda- acudió solícito Gui para cogerle el fondón vaso e ir a la cocina.
- ¡El tío Pedro! ¡El tío Pedro!- corearon todos, con gran alivio para Tis, que confiado en que el concurso ya no sufriera más interrupciones, se acercó a la butaca del tío, quien no parecía tener muchas ganas en levantarse. Revolvió un par de veces el montoncito del gorro de pruebas, para luego desdoblar el papelito escogido. El contenido del mismo en principio era garabateado a mano por Tis con su peculiar letra, hasta que ciertos miembros de la familia tuvieron que dejarse los ojos encima del texto, y desde entonces era pulcramente mecanografiado desde su ordenador portátil. El tío se ajustó las gafas y leyó como quien entona un pregón burlesco.
- Baile Gai-Lesbi (o al menos así era la pronunciación que le daba) Bueno, el nombre lo dice todo. Cógete a una pareja del mismo sexo, y no vale el presentador, para quemar la pista ante el asombro de los demás.
Tras las carcajadas de rigor, el primer impulso del tío fue coger del brazo a Tis, que se apartó previendo que su condición de árbitro no le sirviera para evitar el ridículo.
- ¿Es que no lo has leído? Dice no vale el presentador.
Llenando a rebosar la copa que le traía al fin Gui, se levantó para evaluar la calidad, no mucha, de los bailarines. Se acercó en último lugar a su tocayo, el sobrino Pedro, con el que se disputaba a ver quién salía más minutos alegrando los especiales de Navidad, con esa chispa natural que a veces venía del champán, y a veces no. Pedro fingió ruborizarse, tomó la mano de su galán y, a pesar de esa parodia de baile de época, cuando Tis conectó el disco que traía para la ocasión, un ejemplar de típica canción de verano, pegadiza y de ritmos latinos, ambos Pedros se animaron a marcarse una especie de samba, sus cuerpos algo sobrados de kilos giraban como peonzas, ante la admiración de sus espectadores, que no quisieron tan solo quedarse mirando, sino que muchos salieron asimismo a menear el esqueleto, excepto aquellos a los que ni una alarma de explosión les arriesgaría a perder sus sillones.
Vamos, que solo faltaron las panderetas, pues esa traslación del peculiar espíritu navideño que Leones y Prietos poseían a uno de los días más calurosos de agosto no perdió ni un solo destello de intensidad. Cualquier prueba que se preciase terminaba con el clamor unánime de una recompensa, daba igual que hubiera salido bien o regularcilla, en ese caso sí se premiaba el esfuerzo de hacer un poco el tonto y donar los derechos de imagen para la posteridad.
- ¡El regalito! ¡El regalito!
El tío, tras simular que otorgaba un romántico beso de tornillo a su pareja como broche de su agarrado, apuró de un trago tres cuartos de copa, jadeando mientras sacaba su sorpresa, que nadie se emocione porque el fin de esos regalos no era otro que provocar la risa, Tis los compraba a puñados en tiendas de saldo y rara vez tenían alguna utilidad práctica, año tras año se iba exprimiendo tanto la cabeza que temía repetirse, pero a veces esa repetición era intencionada, un homenaje a los concursos pioneros a través de los cuales se vieron crecer. El del tío fue un caso de este tipo.
- Lo clásico es en nochevieja, pero en este caso…
- Pues sí- dijo Tis- Porque son unas… ¡bragas rojas!
Otro estallido de risa, no solo por el regalo, o a quién le era otorgado, sino porque a lo largo de la historia del concurso Tis ya había comprado ligueros, ligas, sujetadores y también bragas de este color, que se dice da buena suerte si se lleva en la última noche del año. Y había que reconocer que venía el pelo con el espíritu de la prueba del tío.
- ¡Que se las ponga! ¡Que se las ponga!
No dudó en colocárselas encima del pantalón, y pese a la elasticidad del tejido, quedaban tan ceñidas sobre el amplio trasero del tío que en cualquier momento parecían estallar. El tío desfiló sobre la improvisada pasarela que le montaron familiares y amigos, dando palmas, imitaba a una modelo profesional lanzando besos con maneras como las que imitó para llamar a Ludwig. Car trataba de no perder detalle en su condición de cámara, cosa difícil, aunque no sería por tiempo, que la memoria del aparato les permitiría registrar horas y horas, dado que Tis se había empeñado en llevarla luego por el campo para tener recuerdo de su última aventura.
- Son muy bonitas- dijo Claudia a Tis, en referencia a la prenda que el tío lucía con tanto orgullo- ¿Crees que dejará que me las quede?
- Bueno- replicó él- supongo que se las quitará ahora, antes de que revienten.
Y, temiendo que la juerga se transformara en anarquía, volvió a plantear la pregunta.
- ¡Bueno! ¿Quién va a ser el siguiente?
La locura continuó durante un par de horas, momento hasta el cual fue postergado el tradicional paseo por el campo que se hacía siempre después de cada comilona, por eso de quemar calorías, mera excusa, poco ejercicio era el andar un trecho por la carretera que bordeaba el pueblo, porque las excursiones de los padres no se arriesgaban por terrenos inexplorados, al contrario preferían el duro asfalto o rutas ya prefijadas para turistas, mientras sus chicos eran llamados por el espíritu de la naturaleza agreste, y en ese caso por la zona de la ermita en que tuvo lugar la primera parte de sus aventuras. El día era espléndido para caminar, el familión se hallaba a las puertas del caserío, desperezándose, algunos todavía llevaban en la cabeza alguna peluca fucsia o payasada similar que la suerte les enmendara en el concurso. Ya habrían dado las siete de la tarde, el sol espléndido ya estaba entrando en el declive de su estación, por lo que tampoco era cuestión de perder tiempo. Los Abrasadores querían ir a su rollo, en contra de los mayores de edad, que iban a tomar la dirección contraria.
- Vamos, vamos- decía Tis- ¿Acaso ha habido alguna noticia sobre secuestros en un pequeño pueblucho perdido de la mano de Dios?
La frivolidad con que trataba el tema no tranquilizó precisamente a los adultos. Sus padres intercambiaron una mirada de comprensión hacia el benjamín, pero no por ello quedaron satisfechos.
- ¡Llevo el Huevomóvil!- insistió Tis, sacando del bolsillo un teléfono celular con una forma tan peculiar que justificaba del todo ese apodo.
- ¿Pero te sigue funcionando ese cacharro?- preguntó el Pá.
Tis observó con cariño al móvil que, sin ser el primero que poseía, era al que más aprecio tuvo nunca, pero las leyes de mercado hacían cada vez más frágiles a esos chismes para que fueran renovados con rapidez, y el viejo Huevo había paseado su carcasa blanquecina por mil y una excursioncitas como para que ahora, cada vez que sonaba, saliera de él la melodía de La cabalgata de las Valkirias de Wagner como si la tocaran con un serrucho. Sin embargo, de los móviles de los cuatro primos, era el único que disponía de cobertura en ese lugar de montaña. Tis lanzó un guiño cómplice a su inerte aliado, que de nuevo había demostrado que era incombustible.
- Bueno- dijo la Má, tras tratarlo en un aparte con su esposo y los tíos- Pero tenéis que estar aquí a las diez, como muy tarde.
- Sí, y dejaremos miguitas de pan por el camino- añadió Car con sorna.
- Y si se nos hace tarde- dijo Juan- Yo puedo volver en mi vieja bici. Vaya, me la dejé aquí en la última excursión, hace tres años, debería andar por algún lado…
Espe dio un par de toquecitos en la espalda a su hermano, al que miró con una crueldad con la que iba a resarcirse de sus piques, señalando cómo unos metros más para allá, en plena carretera, el gordo Gustavo se balanceaba en una especie de bicicleta, casi triciclo con su cestita y bocina a juego, dando vueltas sobre sí, entusiasmado, sin preocuparse de su integridad física. Todos rieron la escena excepto Juan, que estaba todo colorado. Tis le cogió por los hombros.
- Trata de controlar tu ira, Juancho.
- Trato… de… controlar… mi… ira.
- Además- dijo Espe, para hacer leña del árbol caído- Si lleva tres años montándola, no creo que ahora vaya a hundirla.
Cual pelotón ciclista, los mayores marcharon siguiendo a ese improbable líder que apenas encajaba sus jamones en los pedales, ajeno a que su figura era una broma que aún celebraban los otros, tranquilos, caminando con parsimonia y sin mirar atrás a unos chicos sobre los que no presentían ningún peligro. Alcanzada al fin su ansiada independencia, Tis hizo un repaso del equipaje.
- Yo llevo el cuadernito… Cámara… Creo que va todo.
- Claro Tis- dijo Car- No hay mucho que contar, ni que fuéramos de camping.
Tis cogió la cámara, con la que Juan empezaba a importunar de nuevo a su hermana, y filmó un primer plano de Car, aunque ella ignoraba su papel en la función.
- Ahora es cuando vas a presentar la aventura- le informó su primo.
- ¡Oh! ¿No se supone que eres tú el director?
- Sí, claro. Y tú la actriz. ¿No podrías decir algo así como Aquí empieza la aventura de los Abrasadores contra la Banda de la Piedra?
- Aquí empieza la aventura de los Abrasadores contra la Banda de la Piedra.
- ¿No puedes decirlo con un mayor entusiasmo?
- ¡Tis! ¿No crees que antes de ponerle nombre deberíamos asegurarnos de que aún existe la Banda de la Piedra?
- Eso espero, Car. Todo grupo de héroes necesita su grupo de enemigos.
El pueblo de Grandoso estaba situado a unos cuarenta kilómetros al noreste de León, en una zona montañosa de nivel medio, mil y pico metros de altitud, aún lejos de los grandes macizos que bordeaban con otras regiones. Era un sitio pequeño y bucólico, la llegada se celebró con gritos y ese detalle tan de aficionado en el que Tis filmó para la posteridad el cartel de entrada a la localidad. Apenas recordaban la finca de los amigos en que fueron agasajados, y era tan grande que hasta se consideraba medio granja. ¿No era esa la pocilga en que dieron de bastonazos a los sufridos gorrinos para que les volvieran su rostro de resignación? ¿Qué decir de esas gallinas que siempre provocaban la huída de Car, que tenía pánico a los plumíferos por razones no muy claras? En efecto, y ahí esperaba a la puerta el vehículo de tres filas del Pá. A ver, vamos a aclarar un poco los términos. Ya conocemos a los Abrasadores, y al tío. Por el lado de Tis, tenemos cuatro hermanos mayores más, tres mocetones y una señorita. Diez años le llevaba el primogénito, Paco, alias Paconcio el Vagabundo, va trotando por todo el mundo, ejem, sí, otra canción, pero con su lógica, porque Paco de hecho era una eminencia médica con un gran futuro por delante, que se había recorrido países en al menos cuatro continentes. Tirando para abajo, Claudia, recién licenciada en Periodismo y que compartía con Tis veleidades literarias. Pedro, estudiando para ser maestro; Guillermo, acabando el bachillerato. Por parte de los sufridores, tenemos a los Pás, que velaban porque la prole León llegara a buen puerto, y las dos tías que nos restan, Luisa, madre de Car, y Marili, el pilar en que se apoyaba el tío para que sus dos diablillos no le dieran un ataque al corazón. A él, que precisamente era cardiólogo.
No importa que el retrato haya sido breve de momento, por sus obras les iremos conociendo. La cuestión es que el clan ya esperaba en un gran comedor ese almuerzo con sabor a pueblo del que los Abrasadores iban a ser relegados en parte, pues les dieron un pequeño cuartillo con una mesa redonda, que tenía todo el aspecto de almacén de patatas o nabos. El mismo en que estuvieron la última vez, aunque su mosqueo no derivaba tanto de pensar que ya eran mayorcitos y tenían derecho a comer con los demás. Sospechaban que se iba a debatir su futuro.
- Si por algún casual- dijo Car a su madre- en la comida surge algún tema sobre internados remotos o algo así, a mí al menos me gustaría tener parte.
- ¡Tonterías!- replicó la tía- La verdad es que sobraba un sitio para ti. Pero será mejor que les cuides un poco. El tío me contó lo del cristal. Los vecinos se han vuelto a quejar.
- El cristal no es de los vecinos- se limitó a comentar su hija, regresando al cuarto de las patatas sin añadir una palabra.
- No grabes mientras estéis comiendo, Juan- dijo la tía Marili entrando con la primera fuente, de croquetas, la cual dejó en la mesa para quitarle la cámara a su hijo.
- ¡Oye, oye, tía!- dijo Tis- No la escondas, que luego tengo que daros una sorpresilla. Por cierto, ¿de qué son las croquetas?
- Son croquetas de nada- respondió ella, tratando de ser convincente, y marchó.
Tis agarró una, de hecho si de algo servía estar solos es que al menos así podría comer con las manos tranquilamente. La olfateó un rato.
- No lo creo. ¿Quién hace croquetas de nada? Siempre están intentando engañarme- le arreó un bocado, por su rostro pareció satisfecho- Bueno, no está mal.
Car probó otra, y dijo sin la menor compasión.
- Son de pescado.
Tis escupió con violencia lo que tenía al plato, provocando muecas de asco y risa.
- ¡Lo veis! ¡Se creen que soy tonto!
Todo en ellos era espectáculo, hasta la comida. Se sirvió luego chipirón, con o sin relleno, macarrones, ensaladilla que nadie quiso. Pollo o filete, todos eligieron filete. Un eructo de Juan se alzó en el aire cual mensaje de su dueño para remarcar la satisfacción que le provocaba a la barriga.
- ¡Juan!
Tis no quiso quedar atrás y correspondió con otro, más moderado.
-¡Tis!
- ¿Qué pasa? Intentábamos mantener una conversación.
- Eso es una ordinariez.
- ¿Seguro? Erutar amigo Sancho… Bueno, para los árabes no lo es.
- ¡Pero no somos árabes!
-¡De momento!
La divagación sobre los gases fue interrumpida por una aparición misteriosa, que no era esperada por los comensales, se abrió la puerta del cuarto irrumpiendo por la misma media efigie de una figura colosal, un gordo ejemplar de ser humano que tan solo fue a transmitirles este mensaje:
- ¡Pero comer, hombre, comer!
Y se fue. Los cuatro primos se quedaron por un momento sin pestañear.
- ¿Qué ha sido eso?- preguntaron todos a la vez.
Aún pudieron recuperarse para tomar el postre, fruta o mantecada. Las comidas de los adultos solían ser más prolongadas, con sus añadidos alcohólicos, de café, de todas esas cosas que les amodorraban de tal manera que no podían seguir el ritmo de la zona joven de la casa. Su mayor ilusión era pegar el culo a algún sillón en que las tripas, agasajadas con un banquete aún mayor que el de los chicos, hicieran su trabajo en paz, aunque Tis estaba empeñado en impedírselo. Nada más entrar en el salón tuvo un acceso de tos provocado por una nube de humo tóxico, venía de los puros que habían encendido el tío y otros lugareños entre los que se encontraba la mole que se empeñó en que tenían que comer, luego se enterarían que respondía al nombre de Gustavo. El grupo reía a grandes carcajadas, el tío se empeñó en que le trajera hielo para ponerse un whisky on the rocks, pero el sobrino le esquivó con astucia, llegando al rincón de la tía y recuperando su preciado objeto de filmación. Al lado estaba su madre para ver su odisea.
- Má, tienes que convencerles para que hagamos un concursito.
- ¿Otro? ¿Ahora?
Es normal que se extrañase, de hecho el hábitat natural del concursito era la nochebuena, pero su hijo tampoco quiso confesarle que, dadas las posibilidades de que le mandaran a la selva con el chiflado del hermano David, luego era improbable que encontrara vuelo chárter para regresar en Navidad como el turrón. Si esa era la última aventura de los Abrasadores, que fuera también en el peor de los casos el último concursito. Su madre percibió la ilusión en sus ojos, pero iba a ser tarea dura coordinar al familión y encima que sus invitados tuvieran que asistir a un show tan bochornoso que solamente se enseñaba a personas muy próximas, porque cada concursito, como su nombre indica, se basaba en pruebas ridículas con regalos de un absurdo no menor. Tis separaba las papelinas en categorías de prueba y concurso, colocándolas en sombreros, por lo general algún gorro viejo de la abuela o alguna cosa rara que Paco les hubiera traído de souvenir. La mecánica era la siguiente. El orden de los concursantes era arbitrario. Cuando alguien sugería el nombre de un familiar, el resto lo coreaba de manera unísona. Bueno, el comienzo también era así. Por ello, cuando sus primos llegaron para ayudarle, gritando:
- ¡El concursito! ¡El concursito!
Al final, todos terminaron chillando lo mismo, con entusiasmo, Car tomó su puesto habitual de operadora de cámara y Tis compareció en el centro con los dos gorros, aunque esta vez él no tenía en la cabeza el de Papá Noel que la caracterizaba como maestro de ceremonias en la nochebuena.
- Bueno, me gustaría comenzar con unas palabras…
Pero la atención de sus familiares no solía detenerse en un objeto concreto durante muchos segundos, por lo que de nuevo estaban a sus cosas, sumiéndole en un estado cercano a la desesperación.
- ¡Silencio!- aulló, implorando respeto para el fruto de su mente.
- ¡No podemos ponernos a hacer tonterías si estamos secos!- protestó el tío Pedro, quien sí atrajo sobre su lamento las miradas divertidas del resto- Si hay que empezar, empiezo yo, ¡pero que alguien me traiga unos malditos hielos para el whisky!
- Ya voy yo, anda- acudió solícito Gui para cogerle el fondón vaso e ir a la cocina.
- ¡El tío Pedro! ¡El tío Pedro!- corearon todos, con gran alivio para Tis, que confiado en que el concurso ya no sufriera más interrupciones, se acercó a la butaca del tío, quien no parecía tener muchas ganas en levantarse. Revolvió un par de veces el montoncito del gorro de pruebas, para luego desdoblar el papelito escogido. El contenido del mismo en principio era garabateado a mano por Tis con su peculiar letra, hasta que ciertos miembros de la familia tuvieron que dejarse los ojos encima del texto, y desde entonces era pulcramente mecanografiado desde su ordenador portátil. El tío se ajustó las gafas y leyó como quien entona un pregón burlesco.
- Baile Gai-Lesbi (o al menos así era la pronunciación que le daba) Bueno, el nombre lo dice todo. Cógete a una pareja del mismo sexo, y no vale el presentador, para quemar la pista ante el asombro de los demás.
Tras las carcajadas de rigor, el primer impulso del tío fue coger del brazo a Tis, que se apartó previendo que su condición de árbitro no le sirviera para evitar el ridículo.
- ¿Es que no lo has leído? Dice no vale el presentador.
Llenando a rebosar la copa que le traía al fin Gui, se levantó para evaluar la calidad, no mucha, de los bailarines. Se acercó en último lugar a su tocayo, el sobrino Pedro, con el que se disputaba a ver quién salía más minutos alegrando los especiales de Navidad, con esa chispa natural que a veces venía del champán, y a veces no. Pedro fingió ruborizarse, tomó la mano de su galán y, a pesar de esa parodia de baile de época, cuando Tis conectó el disco que traía para la ocasión, un ejemplar de típica canción de verano, pegadiza y de ritmos latinos, ambos Pedros se animaron a marcarse una especie de samba, sus cuerpos algo sobrados de kilos giraban como peonzas, ante la admiración de sus espectadores, que no quisieron tan solo quedarse mirando, sino que muchos salieron asimismo a menear el esqueleto, excepto aquellos a los que ni una alarma de explosión les arriesgaría a perder sus sillones.
Vamos, que solo faltaron las panderetas, pues esa traslación del peculiar espíritu navideño que Leones y Prietos poseían a uno de los días más calurosos de agosto no perdió ni un solo destello de intensidad. Cualquier prueba que se preciase terminaba con el clamor unánime de una recompensa, daba igual que hubiera salido bien o regularcilla, en ese caso sí se premiaba el esfuerzo de hacer un poco el tonto y donar los derechos de imagen para la posteridad.
- ¡El regalito! ¡El regalito!
El tío, tras simular que otorgaba un romántico beso de tornillo a su pareja como broche de su agarrado, apuró de un trago tres cuartos de copa, jadeando mientras sacaba su sorpresa, que nadie se emocione porque el fin de esos regalos no era otro que provocar la risa, Tis los compraba a puñados en tiendas de saldo y rara vez tenían alguna utilidad práctica, año tras año se iba exprimiendo tanto la cabeza que temía repetirse, pero a veces esa repetición era intencionada, un homenaje a los concursos pioneros a través de los cuales se vieron crecer. El del tío fue un caso de este tipo.
- Lo clásico es en nochevieja, pero en este caso…
- Pues sí- dijo Tis- Porque son unas… ¡bragas rojas!
Otro estallido de risa, no solo por el regalo, o a quién le era otorgado, sino porque a lo largo de la historia del concurso Tis ya había comprado ligueros, ligas, sujetadores y también bragas de este color, que se dice da buena suerte si se lleva en la última noche del año. Y había que reconocer que venía el pelo con el espíritu de la prueba del tío.
- ¡Que se las ponga! ¡Que se las ponga!
No dudó en colocárselas encima del pantalón, y pese a la elasticidad del tejido, quedaban tan ceñidas sobre el amplio trasero del tío que en cualquier momento parecían estallar. El tío desfiló sobre la improvisada pasarela que le montaron familiares y amigos, dando palmas, imitaba a una modelo profesional lanzando besos con maneras como las que imitó para llamar a Ludwig. Car trataba de no perder detalle en su condición de cámara, cosa difícil, aunque no sería por tiempo, que la memoria del aparato les permitiría registrar horas y horas, dado que Tis se había empeñado en llevarla luego por el campo para tener recuerdo de su última aventura.
- Son muy bonitas- dijo Claudia a Tis, en referencia a la prenda que el tío lucía con tanto orgullo- ¿Crees que dejará que me las quede?
- Bueno- replicó él- supongo que se las quitará ahora, antes de que revienten.
Y, temiendo que la juerga se transformara en anarquía, volvió a plantear la pregunta.
- ¡Bueno! ¿Quién va a ser el siguiente?
La locura continuó durante un par de horas, momento hasta el cual fue postergado el tradicional paseo por el campo que se hacía siempre después de cada comilona, por eso de quemar calorías, mera excusa, poco ejercicio era el andar un trecho por la carretera que bordeaba el pueblo, porque las excursiones de los padres no se arriesgaban por terrenos inexplorados, al contrario preferían el duro asfalto o rutas ya prefijadas para turistas, mientras sus chicos eran llamados por el espíritu de la naturaleza agreste, y en ese caso por la zona de la ermita en que tuvo lugar la primera parte de sus aventuras. El día era espléndido para caminar, el familión se hallaba a las puertas del caserío, desperezándose, algunos todavía llevaban en la cabeza alguna peluca fucsia o payasada similar que la suerte les enmendara en el concurso. Ya habrían dado las siete de la tarde, el sol espléndido ya estaba entrando en el declive de su estación, por lo que tampoco era cuestión de perder tiempo. Los Abrasadores querían ir a su rollo, en contra de los mayores de edad, que iban a tomar la dirección contraria.
- Vamos, vamos- decía Tis- ¿Acaso ha habido alguna noticia sobre secuestros en un pequeño pueblucho perdido de la mano de Dios?
La frivolidad con que trataba el tema no tranquilizó precisamente a los adultos. Sus padres intercambiaron una mirada de comprensión hacia el benjamín, pero no por ello quedaron satisfechos.
- ¡Llevo el Huevomóvil!- insistió Tis, sacando del bolsillo un teléfono celular con una forma tan peculiar que justificaba del todo ese apodo.
- ¿Pero te sigue funcionando ese cacharro?- preguntó el Pá.
Tis observó con cariño al móvil que, sin ser el primero que poseía, era al que más aprecio tuvo nunca, pero las leyes de mercado hacían cada vez más frágiles a esos chismes para que fueran renovados con rapidez, y el viejo Huevo había paseado su carcasa blanquecina por mil y una excursioncitas como para que ahora, cada vez que sonaba, saliera de él la melodía de La cabalgata de las Valkirias de Wagner como si la tocaran con un serrucho. Sin embargo, de los móviles de los cuatro primos, era el único que disponía de cobertura en ese lugar de montaña. Tis lanzó un guiño cómplice a su inerte aliado, que de nuevo había demostrado que era incombustible.
- Bueno- dijo la Má, tras tratarlo en un aparte con su esposo y los tíos- Pero tenéis que estar aquí a las diez, como muy tarde.
- Sí, y dejaremos miguitas de pan por el camino- añadió Car con sorna.
- Y si se nos hace tarde- dijo Juan- Yo puedo volver en mi vieja bici. Vaya, me la dejé aquí en la última excursión, hace tres años, debería andar por algún lado…
Espe dio un par de toquecitos en la espalda a su hermano, al que miró con una crueldad con la que iba a resarcirse de sus piques, señalando cómo unos metros más para allá, en plena carretera, el gordo Gustavo se balanceaba en una especie de bicicleta, casi triciclo con su cestita y bocina a juego, dando vueltas sobre sí, entusiasmado, sin preocuparse de su integridad física. Todos rieron la escena excepto Juan, que estaba todo colorado. Tis le cogió por los hombros.
- Trata de controlar tu ira, Juancho.
- Trato… de… controlar… mi… ira.
- Además- dijo Espe, para hacer leña del árbol caído- Si lleva tres años montándola, no creo que ahora vaya a hundirla.
Cual pelotón ciclista, los mayores marcharon siguiendo a ese improbable líder que apenas encajaba sus jamones en los pedales, ajeno a que su figura era una broma que aún celebraban los otros, tranquilos, caminando con parsimonia y sin mirar atrás a unos chicos sobre los que no presentían ningún peligro. Alcanzada al fin su ansiada independencia, Tis hizo un repaso del equipaje.
- Yo llevo el cuadernito… Cámara… Creo que va todo.
- Claro Tis- dijo Car- No hay mucho que contar, ni que fuéramos de camping.
Tis cogió la cámara, con la que Juan empezaba a importunar de nuevo a su hermana, y filmó un primer plano de Car, aunque ella ignoraba su papel en la función.
- Ahora es cuando vas a presentar la aventura- le informó su primo.
- ¡Oh! ¿No se supone que eres tú el director?
- Sí, claro. Y tú la actriz. ¿No podrías decir algo así como Aquí empieza la aventura de los Abrasadores contra la Banda de la Piedra?
- Aquí empieza la aventura de los Abrasadores contra la Banda de la Piedra.
- ¿No puedes decirlo con un mayor entusiasmo?
- ¡Tis! ¿No crees que antes de ponerle nombre deberíamos asegurarnos de que aún existe la Banda de la Piedra?
- Eso espero, Car. Todo grupo de héroes necesita su grupo de enemigos.
viernes, noviembre 10, 2006
Pequeña Miss Sunshine
Siguiendo con los críticos, se puede decir que salvo excepciones suelen acertar, y con este filme lo han hecho.
De lo mejorcito, si no lo mejor, que he visto en el año, un verdadero puñetazo al sueño americano pero de esos que te hacen pensar al tiempo que te descojonan, algo difícil de ver. los actores no son muy conocidos, pero están perfectamente adecuados.
Los de Madrid podréis disfrutarla en cine, aquí los cazurros tendrán que abonarse al emule, como yo.
Salud.
jueves, noviembre 09, 2006
Reseña de El diez por ciento
La trasncribo aquí tal y como salió en el periódico:
DRAMÁTICA INTRAHISTORIA DEL DEPORTE
Nicolás Miñambres
El deporte ha sido con frecuencia en la novela moderna fuente de análisis psicológico, urbano y social. Una especie de paradigma humano en el que desembocan y se reflejan complejas actitudes vitales. El clásico mens sana in corpore sano esconde sin embargo turbios impulsos y discutibles objetivos. Este parece ser el contenido de la novela de Luis León: la presentación de un microcosmos humano en el que coinciden demasiadas vivencias oscuras.
El equipo juvenil del club deportivo San Luis Gonzaga presenta, dentro de su apariencia brillante, demasiadas limitaciones humanas. La muerte de casi todos los intregantes en un inesperado accidente es, aparte de la tragedia, la espoleta que arrastra una inesperada explosión psicológica y social. Los documentos de los supervivientes, Jorge, César y de Alicia, novia de Israel, uno de los jóvenes muertos, servirán para ir tejiendo la crónica de un trasfondo humano mucho más sórdido de lo que la versión oficial quería dar a entender. La recuperación de la memoria y el recuerdo de los desaparecidos explica el planteamiento: un bascular narrativo entre el pasado y el presente, en el que Jorge, Alicia y César se convierten en los transmisores literarios. A través de ellos el lector irá descubriendo un mundo sentimental en el que las relaciones homosexuales enturbian sentimientos amorosos de otra condición, sin que falten celos psicológicos y deportivos o venganzas inexplicables. No están ausentes tampoco relaciones amorosas de condición mercenaria, tendentes a la búsqueda de curiosas terapias, de difícil justificación por otra parte.
El epílogo epistolar de la última página explica el título de la obra y ciertos detalles que pueden pasar desapercibidos para el lector. Con todo, la clave de la carta que Doña Petra ofrece no necesitaba una acotación metaliteraria tan peculiar: No obstante, en mi condición de narrador omnisciente, revelaré el contenido de la misiva por si a alguien le interesa, p.141
Son deslices estilísticos que aparecen en otros momentos de la novela, en los que tampoco era necesaria su presencia. Una novela que tal vez adolezca de un desajuste entre su contenido y su forma. Son demasiados los acontecimientos narrados y excesivo su dramatismo para quedar resueltos convenientemente en ciento cuarenta y dos páginas.
DRAMÁTICA INTRAHISTORIA DEL DEPORTE
Nicolás Miñambres
El deporte ha sido con frecuencia en la novela moderna fuente de análisis psicológico, urbano y social. Una especie de paradigma humano en el que desembocan y se reflejan complejas actitudes vitales. El clásico mens sana in corpore sano esconde sin embargo turbios impulsos y discutibles objetivos. Este parece ser el contenido de la novela de Luis León: la presentación de un microcosmos humano en el que coinciden demasiadas vivencias oscuras.
El equipo juvenil del club deportivo San Luis Gonzaga presenta, dentro de su apariencia brillante, demasiadas limitaciones humanas. La muerte de casi todos los intregantes en un inesperado accidente es, aparte de la tragedia, la espoleta que arrastra una inesperada explosión psicológica y social. Los documentos de los supervivientes, Jorge, César y de Alicia, novia de Israel, uno de los jóvenes muertos, servirán para ir tejiendo la crónica de un trasfondo humano mucho más sórdido de lo que la versión oficial quería dar a entender. La recuperación de la memoria y el recuerdo de los desaparecidos explica el planteamiento: un bascular narrativo entre el pasado y el presente, en el que Jorge, Alicia y César se convierten en los transmisores literarios. A través de ellos el lector irá descubriendo un mundo sentimental en el que las relaciones homosexuales enturbian sentimientos amorosos de otra condición, sin que falten celos psicológicos y deportivos o venganzas inexplicables. No están ausentes tampoco relaciones amorosas de condición mercenaria, tendentes a la búsqueda de curiosas terapias, de difícil justificación por otra parte.
El epílogo epistolar de la última página explica el título de la obra y ciertos detalles que pueden pasar desapercibidos para el lector. Con todo, la clave de la carta que Doña Petra ofrece no necesitaba una acotación metaliteraria tan peculiar: No obstante, en mi condición de narrador omnisciente, revelaré el contenido de la misiva por si a alguien le interesa, p.141
Son deslices estilísticos que aparecen en otros momentos de la novela, en los que tampoco era necesaria su presencia. Una novela que tal vez adolezca de un desajuste entre su contenido y su forma. Son demasiados los acontecimientos narrados y excesivo su dramatismo para quedar resueltos convenientemente en ciento cuarenta y dos páginas.
miércoles, noviembre 08, 2006
Primer artículo sobre El diez por ciento
La primera sorpresa que me di al llegar a León es que, a fecha de domingo 29 de octubre, salió un comentario en el Filandón, sección de libros de Diario de León, sobre la novela, por Nicolás Miñambres, alguien a quien en la familia ya conocemos bien, jeje. La verdad es que tampoco es que la ponga a caer de un burro, señala defectos, sí, pero con los cuales puedo estar perfectamente de acuerdo. Es una pena que no esté en la versión de Internet para que la leáis, pero en fin, voy a ver si pillo algunos periódicos y la voy enseñando por ahí.
Que lo importante es que hablen de uno...
La próxima tarea es aún más mediática, ver si realmente esa entrevista de TV León es factible. Nos pondremos a ello, por el momento me alegro de estar en esta ciudad que, pese a no estar muy cambiada, para mí es como si hubiesen pasado tres años desde la última vez.
lunes, noviembre 06, 2006
Capítulo cuarto: En marcha.
IV. En marcha.
El tío Pedro regresaba al hogar tras apañar unas viandas para el banquete. Bueno, la verdad es que iban invitados por los amigos de Grandoso, pero con una familia tan numerosa que menos que aportar alguna botellita, un dulce; nada, menudencias. La cuestión es que, cargado de bolsas como iba, percibió un bulto sin forma definida en el suelo del pasillo de acceso a su portal, justo delante de la puerta. Pero le era familiar, de hecho la mayoría de las mañanas era frecuente para él un pequeño salto para evitarlo. En esas ocasiones, desde luego, no solía ir con bebida para veinte bajo el brazo. Ese obstáculo insalvable en realidad era de raza humana y se llamaba Joaquín, en apariencia era un vagabundo que pedía limosna en la esquina de esa misma calle, al lado del portal. Si digo en apariencia es porque, llegando a ser tan típico de la ciudad como la catedral o el Barrio Húmedo, se creó toda una enciclopedia de rumores, la mayoría disparatados, acerca de su figura, que si tenía varias carreras universitarias, o alguien le vio cierto día subiendo de esmoquin a una limusina. Vamos, que despertaba la imaginación de la gente y, como no podía ser menos, la de nuestros primos. No en vano le dedicaron otro de los cortes de su peculiar disco, el tema Joaquín, barbas, borracho. Las barbas no se las quitaba nadie, era su seña de identidad junto a la gabardina color café; la afición por el alcohol ya se la inventaron un poco porque él lo que gustaba era de vez en cuando fumarse un purito, y sus buenos dineros ganaba porque era un pobre atípico, que se quedaba quieto como un poste con la palma de la mano extendida, pero no pedía ni rogaba, de hecho no abría la boca. En fin, parte de esa tradición exigía que el tío le saltara, con bolsas o sin ellas, y así hizo para llegar a su casa sin saber la marejada que se había formado por allá arriba.
Claro, había mal ambiente. Cada cual estaba a lo suyo, Espe pasaba ya de su Ludwig y había ido a buscar uno de sus juguetes más recientes, un bebé cyborg que, pese a estar años luz de esas vetustas muñecas de su madre que iban a pilas, aún no lograba dar el pego ocultando su condición robótica como sí lo podrían hacer por ejemplo los soldados de Gaveston. El niño gateaba con cierta lentitud, su vista andaba algo perdida y no prestaba la menor atención a la nena que hacía de mamá adoptiva. Car tocaba algunas notas en un organillo infantil, sin levantar la vista de las teclas. Los chicos andaban más contentos, y empezaban a preparar la excursión comenzando el relato de la misma. Tis con los viejos métodos, un cuadernillo y bolígrafo, Juan con la casi más moderna videocámara del mercado.
Tis empezó a anotar:
León, a 15 de agosto del año 2045.
Día festivo, hoy vamos con toda la familia a Grandoso a pasar la que, ¿quizá?, sea la última aventura de los Abrasadores. De este modo rememoraremos nuestra creación como grupo, el día que mantuvimos el enfrentamiento con la Banda de la Piedra.
Esta mañana Juan y yo tuvimos algún altercado doméstico con Puri, nada fuera de lo común. La verdad es que ahora no hay mucho espíritu de equipo aquí.
Llegado a este momento, decidió ir leyendo en voz alta lo que escribía.
Por desgracia, Car y Espe no se han tomado muy bien la remontada que, con toda justicia, les dimos Juan y yo al Héroes, porque…
- ¡Tendrás jeta!- exclamó Car- ¿Por qué no pones en ese cuadernito que justo cuando iba a machacarte empezaste a cantar en un idioma extraño y me desconcentraste?
- ¿Idioma extraño?- se defendió Tis- ¡Estaba cantando Glory, glory, aleluya!
- ¿Y ya que la cantas no te puedes molestar en aprenderte la letra?
- ¡No! Es una canción que me inspira en los momentos débiles, pero la verdad es que no tengo ni idea de lo que dice. Vamos, vamos, tú deberías saberla. He escuchado cómo la tocas en la parroquia.
- Sí, es cierto- reconoció Car, tecleando algunos acordes del himno- ¡Pero no te creas que por eso voy a dejar de pensar que has hecho trampas!
- ¡A quejarse al gobernador de Libia!- zanjó Tis.
- Y aún te digo más… Oh, ¡Juan, deja de grabarme!
El chico no se perdió ni un minuto de filmación de la disputa, pero ahora que le habían descubierto no tendría una interpretación tan natural, así que fue con un valor seguro, su hermana, y su pequeño robot medio lelo.
- ¡Juan!
- Aquí tenemos a Espe, con un muñequito tan real que hasta tiene programadas las horas de mearse. Lástima que no le hayan dado mucho cerebro.
- ¡Juan! ¡Le estás asustando! ¡Aparta esa cámara, en el manual de instrucciones ponía que había que tratarlo de modo suave!
Entonces Juan puso el objetivo justo encima del cabezón lirondo del niño, que alzó sus ojitos de cristal con miedo hacia el grandullón.
- ¡Juan!
Aquí tenemos una de las clásicas riñas entre hermanos.
- Tis, suelta el boli- dijo Car- Trata de arreglar el asunto. Te cedo mi poder.
Tis se levantó con fastidio, yendo hacia el bebé, que había empezado a sollozar de manera leve, le cogió en los brazos meciéndole con suavidad. El niño se calmó, soltando un eructo de mayor tamaño que él mismo justo en las narices de Tis.
- ¡Vaya!- exclamó- Parece que alguien ha pisado un sapo. ¿No hay más que echar?
Tis empezó a darle golpecitos en la espalda, bueno, más bien golpes a secas.
-¡Más suave, Tis!- chilló Espe- ¡Eres un bruto!
- ¡Más suave, más suave!- protestó Tis- Vamos a ver, ¿por qué no pediste la versión extrafuerte? ¡Este niño se va a educar mal!
Tanta energía negativa debió tener malos efectos en los sensores del niño, porque empezó a berrear de tal manera que, aunque Tis le cerró la boca, seguía atronando toda la habitación.
- ¡Dámelo!- dijo Espe- Solo yo puedo calmarle, su mamá.
- ¡Este bicho está aullando como un demonio!- Tis lo soltó para taparse los oídos.
- ¿No hay manera de desconectarlo?- solicitó Car, de la misma guisa.
- Sí, seguro- dijo Juan, arreando tal patada al cráneo del bebé que se despegó de los cables que le unían al cuerpo y salió por la ventana previa rotura del cristal.
Ahora, todos a la vez.
- ¡Juan!
- ¿Qué? ¡Era horrible! ¡Seguro que vosotros lo queríais hacer también!
Espe entró en una fase de enajenación mental, llorando con más silencio pero no menos fuerza que su extinto bebé, agarro por una de las patas el organillo y lo alzó en el aire sin mayor esfuerzo. Car se puso frente a ella.
- ¡Espe! ¡Suelta ese piano!
- Yo de ti me apartaría- dijo Tis cogiéndola del brazo- Cuando está así, no se entera.
Avanzó hacia ellos con su improvisada arma en ristre, la furia cegaba sus ojos y no le importaba quién se pusiera delante, porque todos eran sus víctimas en potencia.
- ¿Pero nosotros qué te hemos hecho?- se quejó Tis, apartándose de su camino.
Un grito de guerra salió como un torpedo de la garganta de la Nenita, que comenzó a perseguirles con su piano, los tres primos corrieron en fila por el pasillo dispuestos a ponerse a salvo donde fuera. Una persecución bastante cómica, que alcanzó su final cuando, terminado el corredor y llegando al vestíbulo, se escuchó el sonido de una cerradura al abrirse, y fue entrar el tío Pedro como un auténtico deus ex machina para que él mismo intuyera lo que había sucedido y gritara, como una sola voz.
- ¡Juan!
Era un día especial, unos pocos cristales rotos no iban a enturbiar la alegría en el comienzo del viaje. Esa furgoneta familiar que tantos juegos, riñas y vómitos había padecido, amén del espíritu cantarín de los primos, que abandonaron León al son de algún viejo disco infantil cuya melodía, rayada de mil y una repeticiones, se sabían de memoria y entonaban de manera ñoña como hicieran en un principio.
Yo tenía diez perritos.
Uno se cayó en la nieve.
No me quedan más que nueve.
Fueron criados bajo canciones como esas, que escondían un fondo de crueldad extrema en la niña que al final, obvio es, se quedaba sin ningún cachorrillo y más sola que la una, sin embargo todo era fiesta allí. A las afueras de la ciudad se encontraron frente a la enigmática efigie del centro deportivo San Luis Gonzaga, del que eran socios desde su nacimiento. Los Abrasadores siempre fueron atraídos por lugares cuyo interior albergara un misterio desconocido o pudiera hacerles rememorar las aventuras de sus cuadernos o películas. La mayoría guardaban lógica, como bosques profundos, montañas, edificios abandonados. Pero las incógnitas que encerraba un sitio en apariencia tan normal como el San Luis les resultaban mucho más atrayentes, porque estaban veladas por la cortina de silencio que habían impuesto en torno a él los adultos. Todas las historias que corrían por vestuarios y campos de juego entre los jóvenes les parecían cuentos en su mayor parte exagerados. Era una institución muy longeva, pero estaba totalmente reformada, no quedaba nada de las antiguas instalaciones. Y no por un afán de modernidad. El club se había consumido como una tea en un espectacular incendio que tuvo lugar cuando los primos aún no habían llegado a este planeta. ¿La causa? Bueno, eso era lo que les costaba averiguar, de hecho a excepción de celebraciones familiares no solían visitar el club. En esto tampoco eran ejemplares, porque no les gustaba demasiado el deporte. Se apuntaron de modo conjunto a clases de kárate en el club, pero lo acabaron dejando tras pelearse con la mitad de los repelentes chavales que se pensaban que el tener la raya del cinturón de un colorín u otro les daba permiso para pavonearse de mala manera. El que sí era asiduo era Ludwig. ¿No es hora de aclarar ya un poco el paso que va de llamarse Luis a Ludwig? La solución es sencilla, casi ridícula. A pesar de que a él siempre le llamaron Tis, el primo mayor consideró que no podía haber dos Luises en la pandilla, por lo que había que buscarle un apodo nuevo. Tras consultar en Internet todas las acepciones del nombre en las diferentes lenguas mundiales, en principio estuvieron a punto de llamarle Lluís, pero el joven sintió pánico ante la reacción de su abuelo y de Charly si se enteraban de que le habían otorgado un nombre catalán, por lo que consideraron como mejor Ludwig, de mayor vigor e ímpetu para un joven cuya fuerza y hermosura le podrían haber aupado como un líder si no fuera porque poseía un modo de ser que no tenía ninguna intención en cambiar.
Veamos un ejemplo. De hecho, él mismo se dirigía en ese momento a la entrada del club, como siempre con su chándal oficial que llevaba a todas partes y el petate al hombro. No les veía, y de hecho tampoco les escucharía porque, costumbre habitual también, llevaba auriculares que le aislarían de un entorno que le trataba con frialdad, mientras corría sus diez vueltas de turno al campo de balonmano. El tío Pedro aminoró la marcha y empezó a tocar el claxon, pero como si nada. Bajó la ventanilla y le llamó de forma afeminada, con una burla que, malos ejemplos que se transmiten de generación en generación, imitaron desde atrás Tis y Juan, para acabar los tres en una carcajada de hombría.
- ¡Chicos!- dijo Car- Estaría muy bien si esas cosas se las dijerais a la cara.
- ¡Aguafiestas tenemos!- gritó el tío, perdiendo de vista a Ludwig cuando entró al club.
- Solo digo- añadió ella- que él no es tan femenino. Sois un poco exagerados.
- ¡Ludwig me gusta!- chilló Espe, empeñada en seguir con ese tema.
- No me imagina de suegro suyo- comentó el tío.
- Vamos a ver- terció Tis- no me extraña que él guste. Es tan rubio, tan atlético, tan fino, tan, tan… A Espe le gusta, a Car le gustó también y por eso le defiende.
- ¿Es que tienes envidia acaso?- replicó Car con sorna.
- ¡No, no!- se defendió y, bajando la voz para que solo pudiera se percibida por Juan- De hecho, si a mí me gustaran los tíos, él sería el primero de la lista.
Nuevas risitas cómplices entre los primos, seguidas de una mirada de reproche de Car. Aunque Tis jamás lo reconocería y menos delante de ellos, desde luego que, como todos aquellos grandullones de clase y del San Luis que tan solo se enfrentaban a Ludwig si iban en grupo, él también se moría de envidia en comprobar cómo todas las chiquillas en flor se pirraban por el mejor amigo, y hasta la llegada de Alejandro el único, que tenía en el colegio, todas eran rechazadas con cortesía pero de modo firme. ¿Qué justicia era esa? Luego no era de extrañar que su frustración se expresara en esas bromas de mal gusto. Ese pensamiento se le aparecía cuando menos lo quería, y en ese momento alegre le dio un pellizco inesperado, que se agravó con los insistentes y agudos chillidos de Espe.
- ¡Quiero a Ludwig! ¡Quiero a Ludwig!
- ¡Silencio!- gritó el tío- Casi os prefiero cantando, me dais menos dolor de cabeza.
Y para subrayar esa convicción, puso de nuevo la música, sin adivinar que iba a provocar un nuevo conflicto. Por los altavoces empezó a sonar ¡Oh, Gwendoline!, una canción romántica y cursi como un tazón de melaza espesa que se vertiera sobre los oídos de los allí presentes, daba la casualidad de que mientras que era la favorita de Espe, el resto de primos no la soportaba. Aquí ya ni siquiera le serviría la ayuda de Car. La suave voz, que en teoría trovaba sobre los encantos de una linda muchachita, era:
¡Oh, Gwendoline!
Preciosa eres, ¡oh, Gwendoline!
La más bella
de todas las estrellas
eres tú, Gwendoline.
Los chicos tenían una peculiar manera de cantarla.
¡Oh, Mierdolín!
Qué tonta eres, ¡oh, Mierdolín!
La más gorda
de todas las ballenas
eres tú, Mierdolín.
- ¡No es así!- gimoteaba Espe, al borde del llanto porque estaban manchando la pureza de una canción que era música celestial para sus oídos. Pero eso no importaba a sus primos, ni aunque buscara consuelo en los ojos de Car, había ciertos ritos que cumplir pese a que resultaran ofensivos, y esa canción siempre había sido vapuleada a través de sus vacaciones en Ribadesella, las excursiones al molino de Barrios de Luna, salidas al campo y toda la geografía y rutas de las que guardaban recuerdo.
- ¡La estáis estropeando! ¡Callad! ¡Callad!
Al final hasta el tío se unió al canto, y pese a que pueda parecer un acto de crueldad premeditado contra la tierna infancia, lo cierto es que bendita fuera la tal Gwendoline/Mierdolín si era capaz de poner un poco de paz y armonía en el inicio de la gran aventura que ellos aún ni se imaginaban.
El tío Pedro regresaba al hogar tras apañar unas viandas para el banquete. Bueno, la verdad es que iban invitados por los amigos de Grandoso, pero con una familia tan numerosa que menos que aportar alguna botellita, un dulce; nada, menudencias. La cuestión es que, cargado de bolsas como iba, percibió un bulto sin forma definida en el suelo del pasillo de acceso a su portal, justo delante de la puerta. Pero le era familiar, de hecho la mayoría de las mañanas era frecuente para él un pequeño salto para evitarlo. En esas ocasiones, desde luego, no solía ir con bebida para veinte bajo el brazo. Ese obstáculo insalvable en realidad era de raza humana y se llamaba Joaquín, en apariencia era un vagabundo que pedía limosna en la esquina de esa misma calle, al lado del portal. Si digo en apariencia es porque, llegando a ser tan típico de la ciudad como la catedral o el Barrio Húmedo, se creó toda una enciclopedia de rumores, la mayoría disparatados, acerca de su figura, que si tenía varias carreras universitarias, o alguien le vio cierto día subiendo de esmoquin a una limusina. Vamos, que despertaba la imaginación de la gente y, como no podía ser menos, la de nuestros primos. No en vano le dedicaron otro de los cortes de su peculiar disco, el tema Joaquín, barbas, borracho. Las barbas no se las quitaba nadie, era su seña de identidad junto a la gabardina color café; la afición por el alcohol ya se la inventaron un poco porque él lo que gustaba era de vez en cuando fumarse un purito, y sus buenos dineros ganaba porque era un pobre atípico, que se quedaba quieto como un poste con la palma de la mano extendida, pero no pedía ni rogaba, de hecho no abría la boca. En fin, parte de esa tradición exigía que el tío le saltara, con bolsas o sin ellas, y así hizo para llegar a su casa sin saber la marejada que se había formado por allá arriba.
Claro, había mal ambiente. Cada cual estaba a lo suyo, Espe pasaba ya de su Ludwig y había ido a buscar uno de sus juguetes más recientes, un bebé cyborg que, pese a estar años luz de esas vetustas muñecas de su madre que iban a pilas, aún no lograba dar el pego ocultando su condición robótica como sí lo podrían hacer por ejemplo los soldados de Gaveston. El niño gateaba con cierta lentitud, su vista andaba algo perdida y no prestaba la menor atención a la nena que hacía de mamá adoptiva. Car tocaba algunas notas en un organillo infantil, sin levantar la vista de las teclas. Los chicos andaban más contentos, y empezaban a preparar la excursión comenzando el relato de la misma. Tis con los viejos métodos, un cuadernillo y bolígrafo, Juan con la casi más moderna videocámara del mercado.
Tis empezó a anotar:
León, a 15 de agosto del año 2045.
Día festivo, hoy vamos con toda la familia a Grandoso a pasar la que, ¿quizá?, sea la última aventura de los Abrasadores. De este modo rememoraremos nuestra creación como grupo, el día que mantuvimos el enfrentamiento con la Banda de la Piedra.
Esta mañana Juan y yo tuvimos algún altercado doméstico con Puri, nada fuera de lo común. La verdad es que ahora no hay mucho espíritu de equipo aquí.
Llegado a este momento, decidió ir leyendo en voz alta lo que escribía.
Por desgracia, Car y Espe no se han tomado muy bien la remontada que, con toda justicia, les dimos Juan y yo al Héroes, porque…
- ¡Tendrás jeta!- exclamó Car- ¿Por qué no pones en ese cuadernito que justo cuando iba a machacarte empezaste a cantar en un idioma extraño y me desconcentraste?
- ¿Idioma extraño?- se defendió Tis- ¡Estaba cantando Glory, glory, aleluya!
- ¿Y ya que la cantas no te puedes molestar en aprenderte la letra?
- ¡No! Es una canción que me inspira en los momentos débiles, pero la verdad es que no tengo ni idea de lo que dice. Vamos, vamos, tú deberías saberla. He escuchado cómo la tocas en la parroquia.
- Sí, es cierto- reconoció Car, tecleando algunos acordes del himno- ¡Pero no te creas que por eso voy a dejar de pensar que has hecho trampas!
- ¡A quejarse al gobernador de Libia!- zanjó Tis.
- Y aún te digo más… Oh, ¡Juan, deja de grabarme!
El chico no se perdió ni un minuto de filmación de la disputa, pero ahora que le habían descubierto no tendría una interpretación tan natural, así que fue con un valor seguro, su hermana, y su pequeño robot medio lelo.
- ¡Juan!
- Aquí tenemos a Espe, con un muñequito tan real que hasta tiene programadas las horas de mearse. Lástima que no le hayan dado mucho cerebro.
- ¡Juan! ¡Le estás asustando! ¡Aparta esa cámara, en el manual de instrucciones ponía que había que tratarlo de modo suave!
Entonces Juan puso el objetivo justo encima del cabezón lirondo del niño, que alzó sus ojitos de cristal con miedo hacia el grandullón.
- ¡Juan!
Aquí tenemos una de las clásicas riñas entre hermanos.
- Tis, suelta el boli- dijo Car- Trata de arreglar el asunto. Te cedo mi poder.
Tis se levantó con fastidio, yendo hacia el bebé, que había empezado a sollozar de manera leve, le cogió en los brazos meciéndole con suavidad. El niño se calmó, soltando un eructo de mayor tamaño que él mismo justo en las narices de Tis.
- ¡Vaya!- exclamó- Parece que alguien ha pisado un sapo. ¿No hay más que echar?
Tis empezó a darle golpecitos en la espalda, bueno, más bien golpes a secas.
-¡Más suave, Tis!- chilló Espe- ¡Eres un bruto!
- ¡Más suave, más suave!- protestó Tis- Vamos a ver, ¿por qué no pediste la versión extrafuerte? ¡Este niño se va a educar mal!
Tanta energía negativa debió tener malos efectos en los sensores del niño, porque empezó a berrear de tal manera que, aunque Tis le cerró la boca, seguía atronando toda la habitación.
- ¡Dámelo!- dijo Espe- Solo yo puedo calmarle, su mamá.
- ¡Este bicho está aullando como un demonio!- Tis lo soltó para taparse los oídos.
- ¿No hay manera de desconectarlo?- solicitó Car, de la misma guisa.
- Sí, seguro- dijo Juan, arreando tal patada al cráneo del bebé que se despegó de los cables que le unían al cuerpo y salió por la ventana previa rotura del cristal.
Ahora, todos a la vez.
- ¡Juan!
- ¿Qué? ¡Era horrible! ¡Seguro que vosotros lo queríais hacer también!
Espe entró en una fase de enajenación mental, llorando con más silencio pero no menos fuerza que su extinto bebé, agarro por una de las patas el organillo y lo alzó en el aire sin mayor esfuerzo. Car se puso frente a ella.
- ¡Espe! ¡Suelta ese piano!
- Yo de ti me apartaría- dijo Tis cogiéndola del brazo- Cuando está así, no se entera.
Avanzó hacia ellos con su improvisada arma en ristre, la furia cegaba sus ojos y no le importaba quién se pusiera delante, porque todos eran sus víctimas en potencia.
- ¿Pero nosotros qué te hemos hecho?- se quejó Tis, apartándose de su camino.
Un grito de guerra salió como un torpedo de la garganta de la Nenita, que comenzó a perseguirles con su piano, los tres primos corrieron en fila por el pasillo dispuestos a ponerse a salvo donde fuera. Una persecución bastante cómica, que alcanzó su final cuando, terminado el corredor y llegando al vestíbulo, se escuchó el sonido de una cerradura al abrirse, y fue entrar el tío Pedro como un auténtico deus ex machina para que él mismo intuyera lo que había sucedido y gritara, como una sola voz.
- ¡Juan!
Era un día especial, unos pocos cristales rotos no iban a enturbiar la alegría en el comienzo del viaje. Esa furgoneta familiar que tantos juegos, riñas y vómitos había padecido, amén del espíritu cantarín de los primos, que abandonaron León al son de algún viejo disco infantil cuya melodía, rayada de mil y una repeticiones, se sabían de memoria y entonaban de manera ñoña como hicieran en un principio.
Yo tenía diez perritos.
Uno se cayó en la nieve.
No me quedan más que nueve.
Fueron criados bajo canciones como esas, que escondían un fondo de crueldad extrema en la niña que al final, obvio es, se quedaba sin ningún cachorrillo y más sola que la una, sin embargo todo era fiesta allí. A las afueras de la ciudad se encontraron frente a la enigmática efigie del centro deportivo San Luis Gonzaga, del que eran socios desde su nacimiento. Los Abrasadores siempre fueron atraídos por lugares cuyo interior albergara un misterio desconocido o pudiera hacerles rememorar las aventuras de sus cuadernos o películas. La mayoría guardaban lógica, como bosques profundos, montañas, edificios abandonados. Pero las incógnitas que encerraba un sitio en apariencia tan normal como el San Luis les resultaban mucho más atrayentes, porque estaban veladas por la cortina de silencio que habían impuesto en torno a él los adultos. Todas las historias que corrían por vestuarios y campos de juego entre los jóvenes les parecían cuentos en su mayor parte exagerados. Era una institución muy longeva, pero estaba totalmente reformada, no quedaba nada de las antiguas instalaciones. Y no por un afán de modernidad. El club se había consumido como una tea en un espectacular incendio que tuvo lugar cuando los primos aún no habían llegado a este planeta. ¿La causa? Bueno, eso era lo que les costaba averiguar, de hecho a excepción de celebraciones familiares no solían visitar el club. En esto tampoco eran ejemplares, porque no les gustaba demasiado el deporte. Se apuntaron de modo conjunto a clases de kárate en el club, pero lo acabaron dejando tras pelearse con la mitad de los repelentes chavales que se pensaban que el tener la raya del cinturón de un colorín u otro les daba permiso para pavonearse de mala manera. El que sí era asiduo era Ludwig. ¿No es hora de aclarar ya un poco el paso que va de llamarse Luis a Ludwig? La solución es sencilla, casi ridícula. A pesar de que a él siempre le llamaron Tis, el primo mayor consideró que no podía haber dos Luises en la pandilla, por lo que había que buscarle un apodo nuevo. Tras consultar en Internet todas las acepciones del nombre en las diferentes lenguas mundiales, en principio estuvieron a punto de llamarle Lluís, pero el joven sintió pánico ante la reacción de su abuelo y de Charly si se enteraban de que le habían otorgado un nombre catalán, por lo que consideraron como mejor Ludwig, de mayor vigor e ímpetu para un joven cuya fuerza y hermosura le podrían haber aupado como un líder si no fuera porque poseía un modo de ser que no tenía ninguna intención en cambiar.
Veamos un ejemplo. De hecho, él mismo se dirigía en ese momento a la entrada del club, como siempre con su chándal oficial que llevaba a todas partes y el petate al hombro. No les veía, y de hecho tampoco les escucharía porque, costumbre habitual también, llevaba auriculares que le aislarían de un entorno que le trataba con frialdad, mientras corría sus diez vueltas de turno al campo de balonmano. El tío Pedro aminoró la marcha y empezó a tocar el claxon, pero como si nada. Bajó la ventanilla y le llamó de forma afeminada, con una burla que, malos ejemplos que se transmiten de generación en generación, imitaron desde atrás Tis y Juan, para acabar los tres en una carcajada de hombría.
- ¡Chicos!- dijo Car- Estaría muy bien si esas cosas se las dijerais a la cara.
- ¡Aguafiestas tenemos!- gritó el tío, perdiendo de vista a Ludwig cuando entró al club.
- Solo digo- añadió ella- que él no es tan femenino. Sois un poco exagerados.
- ¡Ludwig me gusta!- chilló Espe, empeñada en seguir con ese tema.
- No me imagina de suegro suyo- comentó el tío.
- Vamos a ver- terció Tis- no me extraña que él guste. Es tan rubio, tan atlético, tan fino, tan, tan… A Espe le gusta, a Car le gustó también y por eso le defiende.
- ¿Es que tienes envidia acaso?- replicó Car con sorna.
- ¡No, no!- se defendió y, bajando la voz para que solo pudiera se percibida por Juan- De hecho, si a mí me gustaran los tíos, él sería el primero de la lista.
Nuevas risitas cómplices entre los primos, seguidas de una mirada de reproche de Car. Aunque Tis jamás lo reconocería y menos delante de ellos, desde luego que, como todos aquellos grandullones de clase y del San Luis que tan solo se enfrentaban a Ludwig si iban en grupo, él también se moría de envidia en comprobar cómo todas las chiquillas en flor se pirraban por el mejor amigo, y hasta la llegada de Alejandro el único, que tenía en el colegio, todas eran rechazadas con cortesía pero de modo firme. ¿Qué justicia era esa? Luego no era de extrañar que su frustración se expresara en esas bromas de mal gusto. Ese pensamiento se le aparecía cuando menos lo quería, y en ese momento alegre le dio un pellizco inesperado, que se agravó con los insistentes y agudos chillidos de Espe.
- ¡Quiero a Ludwig! ¡Quiero a Ludwig!
- ¡Silencio!- gritó el tío- Casi os prefiero cantando, me dais menos dolor de cabeza.
Y para subrayar esa convicción, puso de nuevo la música, sin adivinar que iba a provocar un nuevo conflicto. Por los altavoces empezó a sonar ¡Oh, Gwendoline!, una canción romántica y cursi como un tazón de melaza espesa que se vertiera sobre los oídos de los allí presentes, daba la casualidad de que mientras que era la favorita de Espe, el resto de primos no la soportaba. Aquí ya ni siquiera le serviría la ayuda de Car. La suave voz, que en teoría trovaba sobre los encantos de una linda muchachita, era:
¡Oh, Gwendoline!
Preciosa eres, ¡oh, Gwendoline!
La más bella
de todas las estrellas
eres tú, Gwendoline.
Los chicos tenían una peculiar manera de cantarla.
¡Oh, Mierdolín!
Qué tonta eres, ¡oh, Mierdolín!
La más gorda
de todas las ballenas
eres tú, Mierdolín.
- ¡No es así!- gimoteaba Espe, al borde del llanto porque estaban manchando la pureza de una canción que era música celestial para sus oídos. Pero eso no importaba a sus primos, ni aunque buscara consuelo en los ojos de Car, había ciertos ritos que cumplir pese a que resultaran ofensivos, y esa canción siempre había sido vapuleada a través de sus vacaciones en Ribadesella, las excursiones al molino de Barrios de Luna, salidas al campo y toda la geografía y rutas de las que guardaban recuerdo.
- ¡La estáis estropeando! ¡Callad! ¡Callad!
Al final hasta el tío se unió al canto, y pese a que pueda parecer un acto de crueldad premeditado contra la tierna infancia, lo cierto es que bendita fuera la tal Gwendoline/Mierdolín si era capaz de poner un poco de paz y armonía en el inicio de la gran aventura que ellos aún ni se imaginaban.
Me voy. ¡Qué lástima pero adiós!
Pozí.
Llegó el día. No se si será el orgullo, pero siempre he querido irme por la puerta alta. No me importa si el trabajo es apropiado o no para mí. En Rodilla, tras un inicial período de desconfianza, querían que me quedase. Blockbuster quebró, lo cual es obvio no fue culpa mía. En el Corte, ayer el jefe tuvo su momento sentimental diciendo que se me iba a echar de menos, ahora que ya me había hecho con la sección y todos sus tejemanejes, que me iba en muy buena posición. Atrás quedó el affaire de los cinco carros. Eso está bien. En esta vida hay que tener afán de superación, y no solo para el trabajo.
Por otro lado, una tarde aburrida. (Excepto para algunas compañeras que se zambulleron en un libro que hablaba de darse placer anal)
Retomo mi carrera de escritor, al menos por unos meses. De momento no me sacaré de pobre, esa es una perspectiva a largo plazo.
Regreso a Ítaca.
miércoles, noviembre 01, 2006
Los hilipoyas del móbil
Próximo estreno: dentro de un huevo de años, si acaso. Pues sí. En León me dedicaré más a mover proyectos que a escribirlos, pero este guión, cuyo esqueleto está ya formado, me ha surgido por inspiración divina y no pude rechazarlo. Por cierto, vuelven a salir las chicas diez por ciento, Alicia y Sheila.
¿Algún productor lee estas líneas?
PD- El título del guión está bien escrito. Doy fe.
2001 Maníacos
Recomendación de Halloween:
de los creadores de Hostel, pero al contrario que esa peli, no es una decepción, sino una grata sorpresa, una comedia gore de humor muy negro e incorrecto, para mí tan respetable como cualquier filme de pretensiones mucho mayores. Y además sale Robert Englund, así que ¿para qué hablar más?
¿Para cuándo un remake a la española? Puede parecer raro, pero a mí, viendo ciertas similitudes, no me lo parece...
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